Las protestas ciudadanas en el barrio burgalés de Gamonal
suponen un ejemplo para multitud de cuestiones. En el momento en que escribo
estas líneas parece ser que se van a paralizar las obras definitivamente
después de que en el pleno municipal el Partido Popular hubiera aprobado en
solitario su reanudación. Vaya mi enhorabuena al movimiento vecinal que ha
conseguido que se escuche la voz de un barrio frente al autismo de los partidos
y las instituciones.
No voy a entrar en la vergonzosa actuación de muchos de los
medios de comunicación que sólo recalcaban los desórdenes, sólo mostraban a una
señora encarándose con otros señores, no explicaban los verdaderos motivos del
rechazo al proyecto y sí que daban voz a los políticos y tertulianos que habían
encontrado la feliz identificación de las manifestaciones –más o menos violentas-
con la kale borroka y el fantasma
omnipresente del terrorismo. Hay que defender el Estado de derecho, la mayoría
silenciosa está en sus casas, hay violentos
antisistema infiltrados, son de Izquierda Castellana, decían como una salmodia
a pesar de que los hechos lo contradecían. Los únicos infiltrados, imagino,
serían los de la policía secreta, que suele actuar en estos desórdenes. Y
obviaban lo fundamental de la movilización en sus crónicas, noticias y
reportajes.
Como digo, esta situación plantea numerosas reflexiones. No
voy a ser el primero que incida en el nada democrático divorcio entre los
votantes y los partidos. Estos últimos parecen considerar a los primeros como
surtidores de combustible a los que no hay que recurrir nada más que cada
cuatro años. Se llena el depósito de la mayoría absoluta de legitimidad y ¡a
continuar por la autopista de la voluntad general!
Considero que esta es una desastrosa fórmula para la
democracia. Una insolente soberbia de la que alcaldes o presidentes hacen gala
de manera habitual. Pero, ¿qué hay detrás? Vayamos a la ficción inocente,
pensemos por un momento que el equipo de gobierno de Burgos hace con la mejor
intención posible el proyecto del bulevar y no hay ningún negocio oculto,
ningún maletín de compensación, ninguna plaza de garaje regalada ni favores
devueltos.
¿Para qué este bulevar? ¿Qué es un bulevar? Gamonal es una
de las arterias de entrada al casco histórico de Burgos, pertenece a uno de
esos municipios anexionados a las capitales en su desarrollo durante los años
50. Se ha convertido en el barrio más poblado de la capital. No es un barrio
del centro histórico en sentido estricto. El proyecto del bulevar pretendía, en
cierta manera, adecentarlo, retirar dos carriles de la vía, aumentar las aceras
para una peatonalizar el tránsito y construir un carril bici. Esto equivaldría
a eliminar cientos de plazas de aparcamiento. El propósito explícito es mejorar
la calidad de vida de los habitantes del barrio. Detengámonos ahí.
Se ha corrido el rumor, que se ha convertido en dogma de fe,
que peatonalizar las zonas da mayor calidad de vida y todos los ayuntamientos
de España se lanzaron hace años a desterrar los automóviles de los centros
históricos. Por la contaminación, por los ruidos, para hacer más accesible la
ciudad, para mejorar el comercio… Y se entiende que la catedral de Burgos, como
Notre Dame de París se aprecia mejor sin automóviles aparcados a su puerta en
una estrecha acera, pero, ¿y el resto?
Granada, por ejemplo, ha restringido severamente el tráfico
en el casco histórico. Ya no se sube a la Alhambra por la cuesta de Gomérez ni
se puede uno acercar a la librería Estudios
en la calle Mesones con el coche. Se nos dice y se nos convence de que esto es
por nuestro bien y el de los comercios. Se convierte el centro de la ciudad en
unas inmensas galerías comerciales peatonales sin techo (¿qué pensaría Walter
Benjamin de esto?). Y no sólo en las grandes ciudades. En mi pueblo, Rota,
también se han hecho peatonales muchas de las calles por las que pasaba en
coche o con la bicicleta en mi niñez. Por el turismo, me dicen.
Estas navidades intenté llegar con el automóvil al centro de
Granada para pasear, hacer un recado y realizar algunas compras, disfrutar de
la ciudad. Después de dos horas (de reloj) tuve que dar la vuelta y acabar en
casa. El tráfico era demencial y los aparcamientos, privados, por supuesto,
saturados. El centro de las ciudades se ha convertido en un barrio chic del que son expulsados sin piedad
las clases menos acomodadas. Los pudientes, como se decía antiguamente, en el
caso de vivir en las afueras, llegan en taxi, aparcan su Mercedes en su plaza alquilada o su Audi en el aparcamiento de El
Corte Inglés sin remordimientos por el gasto que suponen tantas horas de
orgía consumista.
Esta perspectiva del urbanismo convierte en las ciudades en
objetos de lujo, museos outdoor sólo
accesibles a las clases con capital social, intelectual, estratégico… Las
clases medias y bajas, llegarán en una odisea de transporte público o pie…
Difíciles compras podrán hacer, difícil disfrute de esos bulevares de árboles
recortados y grandes aceras. Es mucho más fácil tirar del automóvil y aparcar
con dificultad en un centro comercial de las afueras, saturado pero accesible.
Los comercios del centro quedan para grandes cadenas (que no pierden clientes
porque también están en los complejos comerciales de extrarradio), pero sobre
todo, para las boutiques exclusivas que son las que se pueden permitir los
abusivos alquileres de locales del centro. Estamos vendiendo nuestros centros
históricos y comerciales a los turistas y a las clases altas.
Gamonal se ha rebelado contra esta musealización de su
barrio. El barrio es para vivirlo, y no necesita una vía bonita de postal,
necesita guarderías, y mejoras en el tránsito, no restringirlo. Necesita plazas
de aparcamiento libre, y no obligarse a comprar una en uno privado. Es una
manera sutil pero también violenta de expulsar a los menos favorecidos.
Imagino la perplejidad –amén de la contrariedad- de los
ediles de Burgos incapaces de comprender como la gente del barrio, la gente
sensata y normal de la que siempre hablan, no comparte la bondad de su
proyecto. En cambio, el resto de la población de Madrid, de Sevilla, de
Barcelona, de Cáceres, Jerez o Zaragoza, de cada pueblo y ciudad sí que
comprende perfectamente el rechazo al gasto suntuoso y faraónico de unos
alcaldes que tratan sus pueblos como su jardín particular que mostrar a las
visitas.
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