Canción y vuelo de Santosa es el primer libro de poesía de Gloria Alvitres (Lima, 1992), bachiller en Periodismo, comunicadora social, escritora y poeta. Poemas suyos han sido publicados en la antología de poetas mujeres de la revista Ínsula Barataria (Lima, 2017) y en la antología Liberoamericanas: 140 poetas contemporáneas (Liberoamérica, 2018). Ha sido coordinadora de la Feria Alternativa del Libro ANTIFIL. Sus trabajos periodísticos versan sobre temas de memoria, ambiente, feminismo. La ilustración de la cubierta es obra de la artista Lucero Huamani. Está reciente su último poemario, Presagio y sedición de la orquídea madre.
El debut poético de Gloria Alvitres es un compendio íntimo y visceral que explora los temas de la memoria, el feminismo y el linaje a través de un lenguaje lírico cargado de simbolismo. Es una estupenda introducción a una voz fresca y audaz en la poesía contemporánea peruana, que se distingue por su capacidad de articular el dolor, la resistencia y el legado con una profundidad conmovedora.
Desde el primer poema, Alvitres teje un universo en el que el vínculo con la naturaleza y las figuras femeninas de su genealogía adquieren un protagonismo central, especialmente en la primera sección, Sonqollay: “Nadie puede imitar / a una niña que retuerce las venas a los eucaliptos” (Preámbulo); “Abuela eucalipto, / sacrificó su piel / para llevarse en su regazo / las lágrimas de Papá lindo / el cielo / el de arriba / que se regocija congelado en sus nietos” (Canción). Encontramos un homenaje poético a la abuela, al eucalipto, y a la “mamita laguna”, quienes representan pilares espirituales y simbólicos: “Al pie de una tumba, / no hay razones para pedir que estés sobria. /…/ Y las veces que te vas solo un rato / nos queda ese dolor intermitente” (La viejita nos mira desde alguna altura) El poema Rezo para una laguna ejemplifica esta relación al mezclar una conexión terrenal y mística: ““mamita laguna, tú y yo somos hermanas de azar. // Me has reconocido como nieta. / Una niña que quiere morir en tus aguas. / Aunque las verdaderas poetas / como Alfonsina Storni mueren en el mar”. Esta comunión con la naturaleza se entrelaza con una reflexión sobre la identidad femenina y su resistencia frente a las adversidades, evocando figuras como Alfonsina Storni para subrayar la continuidad entre generaciones de mujeres resilientes. Del mismo modo, abarca la potencia metafórica de las palabras: “Un dibujo y una sílaba / no representan un gorrión, / pero suenan como un ave a imitan sus plumas” (Letra imposible).
La segunda parte, El primer lugar, quizás sea más narrativa: “Voy a matar a mi padre, le dije a Atilio Quispe / –¿Y dónde lo vas a encontrar?” (Versión mítica del padre). La obra también aborda las complejas relaciones familiares desde un enfoque confesional. Alvitres disecciona el vínculo con el padre y la madre desde perspectivas profundamente emocionales y críticas. La expresión terrible, “Mato a mi padre para no verme en sus ojos. Me evito la fatiga de ser yo o tratar de ser el otro que me mira desde el espejo” (El padre en prosa) refleja una confrontación con las herencias patriarcales, mientras que “En la frente de mi madre hay versos / con forma de caracol” (Caracoles para mi madre) celebra el poder creador y transformador de la figura materna. Estas imágenes encarnan el conflicto y la reconciliación inherentes al linaje familiar, quizás entendido desde una manera simbólica y arcana, conectada a la interpretación psicoanalítica: “Quién podría condenarte si eras solo una proyección, una suspensión de esperanza” (José lejos del pesebre).
La relación con el lenguaje en la esfera cotidiana da pie a reflexionar sobre las diferencias entre dos maneras de entender el mundo, lo masculino (“Santosa criticaba a los hombres / que no podían entregar sus secretos / a una mujer / pero tampoco al viento”, Un acuerdo roto) y lo femenino: “Vivo una enfermedad en secreto. / Lo ha detectado la madre / con ruda y olores del jardín” (Descubrimiento de Agustina) o “Al final Santosa tomó la piel de una hija. / Se arrugó hasta hacerse un guindón /…/ Todos vuelven al viento de la tierra” (Agustina la hija).
