viernes, 6 de diciembre de 2019

Reseña de Rosa Berbel: ‘Las niñas siempre dicen la verdad’. Hiperión, 2018.


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Hiperión publica este XXI Premio de Poesía Joven ‘Antonio Carvajal’. Rosa Berbel es un fenómeno de poesía joven, jovencísima. Nacida en Estepona y residente en Granada. Ganadora de la IV Edición del Certamen Ucopoética en 2016, sus poemas aparecen en varias antologías y este es su primer volumen publicado en solitario. A pesar de sus pocos años es la nostalgia lo que marca su poesía: “En aquel tiempo extraño, / los amigos se habían mudado lejos, / los lugares antiguos de la infancia / se habían transformado para siempre / con la prisa salvaje de los años perdidos. // Dejábamos de usar los verbos en plural / por pereza de ser ya demasiados” (Precuela). Tampoco debe sorprendernos la madurez de este volumen como no podemos dejar de advertir la conexión entre el título y el eslogan feminista “Yo sí te creo” que se puso en circulación ante a la falta de credibilidad en los acosos y violaciones. Este es uno de los ejes centrales de este volumen.
Quemar el bosque es la primera parte. En ella se van planteando alguno de los hechos diferenciales que esas “niñas” del título tienen que atravesar en el proceso de madurez vital: “Nos observo en la calle un día nublado, / como niños muy viejos jugando sin permiso /… / ¿No era esto madurar: elegir cosas / y esconder la elección a los demás?” (Quemar el bosque). Desde la “Niña que no reconoce su cuerpo” (Deseo) hasta la constatación de “Andar más, con más miedo / por calles más vacías, / no creer en otros cuerpos / posibles o imposibles” (Creer es). Rosa Berbel habla del primer amor y de la sororidad. “No sé si es suficiente con la rabia, / las múltiples aristas del carácter, / no sé si protegernos suficiente / la piel o la memoria de los abusadores” (Sisterhood). Y nos sitúa también en un ámbito familiar tan esencial que marca definitivamente el desenvolvimiento posterior del personaje poético –y social– que desarrolla el volumen. Así tenemos  Retrato de familia, Árbol genealógico, Una madre no es todas las madres, Exorcismo
En este paisaje íntimo se produce el desencadenante: “Una escena común en esta casa / de luto blanco y luces encendidas: / una niña escondida debajo de la mesa / que promete vivir allí por siempre / hasta que no haya riesgo ni castigos, / hasta que él ya no exista” (Las niñas siempre dicen la verdad, I). Luego, “Ella sigue en silencio después / durante años” (II); “Y dirán a las niñas: / mujer, algún día este dolor tampoco / te será útil. // Pero habréis aprendido a soportarlo” (IV). Se va describiendo un proceso trágico, doloroso, de reconstrucción personal bamboleada por los consejos y por las huidas: “De tanto escribir para librarnos de su historia, / de sus tristes errores o sus fracasos / viejos, puestos en una hilera /… / solo sus nombres falsos, / como si fueran nuestros, / acabaremos siendo igual que ellos” (Exorcismo). Queda un poso de resquemor, de suspicacia, de desconfianza hacia el hombre (Frente a Dithyrambe de Leonor Fini).
Además de la denuncia, del desarraigo, Rosa Berbel va planteando algunos caminos, especialmente en la segunda parte, apropiadamente denominada, Planes de Futuro. Se inicia con una cita de José Emilio Pacheco: “Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años”. No es un destino preestablecido, pero sí una profecía que se va autocumpliendo, certeramente recuerda: “En Delfos inventaba el futuro, / nunca lo anticiparon” (Oráculo de Delfos). Eso no significa que el futuro sea per se esperanzador. Antes al contrario, Rosa Berbel es muy consciente de las trampas de este capitalismo tardío:
“Tenemos cuarenta años y un trabajo que odiamos
que nos hace pagar las facturas,
llegar a fin de mes,
tener eso que llaman dignidad
y que se siente igual que la tristeza
/…/
Pero después del amor, de la rutina,
la propiedad privada y el verano,
la realidad regresa
inconformista” (Planes de futuro)
En cierta forma, Jurado Popular, un juicio a la vida y al poema, a la juventud  (y con el que me encuentro personalmente muy cercano en las formas). Continúa, como es habitual en los autores contemporáneos, mezclando la alta cultura con la cultura pop. En First Dates aparecen Heráclito, Flaubert, Aristóteles. “Aunque el amor es siempre una cosa muy sucia / y anacrónica. / Muy sucia y anacrónica”.
“Les digo a otras mujeres
que en realidad no sé si quiero hijos.
Porque el mundo es hostil,
igual que siempre,
pero la resistencia de la piel,
su solidez, es cada vez más débil.

