Acaba de fallecer la peruana Julia Wong. Licenciada en Derecho y Ciencias Políticas, publicó, entre otros, Mongolia (2015), Aquello que perdimos en la arena (2019), Un vaso de leche fría para el rapsoda (2016), Pessoa por Wong (2018), Tequila prayers (2018) y una Antología poética en 2020. Residía en Portugal aunque había vivido en China, México, Alemania y Argentina. La Tercera Guerra Lunar se compone de una serie heterogénea de textos. El primero parte de una maleta: ‘Dejé la maleta samsonite en la puerta de su negocio. Les dije que estaba llena de cosas que habían significado mucho para mí los últimos veinticinco años”. Escritura fragmentaria como fragmentaria la personalidad, cruce de culturas que se identifica con el Pessoa de los heterónimos: “No tengo para dar limosna. / NI soy feliz. / No le di ningún gusto a mi padre. / No soy una buena escritora /…/ Eso fui siempre, la chica enamorada de ti” (Poema escrito en pésimo alemán).
Lo primero que llama la atención es la extraordinaria cualidad poética para encontrar imágenes: “Una paloma ortodoxa se arranca los ojos y baila consigo misma” (Pasha y el vestido de novia de mi madre); “El espectro del tigre me visita. / Me dice: «hasta la belleza de Europa pasará»” (Huesos de tigre). Su sensibilidad lírica está cargada de contundencia ante la injusticia: “Tan arbitraria la vocación del hombre” (Cuerpos irrepetibles); “En mi cartera no hay dinero. / Ni fe. / Solo lo innombrable” (Cuerpo irrepetible). Se enredan temas más íntimos, más personales, dentro de lo afectivo con perspectivas más sociales: “Y las cicatrices en tu plexo no me pertenecen / Ni tu pariente dispuesto a violarme al lado de un canasto de setas” (Variación sobre una negación primordial). Un compromiso exquisito con la escritura, un amor al lenguaje, a los idiomas y una clara denuncia (“Y ni siquiera puedo imaginar cómo buscar a quien interprete / esos cantos nocturnos de desesperanza”, Lecciones bucales), que se centra, sobre todo a partir de la segunda sección en la Guerra.
No aborda el tema desde ningún cliché, al contrario, va avanzando en círculos concéntricos, desde la experiencia personal que tiene tanto que ver con la literatura: “Crecí envuelta en lecturas” (Lo imperturbable); “(…) John Milton me había enseñado que todo esté perdido, no importa en qué idioma hable”. Pasa por los afectos: “Cuando el corazón está mal iluminado / porque la alcancía en forma de anciano tranquilo y decoroso / ya no puede contener la esperanza” (La alcancía); “Veo un anciano que rechaza el idioma de la virtud / La venganza y sus ídolos desvelados. / La luz y sus causas se filtran violentas por su cabeza rapada” (Pasha y la guerra). Y culmina abordando el tema directamente: “Es una guerra real la que peleamos / Desde las oraciones robustas y grotescas de lo vulgar” (Pasha y la guerra). Y sobre todo, el homenaje a Vallejo, Ucrania, aparta de mí este cáliz, y Un sohno de paz, que presenta en versión castellana y en francés: “Este es el mundo que nos han dado. / No es Putin ni Zelensky. / Nadie es bueno ni malo /…/ Porque culpamos a Putin y a Zelensky / Pero los que empachamos de pólvora a Rusia y a Ucrania / Fueron nuestras angustias por el espacio / Por tener flores de plástico y cadenas de supermercados”.
Que la siguiente sección se titule Karma no es casual, es una anhelo de justicia: “La esperanza de verte o sentirte es casi un grito seco. / No se oye /…/ Luego te sacaste esa máscara / Porque estabas buscando la raíz aria de los genes ayayeros // Y te fuiste otra / Y otra / Y otra / Y de cada máscara que caía, aparecía otra más tenebrosa” (Comedia de dolores ínfimos). Y, como vemos, Julia Wong habla en estos versos entreverando la experiencia personal y la colectiva: “No sé si es la lengua escarlata y gruesa de Alemania, los recuerdos, las ideas que provocan, los campos hinchados de ovejas arrechas, los girasoles quietos, más amarillos que el sol. // Si pude haber dicho que no a la nieve derretida” (Entre alegría y desasosiego). La posición poética es desgarrada, desde las entrañas: “La sangre es la piel traslúcida en un río de preguntas” (Un festival de oídos en medio de una cerveza vieja); “La muerte vendía como el fin de esa terrible desolación e inoperancia que me abruma desde niña. Nunca sentí que mi aspecto empieza en una sana adjetivación” (Genealogía de un suicida). Y podemos apreciar su fascinación, no solo por Pessoa, también por Goethe, Herman Hesse o Bach, Sylvia Plath.
Las experiencias narradas en primera persona son de una crudeza enorme, como en Genealogía de un suicidio: “Yo tenía apenas nueve años y él muchos más, incluso si juntara los dedos de mis manos y mis pies no alcanzaría a contar su edad. (…) Tenía muchos más años que yo y su deseo por mí era tan grande que me hacía desearlo también”. Necesita el contrapeso de la última parte, la llamada Luna, en la que puede atisbarse que las angustias van a continuar (“¿De qué idea me protegeré? / Ante quién me arrodillaré / A qué dios le entregaré mañanas, murallas, sangre /…/ Qué sexo esconderé y cuál será el oficial?”, Otra guerra santa) y un afán de serenidad: “Si respiras lento y profundo como un olivo cuando descansa” (Automatismos lusópata).
Descanse en paz.
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