La tercera parte, Una habitación atemporal, se erige como una meditación sobre la identidad y la corporalidad femenina: “Soy mi madre convertida en fuego” (Declaración de inicio de semana). En poemas como Las hijas del destierro (“Nosotras las hijas del caos / jurábamos que la revolución nos salvaría /…/ Las hijas del destierro vivimos / un romanticismo comprado / somos otro cuerpo que nos posee / Sin prisa /…/ se van nuestras culpas / desvistiéndonos, / y nos limpiamos con la sangre / de nuestros antepasados”, Las hijas del destierro) y Útero demencial, Alvitres expone con crudeza las tensiones entre el cuerpo y la herencia cultural: “Mi útero se parece a la madre, / una trinidad sin afecto, / un portal de creación / uno sin Dios”. Este cuestionamiento de la maternidad tradicional y de las expectativas impuestas por la sociedad patriarcal se complementa con una reivindicación de la autonomía emocional y creativa de las mujeres: “Hemos encontrado consuelo entre nosotros / mirándonos las manos, / o llorando por nuestras confesiones, / y guarda, en tu pelo, / un campo magnético donde habitamos los dos” (Para las mujeres que me acompañan).
El libro también es notable por su capacidad de entrelazar lo personal con lo universal. En Simone y Santosa, Alvitres imagina un diálogo entre su protagonista, Santosa, y Simone de Beauvoir, reflejando una convergencia entre las experiencias locales y las ideas feministas globales. La presencia de figuras literarias y filosóficas otorga al poemario una dimensión intelectual que no disminuye su intensidad emocional: “La mujer rota tiene bordado en el ombligo la figura de una libélula, símbolo del conocimiento o un simple artefacto ornamental. Saca de las costuras de su cuerpo una niña. Un cuerpo remendado, unido con alfileres. Un ser pequeño y miserable, hecho de enfermedad y tempestad” (La mujer rota); “Santosa Munive de Junín, / Simone de Beauvoir de Paris, / se han encontrado esta noche /…/ Simone le ha dado a Santosa un libro oscuro y pesado / que no es una bíblica ni alaba a Dios, / eso que le dijeron de inclinarse a rezar, es todo falso” (Simone y Santosa). Y, como expresión de esa intensidad emocional, los versos: “Las emociones me brotan, / no se puede escribir en ese estado” (Las palabras se confunden).
El estilo de Gloria Alvitres se caracteriza por su economía expresiva y su capacidad para crear imágenes vívidas que resuenan con el lector. Cada palabra parece cuidadosamente escogida para evocar emociones complejas y texturas sensoriales. Con técnicas parecidas a lo onírico o al realismo mágico, la autora se adentra en las luchas por ser mujer, en un mundo atravesado por la memoria y la lucha, la poesía y el sueño, la muerte y la trasformación: “La madre me entregó a Dios, / un ángel blanco parecido a Leonardo DiCaprio / que leía versos de Mallarmé” (Un día dejé la Iglesia); “Cómo odio la posibilidad de morir de noche / cuaderno no quedan palabras, / solo este cuerpo” (Reflectante ante el abismo).
Alvitres demuestra una habilidad excepcional para fusionar lo autobiográfico con lo colectivo, creando una obra que no solo conmueve, sino que también invita a la introspección y al diálogo: “Santosa vive inquieta en mis sueños, / sigo pensando en una genealogía que no existe, / una mancha familiar en la punta de la lengua” (Confesión tardía). Con este libro, Gloria Alvitres se posiciona como una voz prometedora gracias a su capacidad para explorar el dolor, la identidad y la resistencia con una honestidad inquebrantable. Es un recordatorio de que la poesía sigue siendo un espacio vital para la transformación y la resistencia.
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