Nacida en Córdoba (Argentina), su obra publicada incluye Renacimientos vegetales (2021), Vetas de lo que no controlo” (2023). Dicta clases en el Instituto de Culturas Aborígenes y facilita talleres de lecturas y escritura literaria. Cele Aichino se erige como una voz provocadora, moviéndose entre la introspección irónica y el desmontaje poético de los mitos cotidianos. Sus textos, híbridos de poesía, aforismo y confesión, nos sitúan en el vértigo del posmoderno, donde el lenguaje ya no busca certezas, sino que se entrega al juego, al vacío y a la crítica mordaz. El propio título juega con lo cotidiano fura de contexto.: “la certeza del postre: / la joya del lenguaje”.
Desde los primeros poemas (“pero no estaba en un dibujo animado / estaba en un sueño / en el sueño me moría”) Aichino nos advierte que estamos en territorio inestable. Aquí no hay un refugio onírico, sino un espacio de colisión entre lo mundano y lo simbólico, donde morir se torna en experiencia literal y metáfora de una existencia que se fragmenta y resucita continuamente: “esta noche es para abrazar este sueño y morir un poco / resucitar también / sabe que es necesario que me divierta y no empuje”. Su obra, como sugiere esta cita, opera en ciclos: caída, muerte, resurrección y regreso. Este loop se convierte en metáfora existencial (“el loop / evita la rutina con problemas e volvió una rutina”), una trampa tan cómica como absurda. De hecho, el loop al que hace referencia es una canción del grupo norteamericano Pixies titulada Where is my mind.
La poética de Aichino se alimenta de la desmitificación. Desnuda narrativas culturales y personales con una voz que alterna entre la sátira y la confesión desgarradora. En los versos “NO ES NO / se puso yin lo yan / como boca infantil ante / el avioncito con sopa (que) / viene volando / viene volando y / NO // labios sellados al vacío / acceso no autorizado / vuelos suspendidos por mal tiempo” (Para coger) o ““el dudoso castigo: / tragar guasca sin ganas / apenas por agradar” (Juego con jotas y ges, con notas al margen), hay una crítica frontal a las dinámicas de poder en la intimidad. Su lenguaje, al jugar con fonética y alusiones, desarma las relaciones entre deseo, sumisión y rechazo, convirtiéndolas en un espectáculo de tensiones irresueltas.
El eco de los cuentos infantiles y las narrativas tradicionales también es central: “Descubrí los guisantes bajo el colchón / al preparar la cama para lxs dos / después de la visita de mi suegra // Señor, / me hago moratones de la nada, / no se ilusione”. Aichino subvierte estos relatos con un cinismo juguetón, como cuando “culpa a las princesas de disney por la inclinación romántica / peores son las películas de acción”, o cuando revela la violencia simbólica en figuras aparentemente inocentes como el Ratón Pérez: “habrá sido el ratón pérez / una alimaña que roba inocencia / y deja a cambio unos centavos / y el peso de un secreto”. Esta relectura irónica se extiende al mito de la creación, donde declara: “no es el falo lo que echo en falta / envidio la nuez / frutos secos para Eva / y una voz atronadora”, revelando una compleja relación entre el lenguaje y los símbolos patriarcales. Los giros de guion son efectivos para sorprender y poner los pies en tierra: “no hay miedo / hay entrega / y caigo // termino de caer / no hubo dolor / no me hizo moco”. Cambiando y jugando con los significados aceptados: “lo nuestro no eran las matemáticas no / desconociste la propiedad distributiva // tampoco fui buena con las cuentas nunca / pero bien que podías conmigo”.
En sus momentos más corrosivos, Aichino aborda la tensión entre el cuerpo y las relaciones humanas: “mastico / la leche de tu desconsideración / pero / no me la trago / comete vos mi bronca ahora / el odio porque usás mi tiempo como tuyo”. Aquí, el rechazo a la digestión simbólica de la agresión ajena se transforma en un acto político de resistencia cotidiana. Lo íntimo y lo político se entrelazan, como en “El cuento del tío es posible / porque hay propiedad privada y herencia / porque hay sudor en nuestras fuentes en nuestro pan / porque los panes no se multiplican”, donde se critica la economía y las instituciones con una mirada penetrante. En ocasiones destaca la dureza de sus palabras, fruto, sin duda, de la decepción y de una determinación quizás incumplida: “el antojo imposible / nunca más jugar a las parejas…” (Juego con jotas…).
La escritura de Aichino se mueve como un péndulo entre lo lúdico y lo devastador, entre el minimalismo fonético de poemas como Juego con jotas y ges, con notas al margen y la densidad de una crítica cultural desbordante: “tejes y manejes del desentenderse / del proteger una fingida dignidad / del confundir ego con razón / el ser cargoso orgullo / non calentarum largo vivirum”. A veces haciendo coincidir ambos procedimientos: “Susana Azucena su casa sahumaba / usaba suico sándalo y salvia / la casa sahumaba / su suerte sanaba / mas al supino zopenco siempre regresaba”.
Con un pie en la cotidianidad y otro en el abismo del lenguaje, su obra desafía al lector a navegar un universo donde lo poético es el único refugio frente al sinsentido. Cele Aichino no escribe para agradar; escribe para perturbar, masticar y escupir verdades: “la naturaleza no castiga / apenas se lleva un par de fiambres / para alimentar una tierra que no sostendrá a Lxs mejores / una tierra a la que le chupa un hueso / le soba un ovario / que la pisen súperhombre, súpermujeres o poshumanos”.
Más que una poesía confesional, Cele Aichino aprovecha la primera persona para, armada con ironía y desgarro, descubrir la falsedad y el peligro de las relaciones humanas: “déjame colgarme de tu puente dorado / de mi placer hacia el tuyo / mucha agua por debajo”. Tanto como los estados afectivos y psicológicos (“el pensamiento me droga que pega mal”. Especialmente claro en la letanía final que repite con el loop: “la ansiedad se me está filtrando por todos lados / poner un dique? / no es peligroso? / no se modificará ni fauna / ni flora / mi-celio? // en loop // dónde está mi muerte?”.