Psicóloga y pianista publicó en 2023 Detrás de los espejos (Olé Libros), finalista del Premio de Poesía Eloy Lozao 2022 y del III Premio de poesía joven José Antonio Santano, 2023. Este es un viaje hacia el territorio de la infancia incardinado a la orilla del mar. La primera parte se titula El murmullo del agua y en ella se van sucediendo postales de momentos de la niñez. Comienza con Canción del agua donde da testimonio de la perplejidad del tiempo que pasa: “La vida engulle el surco del pájaro / y un día, / al mirarte al espejo, / no te encuentras // Has conocido el dolor / de la hierba salvaje aullando enjaulada”. Una mirada a los primeros años en el colegio, con las nanas, las eternas preguntas a los padres: “Infancia que no grita en el recreo / observo la vida /…/ Cántale bajito, mamá, / para no crecer tan rápido” (La hoja azul del limonero); “¿Es el agua, / o es el oro? / –padre, dime– / ¿o es la mano la que cumple?” (Un día en la catedral). Ya en estas conversaciones aflora una poesía esencial, primigenia: “La niña empieza entonces a escribir y se siente más acompañada / entiende que siempre tendrá el pelo rizado /…/ y tiene la certeza de que de haber nacido hoy, aquí, en este mismo sitio // solo podría ser / testigo del naufragio / o poesía” (La niña de los cabellos rizados).
Tardará en aprender que no es posible mantener el pasado intacto, ni recuperarlo: “Mucho tiempo después han aprendido: / No es posible olvidar a tus muñecas / no es posible olvidar a un caracol” (Salvar un caracol). Sabe Alba Irene González que es inevitable renunciar a tanto en el proceso de maduración: “Ignoro en qué momento / olvidamos el impulso de intentar / parecernos a los pájaros” (Los columpios). Describe ese proceso como el de buscar un refugio: “Cueva era hallarse en una mina / como se hallan lloviendo / las nubes en otoño /…/ Repudia la luz, / el despertar confuso / en la cama / de un dormitorio ajeno” (Despierta); “Te esculpes hacia dentro / como un hueco, ser de cueva” (La distancia de las islas).
Sin embargo, desde el primer poema de la segunda parte, Cuando rompe la mar, confiesa que “Mi boca / eligió no madurar / y no teme, / ni se sabe proteger, / ni huye cabalgando a media noche de la herida” (Mi boca); “La liebre es estatua, es mármol, se niega a crecer” (El viento duerme dentro de la jaula).
“Celebramos.
Hemos sabido multiplicar el miedo
de nuestros ancestros,
el juego del gato y el ratón
nunca fue un juego
/…/
Pero de todos los seres, yo soy el más miedoso:
tengo miedo a mi infancia, a mirar a los ojos, a perder a quien quiero
temo a la soledad o a dejar de escribir,
tengo miedo al orgullo,
tengo miedo a tu mano
tengo tanto
miedo a todo
que a veces me descubro delante del espejo
temiéndome a mí misma”(Miedo)
Los poemas de esta segunda parte hablan de otro proceso de maduración en el que el mar es más que un escenario, es un símbolo: “Yo soy mar / dejo caer mi cuerpo / y me empapo siempre entera / de sal /…/ el cabello, las caderas, los pulmones, las líneas de mis manos. // Y me baño siempre entera en las corrientes” (Tratado sobre el mar y las gaviotas); “Las costas erizándose / en tus sábanas / blanco como espuma / bajo mis pies descalzos / vestigios de arena” (3:30 PM).
En el proceso hay decepciones y desengaños: “Intentar trazar límites al mar, / pero siempre hay un borracho con la piel quemada junto a una botella de bourbon, / siempre hay un gato con la oreja herida / o un niño descalzo” (Taberna de Old Port); “Sé de la soledad de los nombres propios; / su aliento silbando en mi nuca eriza las noches” (Nombre propio). Y, sobre todo, un dolor que la autora sitúa en el mar: “Hoy se desata el silencio como se desata una voz, / como se desatan temblorosas los barcos pesqueros / en las orillas de algún muelle carcomido por la sal” (Detrás de los espejos). El último poema rescata la memoria y el presente en un ejercicio fuera de nostalgia: “De repente, todo me parece / como un sueño recurrente / extrañamente familiar /…/ Ahora, / el agua parece más calma y transparente / y todo cubra sentido /…/ sonrío, / en este lugar, / no existe ya / olvido ni recuerdo” (Cuentos de Sarawak). Alba Irene González nos lleva de la mano al mar, emblema de la infancia y símbolo eterno en el que rompen las olas y en el que vemos romper el pasado.
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