Mara Leonor Gavito compuso Transmigráfica entre el lado de allá y el de acá, desde Buenos Aires (1997) hasta Jaén (2015). Desde entonces podemos acertar a verla en algunos recitales de poesía o realizando algunas colaboraciones literarias. Este volumen se recrea en el hecho de la migración en el amplio sentido de la palabra. De un continente a otro, de un alma a otra alma, de una boca a otra boca. En el primer capítulo, Con el viento en la boca, se reúnen poemas en los que la comunión entre los cuerpos se entrelaza con los desafíos del lenguaje y el deseo: “Solo quedarme así, / con la palabra / arrancándome la boca”; “grito / y de mi boca solo sale / un hueco parecido al silencio”. En suma, dice Mara Leonor Gavito, “estoy derrotándome / sin excusa” (Paria). La relación es un desafío, una lucha (“En este juego / no hay posibilidad de empate. / Siempre hay alguien / se gana la derrota”) en la que poco puede hacer la palabra escrita: “Esa mano escribe en un papel para contarlo, / se cierra con furia, aplastándose sobre sí misma. / No dice nada más” (La tarde); “¿Y cuántas palabras tendrá que decir / hasta encontrar alguna certeza?” (Encrucijada). Tan solo queda un paisaje desolado, tan parecido a la intemperie: “este frío invierno calculado para el calor de los cuerpos / esta ciudad nos cobija desamparándonos” (Ciudad afuera).
El segundo capítulo, Primer hogar, cambia de registro y parte de una narrativa, una presentación general (“Otra triste alusión a la lluvia”, Primer hogar) para luego llegar al deseo carnal: “mejor la cama tu mano / mi mano te acaricia la saliva / el aliento las manos el vientre abajo / un segundo tus ojos se cierran / la piel el segmento entre el hombro /y el cuello las pernas mis pechos tu boca / mi boca tu sexo ahora más que ahora / todo lo que resta de ahora es más / y lo que fue hasta ahora / pero ahora ahora / amor ahora” (Primer hogar). La consecuencia traerá un nuevo ser: “se hace lugar como una palabra / que está por ser dicha” (Preñez). Llegan los poemas dedicados al recién nacido: “perfume de recién nacido: / bandada de pájaros / que hacia el cielo / se eleva” (Nana); “el mundo es maravilloso es amplio y es tuyo / cuando juega sobre las palmas mullidas / de tus manos naves” (Helena). Con esta revelación cambia el argumento: “La tela se descorre y descubre el fondo: / llamamos / amor al egoísmo / y / felicidad al engaño”; “No has aprendido a hacerlo de otro modo, / reconocés la felicidad / a la distancia / cuando ya es recuerdo”. Se abandona la protagonista y se transforma la relación: “la cama matrimonial / y un espejo en el que se reflejarán / nuestros cuerpos durmiendo distanciados / con esa bronca seca / creciendo entre nosotros / como otro hijo” (Casa nueva, vida vieja).
Nada dejó mantiene el erotismo en los versos: “Quiero que me acaricies y que me dejes plácida, / dormida como un cristal vuelto hacia lo oscuro /…/ Te pido demasiado, seas quien seas, / te estoy pidiendo el generoso milagro / de borrar mi memoria”. Especialmente en Celebración. Vista desde la perspectiva del paso del tiempo, dice la protagonista: “Solo pido / que las yemas de mis dedos / sean tan prodigiosas para el recuerdo / como lo han sido para el placer” (Territorio). Y luego ruega: “Esperanza sin destino / déjate caer”. Noche adentro, por el contrario, describe el proceso tenebroso de la distancia: “mientras tu boca / se llena de inútil saliva / y mastica / un lento y doloroso / silencio” (Poética); “No soy yo la que te llama: / solo de detrás de las paredes / en la noche” (Alborada). En este contexto, un poema dedicado a la violencia machista: “No es necesario que me grites, / que me insultes, que me digas puta / o imbécil o no sirves para nada /…/ solo basta con que, / dejando fluir tu naturaleza ancestral, / me vayas convenciendo, / poco a poco, / de que soy / tu criada" (Violencia de género).
El tiempo y el hijo es el último capítulo, que sirve casi como de conclusión. En un principio parece una rendición: “Primavera, / ahora que ya no soy capaz / de sentir nada” (Anhedonia); “Vivir es ir perdiéndonos, / irremediablemente” (Generaciones); “Hijo, tienes razón / –y esto no te lo digo– / no hay árbol nuevo ni hoja nueva / que pueda consolar / la tristeza de la historia sola / de cada hoja” (El tiempo y el hijo). Sin embargo, para terminar, es la esperanza lo que perdura: “Sigo buscando de pie / el poema que vertebra / mi columna anquilosada /…/ Títere sujetado por hilos imprecisos, / que también se vence / con el paso del tiempo” (Transmigráfica).
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