domingo, 20 de agosto de 2023

Reseña de Itziar Mínguez Arnáiz: ‘Sobrejuegos’. Huerga y Fierro. Colección narrativa Gnarus. 2022

SOBREJUEGOS - ITZIAR MINGUEZ ARNAIZ - 9788412609738


Hemos conocido a Itziar Mínguez como poeta y como aforista. Nubes y claros (2021) ha sido una confirmación excelente. Tras una importante cosecha poética La vida me persigue (2006), Luz en ruinas (2007), Cara o cruz (2009),  Pura coincidencia / Kointzidentzia hutsa (2010), Wikipoemia (2014), Cambio de rasante (2015), Que viene el lobo (2016), Qwerty (2017), La vuelta al mundo en 80 jaikus y una nana para despertar (2018), Idea intuitiva de un cuerpo geométrico (2018), Lo que pudo haber sido (2019), El palacio de hielo (2022), Superzirgariak/ Supersirgueras (2022) y Pan y circo (2022), esta es su primera novela, pero no es la narración un terreno que le resulte ajeno puesto que lleva toda la vida como guionista de ficción en la pequeña pantalla.

––¿Qué temía, exactamente?

––No lo sé. El miedo es más grande cuando no sabes darle nombre.

Sobrejuegos se une a una cosecha excelente de narradoras que toman la voz con fuerza. Esta es una historia a la que nos asomamos de una manera incompleta. Ni la voz del narrador ni el lector alcanzamos a ver todos los datos para que la acción se desarrolle como un destino. Más bien es un canto a la manera en la que el azar y lo inesperado determinan el argumento de nuestra vida. El protagonista es atropellado por Pablo y va a ser una enfermera, Nuria, quien lo cuide. Con una voluntad clara de tomar la estructura de cine noir, los misterios y la trama se van desplegando añadiendo elementos para que podamos atisbar siquiera la personalidad de los protagonistas. Los capítulos están organizados en Los hechos, La verdad de los hechos y El alma de los hechos, recogiendo una cita de Juan Carlos Onetti, en la que califica de la más repugnante forma de mentir es la que diciendo la verdad oculta el alma de los hechos.

                De los sentimientos que están en juego, la piedad, la sospecha, los afectos, es la culpa, o mejor, la culpabilidad, el que más determina. Como en el inicio de El extranjero, de Camus, el personaje confiesa

Recordé que había olvidado que mi madre estaba muerta. Recordé que no había llorado.

Mi madre coleccionaba zapatos. Aprendí de ella el gesto de alinearlos y la absurda tendencia a amarlos. Nunca había visto los pies de mi madre. Sus pies descalzos. Una vez la vi desnuda. Yo tenía quince años. No aparté la mirada. Me quedé espiándola (…). Lo primero que hice fue mirarle los pies, ese era el secreto que quería desvelar, lo único que percibía como tabú. Pero sus pies no estaban al descubierto.

Además de plantear interrogantes sobre la motivación humana y sobre el amor especialmente, uno de los elementos básicos es casi una teoría del conocimiento. Son personajes opacos y en eso reside el gran acierto de la novela. Jugamos a averiguar quiénes son y qué les motiva, precisamente lo mismo que ellos mismos, no solo unos frente a otros, incluso consigo mismos:

Luego pienso que estamos radicalmente solos en el mundo. Y que si buscamos compañía es únicamente para que los demás sean testigos de nuestra soledad.

Aunque la novela tiene el aspecto de una novela negra, con el realismo más o menos sucio, no dejan de aparecer elementos simbólicos. Un ejemplo es el búho de adorno que le regalaron, “El último regalo que me hicieron”. La reacción que provoca es la vergüenza, “avergonzado por sentir” y miedo, “Miedo de haber cerrado los ojos ante la realidad”. Y termina el fragmento “La realidad estaba a punto de obligarme a cerrar los ojos”.

La trama principal, desdoblada en planos, aborda los temas que ya nos tiene acostumbrados desde su poesía, el amor, el paso del tiempo, la fragilidad de la vida. Y, como en sus poemas, a pie de calle, con elementos cotidianos donde las experiencias, aun personales, son reconocibles.

––Se equivoca, Inspector, hay muchas verdades, pero una sola realidad.

En el fondo esta trama permite a Itziar Mínguez plantear la perplejidad entre el conocimiento y la realidad, la necesidad de conocer para evaluar y solventar la incertidumbre, y la necesidad no menos fuerte de disfrazar la realidad, de simplificarla, de retorcerla, de crearla para poder habitar en ella tras los golpes del destino y la culpa. La autora nos demuestra que la realidad no es única, que el alma de los hechos puede suponer la creación de una realidad tan vivible como cierta, tan dolorosa como un desengaño o un atropello.

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