No hay poesía capaz de hablar
de esto:
de los niños dormidos y de los padres muertos,
de tanta lucidez
guardada en los armarios.

Y siento entre mis piernas
el peso de la vida con sus dudas,
gritando a todas horas
sin consuelo”(No-Mo)
                La voluntad expresa de servir de utilidad vital está en el muy Juan Carlos Mestre,  Manual de supervivencia para salir del nido): “10. Dejar que entre la luz. / Dejar que entre la luz y te despierte”. Y continúa en los siguientes poemas en los que se van mezclando las apreciaciones morales con la consciencia vital: “La intimidad sostiene los cimientos / de las casas en ruinas que nunca construiremos” (Microcosmos); “Agarro bien la vida / y sigo mi camino despistada, / entre los pisotones de la gente” (Sin título). Rosa Berbel abre la perspectiva hacia la Humanidad en su conjunto y toma la denuncia social entre sus versos:
“Sabes que hay alguien que se muere,
en el cuarto de al lado,
que están cayendo bombas encima de hospitales,
que están violando niñas
o estrellándose coches en la A-92
en el mismo momento en que piensas,
en que vamos quizás
poco rápido” (Mass Media)
                Vuelve, de todas formas, una y otra vez, a la condición radical que supone lo femenino, poniendo en cuestión los papeles tradicionales que se van haciendo porosos a pesar del paso del tiempo: “No es fácil ser mujer y ser fatale, / en los tiempos que corren / exige disciplina y certidumbre. /… / Por eso yo propongo / abandonar sin miedo el fatalismo, / el negro, el espionaje, / la dulcísima voz de Matahari // adiós, adiós, / Matahari, / la vida me reclama al otro lado” (Femme fatale con prisa). Durante todo el volumen se vuelve una y otra vez, a lo cotidiano, a la casa, que puede convertirse en algo también lejano y extraño con la madurez: “La infancia ha terminado // En esta casa nueva / no reconozco el orden de las cosas, / ni la lógica esquiva de la sangre” (El final del verano)
La tercera y última parte, Sala de espera para madres impacientes es un largo poema en una sala de espera: “Entro en urgencias sola, / este sábado frío de enero por la noche. / completamente sola, sintiéndome muy vieja / y muy ingrata” (Sala de espera para madres impacientes). Un poema muy descriptivo, casi con el realismo de Flaubert: “Comienzan a hablar de hijos rebeldes / sin miedo, de trabajos precarios, / de una generación desalentada”. Dejando hablar a otras voces que son la misma voz: “La libertad está lejos: recuerdos de la infancia /… / El hospital ahora es una casa / de mujeres hambrientas / y la niña gigante está dormida”.
Este último poema es, a fin de cuentas, un canto a la solidaridad instintiva de las mujeres, a la sororidad que secularmente se ha estrechado en los momentos clave de la vida de una y de todas: “Y seguimos aquí, ahora de día, / acostumbrando el cuerpo a los milagros / intentando creernos / una a una”

martes, 3 de diciembre de 2019

Reseña de Francisco Garamona: ‘La llama de la poesía quemarse’. Ediciones Liliputienses. 2019


