Marina Carretero Gómez es psicóloga clínica. Tiene ya publicados Escombros (2016), Los cuerpos (2019), Pneuma (2021) y está incluida en la antología Rojo Dolor (2021) que tanto tiene que ver con este poemario. Cuenta con prólogo de Itziar Mínguez donde dice que la autora “se enfrenta a la pérdida en dos direcciones: la pérdida de la madre y la pérdida del hijo/a nonato/ta”. El comienzo es desgarrador: “Mi madre hizo / –durante mi adolescencia– / lo único posible / para ser perfecta: // Morir” (Sentencia). Así de duro y sufriente comienza el poemario: “La orfandad también / me mató / la descendencia” (Desecamiento).
La autora toma como punto de partida de lo material: “Este cuerpo que es de nadie / que es cáscara y no cuerpo / que enfrenta al espejo no encuentra ya cómo // ni cuándo ni por qué ni dónde” (Deméter). Desde la perspectiva corporal biológica abarca el sufrimiento que tanto tiene que ver con las expectativas: “Hasta que pueda ser / mortal y prescindible / como el padre / mortal y tierna / como la madre /…/ hasta entonces, hija, / en sangre, a cada golpe / te sacrifico. // Hasta que no pueda enterrarte / no te abrazaré” (Mortal y tierna).
Otro punto de análisis tiene que ver con el uso del lenguaje, de cómo las palabras van configurando la realidad, la orfandad, el embarazo, la pérdida: “y dime / si cambia la lágrima al cambiar la forma / en la que los labios pronuncian la herida / coágulo cigoto embrión” (Finis); “ya estás acostumbrada a la sangre // coágulo, cigoto, hijo // ya estás acostumbrada al vacío” (Doce semanas) y, de manera, definitiva: “La matrona dijo bebé. / El amigo dijo niño. / El ginecólogo embrión. / Las mujeres hija. / El hombre gameto / El informe restos abortivos // Yo perdí el lenguaje / asomada / al / precipicio. // He llegado / al límite del mundo”. Las incoherencias del lenguaje van de la mano de la perplejidad de saberse madre y no serlo:
El cuerpo no sabe del miembro amputado.
Mantiene las mismas sensaciones
–el mismo dolor, picor, peso, temperatura–
Cuando se pretende el alivio ausencia,
desesperación de conjugar en presente
lo que ya está muerto.
Hijo fantasma, hijo amputado, todavía
la náusea
–no hay latido
me arrastra hasta el baño;
todavía este pecho, no mi pecho:
tu alimento. Dicen
–ya no
pero el sueño como una tela de araña
–yo noto cómo las entrañas
siguen haciéndote nido.
Ya no hay latido
pero sigues latiendo (Hijo fantasma)
Luego llega la dualidad entre la ciencia médica (“–y hasta cuándo / la orfandad de madre / dando positivo en un test–”, La orfandad), los profesionales como personas que interactúan (“El médico extiende las manos: // ¿convulsión solitaria en el baño / o despertar amputada de un sueño?”, Matrix). Marina Carretero está poniendo en cuestión el cómo la ciencia disecciona la realidad en compartimentos estancos que poco tienen que ver con la vida, que además, se desliza terriblemente hacia la muerte.
Sin embargo, lo más desgarrador del poemario son los poemas en los que se enfrenta directamente con los acontecimientos y la conciencia de la tragedia: “La niña sin madre es lugar / de la madre sin hijo /…/ me arranca de la no-existencia / único lugar en el que –desde ahora– / podré encontrarte” (Quirófano); “Ahora tengo que vivir siete días / con la hija muerta en el vientre /…/ A qué temer a partir de ahora / si ya he tenido dentro la muerte” (Aborto diferido). Confiesa Marina Carretero que “Llego al dolor como se llega a una isla desierta” (La noche más oscura).
En el proceso del duelo apenas si tiene sanación por la escritura: “El poema/ es / un / aborto / la poesía una hemorragia / escribir / escribir es solo / ir disolviendo coágulos” (Hallazgo); “Yo escribo sobre el latido / y el modo en el que cesa / –entre la ciencia y el poema– / mientras / en el silencio de la noche / oigo al no-nacido llorar” (Umbra). La poeta conversa como forma de expiación: “perdóname no-hija / por amarte antes de ti / por buscarte antes de ti /…/ de traerte así // sin retorno // a la muerte”. Pero sobre todo es un grito de desolación: “Habito un duelo que se conjuga en presente /…/ mi duelo es una ola salvaje” (Entropía). Un grito de incomprensión: “Cuando el amor tuvo latido / ¿cómo el temblor?” (Agujero negro); “cómo es posible // la muerte // el pulso en el que el calendario se mueve // y el tiempo, / sin embargo, se mueve” (Eppur si muove).
En la senda de la asimilación se toma fuerza (“No se puede temer a la muerte / con la ceniza en las manos”, Semillas de chía) o se clama hacia los demás: “¿Cuántas muertes hacen falta / para declarar una catástrofe?” (Placenta); “Las mujeres me miran a los ojos / y en su abrazo entiendo // cuánto nos hemos equivocado // al aprender a callar” (Conjuro). Pero hay, sobre todo, un proceso individual, interno para sobrevivir al desgarro: “mientras yo / me seco la hemorragia / me seco las lágrimas / me seco la vida” (Nido); “nada podría hacerte entender / que para el cráter de esta herida / no era tan necesario tener latido / como tener corazón” (Pero). Como avanzaba Itziar Mínguez en el título, la línea de unión entre la orfandad de madre y la orfandad de la poeta como madre cierra el círculo doloroso del poemario: “madre era ya tumba llena / madre me hice en vientre seco / todavía en orfandad /…/ La madre que no tengo / la hija que no soy / la madre que no soy, / la hija que no tengo // madre / ha / muerto” (Madre).
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