En su página persona, Gsús Bonilla se presenta a sí mismo como jardinero y poeta. Este volumen aúna las vertientes de su personalidad, y no en vano alcanzó el Primer Premio Internacional de Ecopoesía Valle del Jerte. Jardinero y poetadeconciencia crítica también es conocido como activista cultural. Su labor literaria no se circunscribe a la poesía, también es autor de aforismos y de collages. En el prólogo, María Ángeles Pérez López nos informa de que arboretum designa una arboleda plantada con fines científicos, es decir, cada poema es un árbol, es “una doliente necrópolis vegetal, un obituario de resina donde cada árbol nombrado recuerda sus dones”: “En esta biblioteca / al aire libre / cada tronco / es un volumen /…/ cada hoja / un libro abierto // con su historia propia // con su tradición / de pueblos hundidos” (Arboretum). Al final del volumen, en una Asamblea de notas nos aclarará el autor el origen de cada noticia de la que parte cada poema.
Este catálogo de especies funciona más como un índice de denuncia que como un artefacto botánico. Aunque cada poema se sostiene por sí mismo, el trasfondo que le da origen, que lo motiva es imprescindible para comprender el compromiso del autor con una realidad en la que el sufrimiento y la injusticia hacen necesaria la denuncia: “De todo este desastre se ha de destacar / la dulzura caducifolia del árbol bostezando” (Liquidambarstyraciflua). Una parte importante de los versos reivindican el valor, no especialmente monetario y no especialmente simbólico de los árboles protagonistas: “No asumís los paraísos que intentan florecer / que desean prosperar a pesar de la ciudad // Ovillados antes que doblados, retorcidos / igual que yo” (Elaeagnus angustifolia); “Reivindiqué mi madera / la importancia de los pájaros /…/ Yo ya fui el álamo abatido / no seas tú quien bese el suelo” (Populus alba); “y ha sido para mí un gran placer / haber podido ofrecer mi sombra para ti / para los tuyos, no lo olvides” (Platanus x hybrida). Es la mirada de un jardinero que los cuida y los escucha, que sufre con ellos: “Desee mi muerte, conté uno por uno / los días que restaban hasta ella / sin embargo, no lloréis ahora mi ausencia: // sentirme cerca de nuevo habladme” (Cercissiliquastrum); “Quien si no, escribirá con su resina / el próximo obituario” (Jacaranda mimosifolia);“Volveréis a la fragancia de los tilos / a las sendas lineales de los parques /…/ porque siempre hemos estado ahí, tenebrosos // esperando la llegada de los bárbaros” (Tilia x Europaea).
Las reivindicaciones del poeta no tienen que ver con panfletos ni consignas, son más bien el minucioso recorrrido de quien comprende el ecosistema, del poeta que contempla el cuadro en su conjunto, que reinventa las palabras para que sirvan de testimonio: “Y en vez de rendidos epitafios / y flores para otro mundo / portará entre las manos, fruto de la melia / un sonajero / y en la boca el mordedor de tierra // que te alivie las encías / y calme un poco de tu llanto” (Meliaazedarach). El material plástico que ofrecen las distintas especies de árboles le permite ir desgranando matices, empujar a los poemas en diferentes direcciones, como la no resignación ante la fatalidad: “No estas las cenizas producto del incendio” (Acer platanoides); “si nunca soporté la serenidad de las podas / mutilado descanso en paz / en los caminos hacia la vida eterna” (Koelreuteriapaniculata).
Sitúa en diferentes espacios y tiempos, por ejemplo, Quercus virginiana versa sobre Mary Peak y su escuela para afroamericanas, o la guerra del Chaco (Ceiba speciosa) o los activistas de Canadá para proteger el bosque de las motosierras (Chamaegapavisnootkatensis). El autor, para hablar de las injusticias y los peligros toma el punto de vista del vegetal, ese que no puede huir, que está arrojado al mundo que no comprende y que le avasalla: “alentadas sepulturas y floreros de vidrio / sarcófagos vegetales y desamparo / que la tierra misma reclama” (Parrotiapersica); “Quizás el mundo arda –porque ha de arder– / y no exista una tabla de verdad a la que asirse” (Acacia tortilis); “Cuántas historias / sobre vergüenzas y catástrofes / albergan todavía los poemas // tantas, como malas construcciones / en el cauce invisible de los ríos” (Cedro sp.).
El propósito, como comprendemos en varios poemas está servido: “Quisiera compartir contigo / el bolsillo de la humillación / y el precio de los alimentos, pero / no albergo bueno, gozo o gratitud” (Malussylvestris). Más claramente: “se trata, entre otras historias, / de devolverle al papel / su condición de árbol // su dignidad / de naturaleza viva” (Sequoiadendrongiganteum). Gsús Bonilla apuesta por la redención que la naturaleza nos brinda: “Si no bastase una flor / Si no es suficiente floración / ¿Qué haréis con nuestros hijos /…/ ¿Qué otra atrocidad seréis capaz de concebir?” (Pyruscalleryana). Y nos advierte claramente al final de este doliente y certero volumen: “y que no se os olvide / que la última llamada de auxilio / fue un aullido” (Epílogo).
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