Francisco Garamona nació en Buenos Aires (1976) y es músico, poeta, editor, artista plástico… Con más de 30 libros y 6 discos publicados, forma parte del Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires. Dirige la editorial Mansalva y la galería de arte Papel Moneda. Este volumen es una selección de su poesía a cargo de Gerardo Jorge quien, además firma el prólogo. En dicho prólogo se ponen de manifiesto las líneas fundamentales que definen la poesía de Garamona, una “larga charla que gira alrededor de las instancias extremas de la vida (social, sexual, política, personal)”, dirigida a una “persona concreta” donde “se mezclan tradiciones marginalizadas”. Según Gerardo Jorge  “en el origen de la poesía hay una conciencia del dolor” (p. 8).
Conecta con una visión órfica de la poesía donde se salta del sueño a la realidad como un continuo indistinguible y profundamente intenso.  Hace gala de aprovechar la improvisación, improvisación, un “lenguaje natural como cargado de sentido y experiencias” (p. 11). Se conjugan así fantasía, fantasmas, ilusiones: “En la habitación de un adolescente / chisporrotean luces y él cree que son sus ojos / cansados de leer a los mismos viejos poetas” (Fantasmas). La concepción hasta cierto punto panteísta ofrece un punto de partida en el que todo puede ser interpretado: “El aire tiene mensajes, las corrientes del río / arrastran nuestras pesadillas” (Decirlo de la forma más simple).
Se mezclan elementos narrativos en la descripción de personajes que pueblan los poemas. En plena tradición romántica de acercarse al outsider, al mendigo, a la bebida a la par que reivindica una tradición lúdica (“Canción del esqueleto”) y conexiones más cultas: Una tolva griega tiene muchos puntos en común con Keats y su urna griega.
En ocasiones parecemos arrebatados por un estado febril en el que nos es muy difícil distinguir el sueño de la vigilia: “No me escribís ni te escribo, / ayer vi cómo atropellaban a un perro, / que era igual a otro perro / que nació junto a mi casa” (El estado). Habla de los miedos, su padre, por los hijos, la muerte… Un desconcierto vital: “Hay momentos que no tienen lugar” (Sin nosotros). El miedo propio y la conciencia del dolor ajeno se viven a través de los personajes: “Conozco mucha gente que se sobrepuso a cosas aberrantes, / pero vos (que nunca te pasó nada) eras tan suave que no podías vivir” (Confesión). Garamona también gira alrededor de la primera persona como referencia expresiva tanto del singular (“Ay, tantas cosas que olvidé, / pero igual me digo que recordarlas / es parte de lo mismo”,  El caballo desnudo) como del plural (“Somos como dos perros / que no tienen dueño / y que andan por las plazas / esperando algo nuevo”, Tirados).
A pesar de su proclama de que “Odio la poesía objetivista. / Porque siempre pinta una escena / que está predeterminada” (Sin nosotros), no deja de recordar algunos procedimientos de la llamada Poesía de la experiencia. Sin embargo, aun compartiendo un punto de partida, la poesía de Garamona tiende a lo simbólico, lo catárquico, lo significativo: “Cuando te veía alejarte eras poesía, / novela si estabas cerca, / un refranero si me mandabas / un mensaje de texto…” (Siempre vos).
“Tus huesos brillan dentro de tu cuerpo
como una lámpara robada
 a un pequeño dios inexistente
pintada sobre un muro” (Lámpara)
Abundan los retratos (Mario, Suma de emociones) con trasfondos cotidianos y terribles (Violada): “Preferí sentir el asco sempiterno / (qué palabra desusada y puta) / barrí la basura de una fábrica, / quemé el diario de un amigo / que se emborrachó tomando sidra / una vez cuando no había retorno” (Cadena). También asistimos a la ternura (Prado, Zanja) y deseo (Flota el nombre de algo).
Una poesía inserta de raíz en la contemporaneidad, anclada en marcas, expresiones, vivencias no convencionalmente poéticas: Nintendo, VIP  Versace. Pero más allá de la provocación textual hay un sentimiento muy arcaico de la función poética: “Hay en el amor una serpiente / que se arrastra por la área. / Y también una condena / inscripta en nuestra sangre” (Reja). Una manera algo chamánica de entender el canto: “Yo la vi perderse entre la gente y la llamé de nuevo / cuando entregaba su cabeza perfecta / a la violencia del rocío y tuve ganas de cuidarla” (Engrampó). Es una postura que comparten con las maneras de los poetas malditos, aquellos que coquetean con la muerte y el desastre, las drogas: Finalmente en una raya, Va caminando, Un privilegio.
Un malditismo donde se conjuga algo de ensoñación (“Una vez creí tener el privilegio de escucharlo…”, El pasto), con algo de denuncia social: “Joven trabajadora, / joven trabajadora /…/ Y traten de no olvidar que hay que ser felices, / aunque sufran la soledad y el abandono / y todas las consecuencias de la incomprensión. / Y vuelva a ese jardín que se desvanece, / cuando entramos en él” (Dibujar puentes). Quizás el ejemplo más elaborado sea La fábrica de todo: “En las carpinterías del cielo / se acumulan unas tablas de lavar la ropa, una cama inconclusa, / postigos de ventana re mal hechos…”. También teológico, irónico y algo blasfemo: “Dios, perdóname, tal vez lastimé / mucho a los que amaba, / porque creí que era digno / respetar y respetarme / y es esa histeria me olvidé de lo importante” (¿Dios?).
No podemos sino abandonar el volumen impregnados de tristeza (“Quédate la vida del triste, / qué tonta la vida del tonto, / qué simple la vida del simple”, Un pan en el piso) y con la conciencia de llegar a la decrepitud:
“Estamos en la edad
en la que a nuestros amigos
se les empiezan a morir los padres,
en la que nuestros amores
se quedan sin amores
/…/
Tenemos sed, pero ya no de infinito
y tampoco de cerveza
/…/
Despedirse es ser valientes,
es recomenzar mirando
las columnas, las torres
y todo lo que siguen
las nubes por el cielo” (Valiente)

domingo, 1 de diciembre de 2019

Darle voz a los "desvalidos "


