Poeta, traductora y periodista mexicana con una sólida trayectoria que comenzó en 2018 con Una jacaranda en medio del pozo (reeditado en 2020), Perras (2019) y Cosas Comunes (2019 y 2020 en España). La artista que no se toca se publicó por vez primera en 2018. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Tijuana 2018. La poesía de Zel Cabrera transita en la frontera entre lo confesional y lo reivindicativo, lo íntimo y lo común. No son extraños los llamamientos al “nosotras” en sus poemas. Quizás, este poemario es el más confesional, el más íntimo, todo ello sin renunciar a una actitud combativa.
Se estructura en distintas facetas como círculos concéntricos sobre el tema. Comienza con El nombre exacto: “Reconocer algo / con la punta de la lengua. Pronunciarlo”. No es el sentido de dominio, sino más bien en el de autodefinición: “Esto es un metrónomo desfasado, / con virajes, / demora de músculos, / tartajeos, anteojos, / barras de metal, / zapatos ortopédicos. // Esto soy”. Los juegos del lenguaje van a marcar, no solo los poemas, toda la existencia de la poeta como un completo eufemismo: “Decimos: no camina bien / para decir parálisis cerebral”.
“Papá dijo que las pequeñas pelusas
que tiran los chopos cuando florecen
son gatitos que algún día crecerían
/…/
Papá siempre cambió el nombre
de las casas complicadas, las hizo siempre.
Así, un día dijo que la parálisis cerebral
con la que nací y con la que moriré
solo era un “problema”
Y aún le decimos problema
porque no es una enfermedad,
no se cura, no existen medicinas
/…/
Y hubo terapias, ejercicios, aparatos,
plantillas de plástico rígido
y burlas todavía más dolorosas
a las que nadie cambió el nombre”
Es la capacidad de nombrar la que oculta el sufrimiento, y escribir es, en cierta forma, descubrir desde la distancia: No voy a pedirle que pronuncien / este dolor que me corresponde /…/ Soy ese punto de la arista que nadie toca. / Esto no es un poema” (Regla del juego). El dolor intenso de la existencia que limita desde lo más concreto: “Pronuncio mal las palabras. / No todas, no siempre, / solo las que llevan erre. /…/ Errar diciendo error, / autorretrato revuelto, / aterrizaje forzoso, / barrera con mi derrota / este derrumbe”.
Aquella mañana transita hacia el momento del parto como signo de la correlación social de la situación individual: “En aquella sala de hospital, / en aquel resquicio esterilizado, / los primeros llantos / se demoraron, / cinco, / diez, / quince, / veinte, / treinta segundos”; “Mi madre dio a luz a una muñequita / de porcelana / que se rompió al nacer. // Una muñeca que si miras de cerca / la observan diciendo: «No tocar»”. Puntualidad juega con lo que ha causado su parálisis para abarcar algo más general: “Llorar a tiempo es importante, / llegar a tiempo es importante. / No hay bonos por impuntualidad, / el retraso no es una virtud”. Es un grito en primera persona: “La verdad trastoca lo que escribo. / No soy, / no tengo”.
Igual que en la primera parte confesaba sus dificultades en la pronunciación, en Garabatos resalta no solo los problemas de caligrafía, sino la cura que supone la escritura: “Las palabras nos sostienen, / escribir no es tambalearse”; “Escribir es ejercitarse, / elegir palabras para hacer unotrocuerpo”. Como sentencia Zel Cabrera: “Los pasos se ensayan en el andador, / las palabras en el papel”. Una manera hermosa de definir el oficio de poeta. Cuando dice que Esto no es una enfermedad, la poeta afirma que “Busco las palabras de lo que soy”.
Y en esa búsqueda descubre la el sufrimiento que la define: “Soy algo que todavía duele, / una herida cicatriz de algo hondo, / soy una falla de origen, / un cuerpo que no se sostuvo, / que no fue exacto”. Y cómo ha tenido que lidiar en esos momentos tan cotidianos que pasan desapercibidos pero que hunden más en la herida: “En casa no podía llorar. / El llanto traía convulsiones / que asustaron a mi madre”; “Mirar a nombres. / Mirar es doler”; “Quisiera / llevar un letrero: / favor de no preguntar / “¿qué te pasó en el pie?”, / “¿así naciste o estás enferma?”.
Es por ello que reclama ser alguien a quien tratar con cuidad, Handle with care. Son esas rutinas que pasan desapercibidas en el día a día que no alcanzamos a ver en los demás: “Como una top model, / desde pequeña tuve / mi propia rutina / de ejercicios”. Laos escollos cotidianos, como que “A los seis años aún gateaba”, hecho que luego repercutía en que “A mamá le dolía / que las maestras del kínder / me vieran sucia, / todo el tiempo”.
Zel Cabrera no se complace en la tragedia, sino que en sus libros, la familia, especialmente las mujeres, son las que afrontan las situaciones, las que plantean remedios, compromisos, fortalezas: “Me hiciste mirar talones que se deforman, /…/ “Todos caminamos mal, / ve cómo aquella muchacha tuerce el pie” /…/ Era cierto: no era la única / que gastaba sus zapatos de irregular manera” (Zapatos). Así se va saltando a lo común, a lo general, cuando la pequeña Zel descubre que “Todos los caminos que creí perfectos / llevan un desvío, un rasgo, otro ritmo; / una inclinación que nos distingue / como otra huella digital”.
Es una existencia herida que apenas disimulamos (“En las fotos nunca somos quienes somos; / en mis fotos la parálisis no sale”) y que nos condiciona a través de la vida: “Los años pasaron. Seguiste / pidiéndome enderezar los pies, / creía que así, la vida / podría dolerme menos” (Homilía). En suma, hay que reconocer cómo lo corporal nos acaba definiendo: “Nació conmigo o yo con ella. / Somos mellizas que no se hablan /…/ Somos la misma /…/ La niña traía parálisis bajo el brazo. / Torpeza, lentitud. / Un letrero que decía handle with care”.
Solo al final,
como colofón llega el nombre técnico, el oficial, el aséptico: “Me rompí desde
las pinzas, / crují con otro nombre: / hipoxia neonatal”. Sin aliento.
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