Este nuevo poemario de Patricia Iniesto goza del prólogo de Andrea Aguirre. El título proviene de un poema de Jauroz que inicia el poemario junto con otra cita de Louise Glück. Tras Cosmogonía de la luz y del invierno (Oblícuas, 2021) y Las formas del viento (Ediciones Vitrubio, 2022) llega este definitivo Toda palabra es una duda en el que condensa lo mejor de su poética. El volumen está organizado en tres grandes dudas, Primera duda: La edad de los anfibios; Segunda duda. El quejido de las luciérnagas y Tercera duda: La ira de los calendarios. Parecen estar definiendo tres edades, tres momentos vitales. El primero sería el que está entre dos mundos, de introducción a la vida adulta, su idioma particular, su realidad definida: “Las palabras agitan tu lengua de pez / la elipsis donde se trunca”. Es la preocupación hacia el lenguaje lo que marca el rito de paso: “Aún no existe la palabra precisa / pero tu cuerpo expande sus raíces / sobre los sedimentos mudos, / nódulos primitivos / donde comienzan a nombrar / la claridad del mundo”; “También tu mano fue libélula / y buscó el lenguaje / a través del trazo líquido de la infancia”; “¿Qué fonemas de escarcha te habitan?”.
Pero también están los recuerdos que indican el origen radical de lo cierto y de la esperanza: “Aún no has olvidado / que existen océanos en blanco y negro. /… / Que algunos insectos sueñan mundos azules. / Y que hay lugares donde a veces duerme / el lenguaje de la luz”. Y, por supuesto, el nacimiento a la poesía: “En la raíz húmeda del recuerdo / se oculta el primer poema”; “La palabra anfibio significa / ambas vidas / También mi piel / conjuga distintos tiempos verbales”.
Los elementos de la escritura (estilísticos o conceptuales) van describiendo los distintos desafíos en la madurez: “Callas para que no se quiebren los peces / que aún duermen en tu boca”; “Te ocultas en un bosque de miel y sombras. / No comprendes de qué cuento clásico regresas / una y otra vez”. Con especial acierto en: “Después supiste del locus amoenus /…/ Pero tú ya habitabas en los túneles / de tonos desvaídos / y en la mueca envejecida / por la ficha azul de los pájaros”.
Este tercer poemario de Patricia Iniesto puede ser quizás un poco más críptico en la medida que se forja en el simbolismo: “Tu cuerpo rechaza la forma del mundo / niega su áspero contorno /…/ ¿Desde qué océano reconstruirás / tus ruinas?”; “La luz es un espacio donde habita / el temblor ciego de todos los dioses”. La fuerza lírica de los versos habla del dolor y de la transformación: “Observas tus manos. / No puedes apartarte de ese escozor / donde se dilata el peso oculto / de todos los pronombres”; “Qué metamorfosis se esconde detrás de cada naufragio”. Pero sobre todo, al terminar esta fase, de un férreo destino asumido por la poeta: “He llegado hasta aquí / para evocar lo que no existe / para replicar los sueños que golpean / mis recuerdos / con la afonía voraz del hielo”.
La Segunda duda. El quejido de las luciérnagas continúa el proceso que asume el paso del tiempo (y me trae a la memoria el poético largometraje del Studio Ghibli, La tumba de las luciérnagas). Memoria y tiempo se van hibridando: “Has regresado para enfrentar mi quietud al viento”. Patricia Iniesto domina el lenguaje tanto como para prescindir de él: “Pero no me hacen falta las palabras / para convertir la oscuridad certeza / ni para recordar cómo se forja el dolor de las heridas”. Los poemas se revuelven entre la luz y la sombra: “Dijiste una vez eres luz / y olvidaste después / el quejido de las luciérnagas”; “Qué hueco / qué herida ciega te reclama”. Es el lenguaje el campo de juego, de lucha que se infiltra en la realidad: “Desde ese abismo invento las respuestas. / Las extraigo del esófago de las charcas / y las lleno, finalmente, hasta los estambres mudos / de mi voz”; “¿Qué parte de ti sobrevive / a la torpeza del verbo?”. Si es cierto que los límites del lenguaje son los límites del mundo, estos poemas se alinean den estas disquisiciones.
A partir de este punto, Patricia Iniesto apela directamente la respuesta en la búsqueda de refugio ante la intemperie: el frío del invierno (“La voz desdentada del invierno / sigue escondida en algún armario /…/ Como si fuera un animal perdido. / Como si no supieras / de su inmortalidad fingida”; “Tú observas a ese cuerpo que te pregunta / por qué hibernas / en el latido clausurado por la luz”), el pozo (“¿A qué pozo sin nombre llamarás cobijo?”), los fantasmas (“Se han llenado de fantasmas / todos los espejos”), la muerte (“El tiempo no se define / cuando se fuerza el ala muerta / de los pájaros”). Son elementos de desolación muy habituales en la autora, como la simbología de la escarcha: “Adivinas bajo la piel / el leve peso de la escarcha. / No hay paso que no arrastre / su dolor hacia la nieve”.
Encontramos momentos en los que se amplían los dilemas vitales: “Persigues dinosaurios bajo el pentagrama de los charcos”. O se pregunta “qué boca comprende la inmortalidad de los dioses”; “¿Qué hará con todas las horas que ya no se detienen? / ¿Con todos los huesos que se hinchan en tu vientre / como los charcos bajo la lluvia?”. Termina el bloque hablando de la recuperación: “Has olvidado por fin / el último naufragio”.
Por último, la Tercera duda: La ira de los calendarios, nos habla del paso del tiempo. Sirve casi como el colofón que deja abierta la ventana a lo venidero:
“Tu mano, toda tu mano sostiene la edad del universo, hormiguero sonámbulo que resuelve las crías de la noche. Pero qué sabrás tú de la ira de los calendarios o del alfabeto que no reconoce el filo mustio de las estrellas (…) Pero, qué sabrás tú de las fauces calladas del invierno, contestas, ignorando que lo sostienes desde el sigilo de tus cartílagos rotos.”
Cierra Patricia Iniesto este intenso poemario con una especie de rezo de esperanza serena que inspire la felicidad de encajar en el universo: “Cierro los ojos para anticiparme a la noche /y que quepan de golpe en ella / todas las estrellas”. Asume a través de la belleza el futuro dolor y las futuras bondades. En el fondo, cierra el cuestionamiento sobre la capacidad del lenguaje para comprender el mundo o para comunicarnos a través de la poesía.
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