El auge de los partidos de ultraderecha en el mundo occidental está sorprendiendo y asustando a partes iguales. Por un lado sorprende que se hagan proclamas de tan poca humanidad y por otro lado, asusta pensar que tantos conciudadanos las apoyan. No es un fenómeno español, aunque tenga sus especificidades que no tienen otros países como Estados Unidos o Italia, donde es la Liga Norte la que abraza los postulados ultraderechistas y nacionalistas en lugar de ser una fuerza que ponga en jaque la santa unidad de la patria.
                Imagino que habrá muchos politicólogos serios que, con buenas fuentes de información manejen datos fiables sobre el apoyo de grandes masas de población a estas proclamas que, a priori, parecían superadas. Podemos enredarnos en análisis coyunturales para tratar de entender cómo la sentencia del procés pudo perjudicar a partidos españoles como es el PSOE, tan reacio a las autonomías en un principio. Podemos sentir la influencia que cierto discurso sobre lo políticamente correcto o sobre la representación, porque son muy contradictorios y lo mismo podían servir para inclinar la balanza hacia un lado o hacia otro. Me refiero a que un partido tan conservador en los valores, siendo hombres y mujeres tan del orden parecería un contrasentido que fueran de gamberros en la política a la vez que venden su mensaje misógino y xenófobo de sentido común. También choca que el chalé de Pablo Iglesias e Irene Montero les invalide como representantes del pueblo trabajador mientras que la fortuna de Espinosa de los Monteros y Rocío Monasterio no afecte con igual ferocidad. Es el mismo caso de Donald Trump, uno de los hombres más ricos de su país sirve de representación a las clases más desfavorecidas de la globalización.
                Precisamente en los Estados Unidos podemos ver alguno de los elementos que explican el éxito, sin tener en cuenta los intereses económicos que apoyan esta candidatura y que son fundamentales para su triunfo. Jim Goad publicó hace unos años un Manifiesto redneck, que se tradujo unos años más tarde al español pero que tiene una indudable actualidad. Goad muestra en este libro el orgullo de lo que en los EEUU llaman “basura blanca”, la clase más baja de los eurodescendientes. A diferencia de los afrodescendientes, no cuentan con el “apoyo moral” de la intelectualidad, al contrario, son vilipendiados y ridiculizados como catetos (que sería la traducción más aproximada), con cierto retraso cultural e incluso de inteligencia. La denuncia se parece mucho a la de Owen para los “chavs” (“canis”) ingleses. Los medios de comunicación, la opinión pública en general carga contra ellos sin piedad. Goad plantea el tema claramente, ¿por qué deben sentirse culpables de la opresión del hombre blanco quienes nunca han  tenido nada?
                Ahí está la clave del mensaje. Desculpabilizar.
                Los movimientos progresistas abordan los problemas desde la óptica del qué podemos hacer, qué está en nuestra mano. Cuando se alían con el pensamiento neoliberal el resultado es funesto. El mundo va mal, nuestra vida va mal y es por nuestra culpa. No reciclamos lo bastante, no tenemos una actitud positiva, no nos esforzamos, no nos ilusionamos, permitimos nuestra herencia micromachista, usamos bolsas de plástico y comemos en cadenas de restaurantes… Da la impresión de que siempre nos están riñendo. Esa era una crítica que se le solía hacer a Julio Anguita. Todos, o casi todos, los que lo escuchaban estaban de acuerdo en sus planteamientos, pero resultaba cargante que siempre riñera al oyente. Por votar a un PSOE cada vez más a la derecha, por no luchar por los derechos sociales, por permitir los abusos en el trabajo… Esto resta votos.
                Greta Thumberg  representa un caso parecido. Su actitud beligerante incomoda a muchos porque se sienten cuestionados en sus hábitos y actitudes. Y si escuchamos a los ecologistas en sus demandas, siempre pasa un sentimiento de culpa, bien por acción o por omisión. El feminismo también cultiva un background parecido. Hay que ir luchando contra el patriarcado en cada momento, en cada lugar porque siempre quedan restos. Y acaban ridiculizadas como censoras señoritas Rottenmeier que prohíben vestir, leer, disfrutar… a los hombres y a las mujeres.
