La factoría Pixar nos tiene acostumbrados a unos productos
de cuidada factura visual y unos guiones que, en gran medida, también se salen
de los caminos trillados en el cine de animación. Sus películas, tanto los
cortos como los largometrajes, consiguen transmitir más emoción en objetos que
muchos de los actores de carne y hueso. Son capaces de dar alma a una lámpara. Toy Story, Buscando a Nemo, la soberbia Up…
No en todas las ocasiones alcanzan la excelencia. Mucho me temo que Aviones no está a la altura y por eso me
estoy resistiendo.
Toy Story, en cambio, me parece interesante por muchos
motivos. Por ejemplo, no es un musical, no se trata de una simplista lucha del
bien contra el mal, aunque aparezca un chico malo, Sid (¿cómo no?). El
argumento escenifica los celos que un juguete, Buddy el sheriff, tiene del
nuevo muñeco, Buzz Lightyear. Buzz homenajea al mundo de la exploración
espacial (toma su nombre de “Buzz” Aldrin, compañero de Armstrong).
Se advierte la confrontación entre lo antiguo, auténtico, el
oeste, el hombre de frontera, la esencia del norteamericano, en contacto con la
naturaleza; frente a lo moderno, lo tecnológico, el espacio, el milagro y la
maravilla que diría Paul Simon, que arruinan la solidaridad y la comunidad.
Este es un tema muy querido por Pixar y es la base de Cars (Coches).
Analizando la serie aparece con fuerza el tema de la propia
identidad. En primer lugar, la identidad de Buddy, que se siente desplazado por
el nuevo. Los tiempos estaban cambiando y las películas del oeste dejan paso a
la odisea espacial. Él queda atrás. En la secuela, Buddy tiene que decidir
entre seguir con Andy, su dueño, o formar parte de la saga del Rodeo y entrar en
un museo del juguete junto a una chica vaquera, Jessie toda una parafernalia de
merchandising. En la última parte de
la saga, Buddy tiene que hacer frente a los cambios que le suceden a su dueño. Andy,
se va a la universidad. No es tiempo de juguetes y hay que buscar una nueva meta
en la vida.
Pero sobre todo es el problema de la identidad de Buzz
Lightyear. Buzz es todo un símbolo del mundo (post)moderno, de identidades
líquidas, de estupefacción y perplejidad. Buzz no sabe que es un juguete y
pretende salvar al mundo de un malvado emperador. A pesar de los intentos de
sacarlo de su error y desacreditarlo por parte de Buddy (“eso no es volar”), su
entusiasmo ingenuo conquista al resto de los juguetes de Andy y lo convierten
en líder.
Buzz sufre una crisis de identidad cuando en casa de Sid comprueba
en la televisión que realmente es juguete. Se deprime tanto que se deja llevar
y la hermanita de Sid le planta un sombrerito para tomar té como la señora
Nesbit: “Primero estás defendiendo toda la galaxia y, de pronto te encuentras tomando
té de Deerjaling con María Antonieta y su hermanita.”
Cuando Buddy quiere salvarlo él replica: “¿No ves este sombrero?
¡Soy la señora Nesbit!, ¡¡Ah...soy un fraude!!¡Mírame! ¡Ni siquiera puedo volar
hacia esa ventana! Pero el sombrero me quedaba bien, dime que el sombrero me
quedaba bien.” Al final, claro está, no sólo recobra la confianza en sí mismo y
asume su propia identidad: “No es volar, es caer con estilo”.
En la segunda parte de nuevo aparecen los problemas de
identidad de Buzz, cuando en la tienda de juguetes, despierta un nuevo muñeco
Buzz –con cinturón mejorado-. El nuevo sigue pensando que es un guardián
espacial y lucha con nuestro protagonista acusándolo de traidor. Al luchar
contra el malvado emperador Zurg ambos descubren que es su padre, en un
divertidísimo homenaje a La Guerra de las
Galaxias.
En la última parte de la saga, los juguetes son enviados
como donación a una guardería, donde sufren los malos tratos de los niños más
pequeños porque una mafia de juguetes liderada por Lotso, un oso perfumado,
tiene divididos a los juguetes como si fuera un campo de concentración. Lotso
encuentra el manual de instrucciones de Buzz Lightyear y lo resetea. Ya no
conoce a nadie y vuelve a su personalidad de frío guardián espacial.
Cuando sus amigos recuperan el manual e intentan volver a su
estado “normal”, se equivocan y lo convierten en un romántico y caballeroso
latino, que baila para conquistar a la chica vaquera a ritmo de bolero y
guitarra española. Jessie está encantada. Después de un golpe con un televisor
vuelve a la normalidad y colabora en la salvación del grupo. Al final de la
aventura, la chica vaquera está contenta porque ya sabe cómo ponerlo en “modo
romántico”.
El hombre tradicional (el sheriff Buddy) no sufre esas
crisis de identidad, a lo sumo, se enfrenta a los desafíos de la modernidad. El
hombre moderno, tecnológico tiene que sufrir ineludiblemente los problemas de
anomia y desconcierto de quien no tiene un lugar en el mundo. Si al principio
era un muñeco seguro se debía a su alienación, estaba “programado” para ser un
guardián espacial y tenía una misión. Una vez que cae el artificio, es
consciente de que es un simulacro y tiene que pasar por una crisis que le
devuelva, mediante el peligro y la ayuda de su amigo, su personalidad, su
identidad y su misión al frente de la comunidad de juguetes de Andy.
Este paso a la madurez, paralelo al paso por lo que sería
una adolescencia humana, lo volvemos a ver en el nuevo muñeco de la segunda
parte. En este caso el falso Buzz no “madura”, ni se da cuenta del simulacro,
sino que, dentro del “falso” universo en el que vive, se reconcilia con sus
orígenes, su padre, que es el malvado emperador.
En la última parte vemos como la personalidad depende de una
base (bio)tecnológica y puede restaurarse y reprogramarse, no es única. Como
dijo Walt Whitman, contiene multitudes. Puede ser un frío guardián espacial
anglosajón, un camarada o un ardoroso latino; sin perder, en ningún caso, el
espíritu de liderazgo y servicio que le caracteriza. Lo que Toy Story 3 parece querer decirnos es
que podemos perder la personalidad y olvidarnos de nuestros seres queridos,
aunque mantengamos rasgos de carácter.
Es difícil no ver una metáfora de la alienación del hombre
actual, que es un juguete, programado y reprogramado por mentes malvadas. O un producto de la
sociedad del espectáculo donde seguimos un guión que nos marcan las marcas y
las modas. También es posible ver toda la saga como un gigantesco anuncio de
juguetes. Pero, por ahora quiero seguir soñando, hasta el infinito y más allá.
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