domingo, 12 de enero de 2014

Problemas de identidad.



La factoría Pixar nos tiene acostumbrados a unos productos de cuidada factura visual y unos guiones que, en gran medida, también se salen de los caminos trillados en el cine de animación. Sus películas, tanto los cortos como los largometrajes, consiguen transmitir más emoción en objetos que muchos de los actores de carne y hueso. Son capaces de dar alma a una lámpara. Toy Story, Buscando a Nemo, la soberbia Up… No en todas las ocasiones alcanzan la excelencia. Mucho me temo que Aviones no está a la altura y por eso me estoy resistiendo.

Toy Story, en cambio, me parece interesante por muchos motivos. Por ejemplo, no es un musical, no se trata de una simplista lucha del bien contra el mal, aunque aparezca un chico malo, Sid (¿cómo no?). El argumento escenifica los celos que un juguete, Buddy el sheriff, tiene del nuevo muñeco, Buzz Lightyear. Buzz homenajea al mundo de la exploración espacial (toma su nombre de “Buzz” Aldrin, compañero de Armstrong).

Se advierte la confrontación entre lo antiguo, auténtico, el oeste, el hombre de frontera, la esencia del norteamericano, en contacto con la naturaleza; frente a lo moderno, lo tecnológico, el espacio, el milagro y la maravilla que diría Paul Simon, que arruinan la solidaridad y la comunidad. Este es un tema muy querido por Pixar y es la base de Cars (Coches).

Analizando la serie aparece con fuerza el tema de la propia identidad. En primer lugar, la identidad de Buddy, que se siente desplazado por el nuevo. Los tiempos estaban cambiando y las películas del oeste dejan paso a la odisea espacial. Él queda atrás. En la secuela, Buddy tiene que decidir entre seguir con Andy, su dueño, o formar parte de la saga del Rodeo y entrar en un museo del juguete junto a una chica vaquera, Jessie toda una parafernalia de merchandising. En la última parte de la saga, Buddy tiene que hacer frente a los cambios que le suceden a su dueño. Andy, se va a la universidad. No es tiempo de juguetes y hay que buscar una nueva meta en la vida.

Pero sobre todo es el problema de la identidad de Buzz Lightyear. Buzz es todo un símbolo del mundo (post)moderno, de identidades líquidas, de estupefacción y perplejidad. Buzz no sabe que es un juguete y pretende salvar al mundo de un malvado emperador. A pesar de los intentos de sacarlo de su error y desacreditarlo por parte de Buddy (“eso no es volar”), su entusiasmo ingenuo conquista al resto de los juguetes de Andy y lo convierten en líder.

Buzz sufre una crisis de identidad cuando en casa de Sid comprueba en la televisión que realmente es juguete. Se deprime tanto que se deja llevar y la hermanita de Sid le planta un sombrerito para tomar té como la señora Nesbit: “Primero estás defendiendo toda la galaxia y, de pronto te encuentras tomando té de Deerjaling con María Antonieta y su hermanita.”

Cuando Buddy quiere salvarlo él replica: “¿No ves este sombrero? ¡Soy la señora Nesbit!, ¡¡Ah...soy un fraude!!¡Mírame! ¡Ni siquiera puedo volar hacia esa ventana! Pero el sombrero me quedaba bien, dime que el sombrero me quedaba bien.” Al final, claro está, no sólo recobra la confianza en sí mismo y asume su propia identidad: “No es volar, es caer con estilo”.

En la segunda parte de nuevo aparecen los problemas de identidad de Buzz, cuando en la tienda de juguetes, despierta un nuevo muñeco Buzz –con cinturón mejorado-. El nuevo sigue pensando que es un guardián espacial y lucha con nuestro protagonista acusándolo de traidor. Al luchar contra el malvado emperador Zurg ambos descubren que es su padre, en un divertidísimo homenaje a La Guerra de las Galaxias.

En la última parte de la saga, los juguetes son enviados como donación a una guardería, donde sufren los malos tratos de los niños más pequeños porque una mafia de juguetes liderada por Lotso, un oso perfumado, tiene divididos a los juguetes como si fuera un campo de concentración. Lotso encuentra el manual de instrucciones de Buzz Lightyear y lo resetea. Ya no conoce a nadie y vuelve a su personalidad de frío guardián espacial.

Cuando sus amigos recuperan el manual e intentan volver a su estado “normal”, se equivocan y lo convierten en un romántico y caballeroso latino, que baila para conquistar a la chica vaquera a ritmo de bolero y guitarra española. Jessie está encantada. Después de un golpe con un televisor vuelve a la normalidad y colabora en la salvación del grupo. Al final de la aventura, la chica vaquera está contenta porque ya sabe cómo ponerlo en “modo romántico”.

El hombre tradicional (el sheriff Buddy) no sufre esas crisis de identidad, a lo sumo, se enfrenta a los desafíos de la modernidad. El hombre moderno, tecnológico tiene que sufrir ineludiblemente los problemas de anomia y desconcierto de quien no tiene un lugar en el mundo. Si al principio era un muñeco seguro se debía a su alienación, estaba “programado” para ser un guardián espacial y tenía una misión. Una vez que cae el artificio, es consciente de que es un simulacro y tiene que pasar por una crisis que le devuelva, mediante el peligro y la ayuda de su amigo, su personalidad, su identidad y su misión al frente de la comunidad de juguetes de Andy.

Este paso a la madurez, paralelo al paso por lo que sería una adolescencia humana, lo volvemos a ver en el nuevo muñeco de la segunda parte. En este caso el falso Buzz no “madura”, ni se da cuenta del simulacro, sino que, dentro del “falso” universo en el que vive, se reconcilia con sus orígenes, su padre, que es el malvado emperador.

En la última parte vemos como la personalidad depende de una base (bio)tecnológica y puede restaurarse y reprogramarse, no es única. Como dijo Walt Whitman, contiene multitudes. Puede ser un frío guardián espacial anglosajón, un camarada o un ardoroso latino; sin perder, en ningún caso, el espíritu de liderazgo y servicio que le caracteriza. Lo que Toy Story 3 parece querer decirnos es que podemos perder la personalidad y olvidarnos de nuestros seres queridos, aunque mantengamos rasgos de carácter.

Es difícil no ver una metáfora de la alienación del hombre actual, que es un juguete, programado y reprogramado por mentes malvadas. O un producto de la sociedad del espectáculo donde seguimos un guión que nos marcan las marcas y las modas. También es posible ver toda la saga como un gigantesco anuncio de juguetes. Pero, por ahora quiero seguir soñando, hasta el infinito y más allá.

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