                Nada de esto es realmente así, pero es lo que venden claramente personajes como Bertín Osborne. Él ya es lo suficientemente colaborador en casa, plancha y concina mejor que su mujer. José Manuel Soto lo vive con el victimismo paradójico de pertenecer al colectivo hegemónico: varón, adulto, heterosexual, carnívoro… El mundo, que está hecho para él, no le parece suficiente. También quiere vivir sin críticas.
                Ese ha sido el gran acierto de Vox. El paso de ser un partido minoritario a ser un partido de masas con 52 diputados tiene mucho que ver con dejar de ser la “derecha valiente” y dejar de reñir a la “derechita cobarde”. Ahora son los defensores del ciudadano medio, aquel que no debe sentirse culpable por ser quien es. A diferencia de la reivindicación de la basura blanca, Vox no defiende a las minorías pobres, sino a lo que viene a ser el grueso demográfico que prefiere dar su apoyo y así no tener que avergonzarse de tener reparo con los extranjeros, tenerle miedo a los chicos marroquíes que se mueven en grupos por las ciudades, de sentirse cuestionados por los ecologistas o las feministas. Ellos son lo que son. Son españoles y no se avergüenzan. Ellos se indignan con los catalanes que les odian.
                A diferencia del populismo de Podemos, que atacaba a la “casta” y que quería empoderar a los que acamparon en 15M, para ser de Vox no hay que hacer nada. A lo sumo, llevar una cinta con los colores de la bandera. Y ya está. Sin avergonzarse de querer ahorrarse unos pequeños gastos en impuestos. Así pueden reivindicar el piso en herencia de sus padres ayudando de paso a quienes heredan verdaderas fortunas.
                Así no se tienen que sentir con mala conciencia al ver a los desfavorecidos, a los que están en el paro, o mendigando, sin hogar. Todos son un chiringuito que vive del cuento. El desprecio tiene una razón. Pueden seguir llevando la cabeza orgullosa de ser buenos cristianos aunque sin caridad (vaya por San Pablo). Los inmigrantes vienen a robar y a cobrar ayudas por la cara. No hay que sentir pena por ellos, aunque se ahoguen en el Mediterráneo. No hay que preocuparse por que otros no tengan trabajo. Al contrario, uno se queda más tranquilo denunciando que hay quienes cobran la ayuda y hacen chapuzas, los que tienen bajas médicas  fingidas, los que se escaquean del trabajo… Ninguno merece compasión.
                Pueden contar chistes de gangosos y burlarse del diferente, como siempre se ha hecho, y no tener la sensibilidad que recomiendan las histéricas de las feministas. Son buenos ciudadanos cuando cogen su coche o tiran la basura en el contenedor más cercano. No hacen nada malo por defender los pesticidas y los abonos químicos, ni los transgénicos. Ni siquiera hay que cuestionar la caza. Ser como uno siempre ha sido y estar tranquilos.
                Cuando se dice que “la violencia no tiene género” lo que se hace es una reivindicación de que ser hombre no es ser malo. Una no tiene que avergonzarse de pintarse los labios y ponerse vestidos con escote, porque ese sea su gusto. Ser de Vox es no sentirse culpable. Hablar del patriarcado y de que el machismo mata es sólo una manera –dicen– de enfrentar a los sexos. Como si no fuera un sexo, el masculino, el que niega el acceso a los puestos de poder o el que comete más asesinatos que el terrorismo de ETA, año tras año, el que se enfrenta a las mujeres solo por ser mujeres.
                Cuando se habla de género se inquietan porque no encaja en sus esquemas en los que el hombre es hombre y lo que no es hombre es mujer. Que existan biológicamente situaciones intermedias o que culturalmente se asignen roles que pueden ser modificados, trae un desasosiego que Hazte Oír, calma con un autobús. El niño tiene pene y la niña vagina. Y si una feminista radical les habla de los homosexuales a niños pequeños de 10 años es desestabilizar lo que está muy claro.
                Se ha dado voz a los que no se quieren sentir culpables por ser como son. La tragedia es que las consecuencias las acabarán sufriendo quienes les votan. La discriminación por clase social es una pendiente sin fin. Se empieza denigrando a los inmigrantes sin trabajo, después a los sin casa, a los que perdieron su puesto, para luego atacar a los que tienen el trabajo precario, a los que cobran poco, a los que no tienen clase. Cuando se apliquen las medidas que proponen y sus socios de derecha cobarde (PP y Ciudadanos) están deseando aprobar, desmontando el sistema público de pensiones, de educación, de sanidad, del estado del bienestar, lo sufriremos todos. Los que estuvimos riñendo y advirtiendo y quienes se sienten orgullosos de llevar una banderita de dos colores.