miércoles, 17 de abril de 2024

Reseña de José María Cumbreño. ‘Los mapas transparentes’. Pretextos poesía. 2023. III Premio de Poesía Antonio Rodero García-Nieto

 Los mapas transparentes: 1834 (Poesía)


“Las palabras son mapas” dice Adrienne Rich en la cita inicial, pero deberíamos recordar aquella viñeta de El Roto que subrayaba, “No importa el color de los mapas, sino quién dibuja los mapas”. Esa es la clave de este último libro del poeta y comandante de Liliputienses, José María Cumbreño, que ha merecido el III Premio de Poesía Antonio Rodero García-Nieto. En el reciente volumen La escala de las cosas, el filósofo Fernando Broncano comienza con una reflexión sobre los mapas y nos recuerda que no son solo aquellos dibujados en papel o disponibles en una pantalla. Los mapas son artilugios materiales y culturales, que definen el espacio en el que vivimos y el que vamos a conquistar.

Irónicamente quizás, José María Cumbreño comienza su libro con la sección titulada Mapa mudo: “Cada mapa tiene su propósito /…/ Recorrer todas las fuentes / y han la misma pregunta en toda ellas. // Soñar a ras de suelo”. Se pregunta por un lado “¿Cómo representar / lo que cambia con el tiempo?” y por otro admite que “El dolor no desaparece / aunque se conozca su causa”. Los mapas son la manera de orientarnos y lidiar con las distancias, algunas de las cuales son ya insalvables: “Nunca más podré llamar a mi padre / por teléfono. / De hecho, ya le han dado su número / a otra persona”.

Como en otras ocasiones, el poeta recurre a una técnica del collage, donde podemos espitar aforismos, pequeños poemas en prosa, reflexiones poéticas que no caben en versos, ironía y dolor. Como dice al principio de la segunda parte, Mapa político, “Los mapas existen / antes que las palabras”. En su manera de amar la poesía, Cumbreño desconfía de las palabras. Algunas nos dirigen la atención (“¿Sabes dónde tienen que mirar?”), otras veces nos remiten a lo incognoscible (“El pasado es un territorio / que nadie puede poseer”) y, a veces, son maneras casi impropias de tener conciencia de la realidad. En esta ocasión, podemos utilizar la imagen del poema: “A veces las distancias se calculaban / contando las paladas de los remos, / la cantidad de esfuerzo / que hacía falta / para llegar a un sitio”.

Los mapas le sirven también como juego metafórico: “Si se aprende a doblar un mapa / correctamente, / al menos durante el tiempo / en que permanezca plegado, / allí será aquí, / algunas vías dejarán / de ejercer de fronteras / y servirán solo / para bañarse / e incluso habrá desiertos / que por fin conozcan el mar”. Porque, como sabemos quienes nos hemos perdido en los atlas cuando niños, “En un mapa, / un espacio en blanco / señala un lugar / que nadie ha visto / o que nadie recuerda”.

Mapa físico es la tercera sección donde se incide en la materialidad de los sentimientos –y los mapas–: “Todos los mapas presuponen / que quien los usa / sabe dónde se encuentra”; “Los ciegos usan mapas en relieve, / prueba / a reconocer con los dedos / la diferencias entre los espejismos / y el desierto”. Y como reflejo de la materialidad, una manera de oprimir y comprimir: “Un país sin fronteras. / Un zoológico sin vallas”. En Mapa de tránsito, se presta atención a la manera de situarnos como homo viator. En el viaje entran en juego muchos presupuestos y emociones que sortean la incertidumbre: “Si se usa una escala muy grande, / se muestran detalladamente / todos los caminos / por los que podremos perdernos. / Si se usa una escala muy pequeña, el miedo deja de verse”. El viajero transforma con su mirada el sitio donde llega: “Las ruinas / son una atracción turística”; “Con frecuencias, los nombres de los lugares / suelen son más interesantes / que los lugares en sí”. Las reflexiones recuerdan mucho a las aportaciones del antropólogo Marc Augé.

En cuanto al mapa como metáfora, José María Cumbreño recupera parte de sus recuerdos como forma de análisis donde la materialidad de las palabras juega con los significados en un espejo barroco: “Fui y soy tierno / la misma cantidad de letra: / exactamente / una menos que seré. El optimista lo consideraría como la prueba irrefutable / de que los mapas conducen a algún sitio”. En este sentido,  “Un libro de poesía / es un barco que se acerca / demasiado a la costa”; “Un libro de poesía / es un atlas de naufragios, / un punto sin dimensión, / un cuaderno de desvíos”.

Planisferio es la última parte. En ella se da cuenta de cómo estamos desorientados en estos tiempos inciertos, tanto a nivel personal (“Cuando algunos días / trato de recordar los motivos / por los que sigo caminando, / me siento como si cartografiase/  una llanura / donde ha habido una guerra”) como general (“Orientar viene de oriente. / Así creemos saber / dónde estamos / solo porque el sol sale todos los días / por el mismo sitio”). En cierta forma es una manera de aceptar que “Cada vez menos cosas. / Cada vez dudo más de toda”. Y un mapa es una buena imagen para resumir esta deserción cognitiva vital: “En el fondo, / representar en una superficie plana / un accidente geográfico / es como puntada que las cosas / podrían haber sido de otra manera”; “A esta altura mi vida / se ha vuelto un mapa transparente / en el que no soy capaz de reconocer / ningún lugar / y donde nada está / donde debía estar”;  “Mi sombra tiene la forma de un país / que ya no existe”. Son versos de un poeta lúcido en su perplejidad ante la vida. Pero, recordemos,

“Esto no es literatura

es canibalismo”

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