Segundo libro de la cartagenera Anabel Úbeda. En el prólogo Ani Galván hace hincapié en lo sugerente del desvelo, su carácter liminar, aunque, en líneas generales, es menos onírico que Visiones del refugio azul (Boria, 2019). Comienza con citas de José Cantabella, Izal y Alfonsina Storni, unas coordenadas amplias referencias culturales. Una poesía la de Anabel Úbeda muy incardinada en la actualidad, desde las referencias, como decimos, hasta el vocabulario tecnológico no convencionalmente poético que se cuela entre los versos. Hay pantallazos, “Se emborronan los píxeles de tu reflejo cuando te reproduces en extraños”…
En todo el poemario hay un tú, un diálogo básico, un Otro interpelado (“Cae del centro de tu cuello todo el peso de la suerte”), advertido (“eres un grito en la inopia / sin un hogar más definitorio que el del asilamiento”; “tallas un deseo que no llegará a la otra orilla”), explicado (“Traición convertida en mudanza, / la música devastadora que desdibuja tus yemas / cuando deseas retomare desde lo más profundo. / Tu abismo multiplica desconexiones y plegarias / hasta que descubre los votos que un día te hiciese”).
La segunda sección, Crónicas, se inicia con citas de Antonio Machado, Ángela Figuera, Raúl Quinto: “El olmo seco ahora prisión / donde te robaron el minuto de voz nítido, / el sueño de recortar la memoria / y releen sus lecciones, / es esa patria que no verá la luz”. Estos poemas van situándose en la realidad social e histórica, son palabra en el tiempo, pero un tiempo muy concreto: “Hablaba de la “España vaciada” /…/ la Santa Compaña accidentándose en desiertos, / donde la soledad se curan de olvido”. Además de las referencias literarias, como Carmen Conde (“Carmen Conde escucha las alarmas en el litoral republicano / olía el plomo y el ruido, proyectiles acaparaban la diestra de los aljibes / una generación balbuceaba a más de mil kilómetros”), en el largo poema Álbum, los recuerdos familiares son los protagonistas mientras se contextualizan en la historia: “Mi abuela se arregla el cabello siguiendo con su sacramento, la observo y siento que no volveremos ser la misma. Toma el perfume, me ofrece la esencia y yo declino”; “En mi garganta hecha de cicatrices reservo el sabor del té con leche que calmaba mis nervios. Mi abuelo compensando las ausencias”. Anabel Úbeda conjuga con precisión la historia con mayúsculas y la microhistoria personal: “Ahora solo una risa, la del heredero, diluye la distancia irremediable, la de las generaciones. Solo un cordón umbilical retalla las sonrisas, la certeza de arrancan la soledad”.
Santa Teresa, Cervantes, Emily Dickinson y su admirada Adrienne Riech encabezan Diapositivas. En esta parte el deseo cobra mayor protagonista, las emociones son más intensas: “Mi frente supura humedad, sabe que no habrá sombra portal y hombre / capaz de guarecerme de / este ardor”; “Arranco las ilusiones de las palmas de mis manos”. En la relación con ese interlocutor hay momentos de incertidumbre: “Te aproximas a mí, con la boca prendida de alevosía, / Pronuncias esa frase, que contiene nuestros nombres. / Sola, nominal, todo me parece ajeno”. Son momentos de sufrimiento y decepción: “Mi sangre es pasto de ansiedad”; “no estuviste conmigo, yo estuve sin mí”. Así como la necesidad de refugio: “Hacia el albor de los tiempos regreso, / el recreo que ahora vigilo / está lleno de esperanzas /…/ Con esa misma pasión por comprender a los otros, / bordeo las líneas recorro los patios / sin soltar la mano de la niña que fui”.
En la última parte, titulada oportunamente Diario, tiene un tono más intimista, más de diálogo con una misma. El tono también se vuelve más sombrío: “frenas el invierno te dietas otoño”; “me siento apátrida hasta que tu mano alivia la tormenta”… Y, recuperando el título de su primer libro, existe un anhelo de amparo y refugio: “Abandonar todo lo creado sentirme aquí”; “No existe un refugio /…/ me despedía de aquella otra vida / y tomaba el camino contrario: / convertir en norma el desvelo”.
Son los versos prescripciones contra el dolor: “Oras, y sin darte cuenta resuelves las hojas que componen mi cuerpo /…/ Oras, en cada inspiración siento tu infancia rota”; “Allí, dolor, ya no estás conmigo”. Procedimientos para evitar el sufrimiento: “Inhibo mis sentidos en la rutina / que me ha robado la palabra /…/ Las sombras duelen, / también fui yo”. Un anhelo primordial de los afectos tras la herida: “y así dudo de si se puede amar a Dios / y al hombre /…/ de si aún puedo enamorarme sin pediros permiso”. Aunque se atisbe un brillo de superación: “hoy vuelvo, / dispongo una media sonrisa, / tengo la certeza de tu abrazo” (Las yemas de Asfódelo). Al final del libro hay un valiente manifiesto vital, de reconocimiento y esperanza:
“Soy todos los puntos del dolor de mi cuerpo
que mi mente une en constelaciones
/…/
Soy esta indolencia, la náusea
que emana en línea recta hasta el filo de mi boca.
/…/
Soy mi peor enemigo y, aún así,
me sostengo como una columna
esperando de oro la misma sinceridad,
la misma dureza
con lo que yo me corrijo” (Doble (o)culto III)
Decíamos al comentar Visiones del refugio azul que iniciaba un viaje iniciático, traspasando la línea de sombra que deja atrás la adolescencia. El espacio liminar del desvelo avanza en esa línea de sombra con madurez y oficio, mirando cada vez menos hacia la infancia y asumiendo el pasado –personal, histórico– con fuerza lírica y determinación vital.
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