Seguramente
sería estudiando geografía en el instituto con el malogrado Jesús Aguado cuando
tuve conciencia de la superpoblación. Según Malthus, la población crece mucho más
rápidamente que los recursos, así que llega un momento en que la miseria es
inevitable. Sería también por aquella época cuando leía a Mafalda –me la
aprendía de memoria con más interés que aquel horrible libro de texto—. Tenía un
chiste en el que, leyendo una noticia sobre la superpoblación, preguntaba
asustada si venía la lista de los que sobraban.
Esa es
la cuestión clave de la superpoblación, poner el acento en que hay gente que
sobra. Hay demasiada gente. ¿Cómo resolver el problema? Lo lógico sería
eliminar población de manera sensata, es decir, que sean los más desfavorecidos
los que desaparezcan. Que limiten su prole porque ellos no tienen cómo
alimentarla y cuidarla; de otro modo la propia naturaleza lo arreglaría por las
malas: guerras, epidemias, hambrunas… Teniendo en cuenta el aprecio que me
tengo a mí mismo, tengo la impresión de que soy yo de los que sobran.
El
mismo razonamiento vale para la crisis de los años 30, la que siguió al crack de 1929. Era una crisis de
superproducción. Pero me pregunto, ¿cómo había exceso de producción y millones
de personas sin acceso a bienes básicos? Muchos economistas hablaron de
subconsumo.
¿Realmente
sobra gente? No, rotundamente no. Si en lugar de hablar de superpoblación
planteáramos la cuestión como de un reparto desigual de los recursos, la cosa
cambia muchísimo. Nadie sobra y mucho menos nadie tiene derecho a decirle a nadie
cuántos hijos debe tener. Si quienes controlan los recursos tuvieran limitadas
sus ganancias los desfavorecidos no tendrían tan limitadas sus posibilidades.
Pero es curioso cómo se puede obligar a millones de personas a reducir su
sueldo a la mitad y no se puede plantar un gobierno ante las multinacionales o
los fondos de inversión para que paguen un 10% más de impuestos.
Esta
semana me sublevaba cómo los medios están empeñados en la consigna de
desincentivar los estudios superiores. Hay demasiados universitarios y los
puestos de trabajo están ocupados por gente con mucha más formación que la
necesaria. Hay sobrecualificación. En principio no acierto a ver un problema
económico para las empresas en la sobrecualificación. Es una putada para el que
trabaja, que se ha currado una formación. Es frustrante no trabajar de lo tuyo,
pero cumpliendo tu trabajo, la empresa va bien.
Parte
del problema está en el tipo de estructura económica que están pensando para
este país. España se está convirtiendo en un país de camareros, de los de bares
y de los de hoteles, de animadores de resorts
y guías turísticos. Quizás sea por eso por lo que insisten tanto en aprender
idiomas. Está claro que para ese viaje no hacen falta abogados, ingenieros,
investigadores, historiadores, sociólogos, médicos, enfermeros… como mucho
socorristas y paramédicos.
No es
cierto que sobren médicos o aparejadores, hacen falta incluso abogados. Lo que
no hay es voluntad política de contratarlos. Se cierran camas de hospital, se
reducen plantillas de profesores, maestros, incluso de policía. Sólo aumentan
las del ejército, normal, con la que va a caer tienen que estar preparados.
Como
decía, el problema de la sobrecualificación es sencillo: que la gente no
estudie carreras. Te dicen que son caras, que sólo se paga una parte del costo
por alumno, que las matrículas deben subir más, que si la formación profesional
ofrece unos módulos muy adecuados al mercado laboral… Pero el caso es que están
cerrando módulos y pasándolos a la concertada. Mucha gente se va a quedar
fuera.
La
cuestión es ahora, ¿quién debe abstenerse de estudiar carreras? La respuesta
del PP y similares: los que no puedan pagársela. Sus chiquillos no van a tener
problemas, ni siquiera si no les da la nota de corte. Para eso están las
universidades privadas.
La
excepciones están sólo para los mejores estudiantes, que, como perdonando la
vida, obtendrán una beca miserable conseguida y mantenida con el susto en el
cuerpo, con miles de requisitos académicos y no académicos. El que consiga
terminar la carrera con una beca será con notas soberbias. Debe ser también un
ser excepcional, porque tendrá que combinar los estudios con trabajos
esporádicos, los veranos sin pendientes para poder ganar un dinerillo. Y por
supuesto, nada de academias para mejorar el inglés y tener el B1 ó B2 (que
ahora te piden para terminar un grado o para irte de erasmus). La vida dedicada al estudio. Así podremos hablar de la
cultura del esfuerzo y ponerlo de ejemplo de que si se vale, se consiguen las
cosas
Al
terminar tendrá que peregrinar al extranjero para conseguir currículum y
experiencia. A la vuelta conseguirá un puesto de becario en las empresas que se
arriesguen. Será todo beneficio. Vivir para la empresa, que prescindirá de sus
servicios cuando menos se lo espere. Es que sobran licenciados, graduados,
doctorados….
No
caigamos en la trampa de hablar de sobrecualificación, de superproducción o de
superpoblación. Son manipulaciones semánticas que permiten dejar caer que
sobramos, que el mundo no es para nosotros. ¿Por qué no sobran titulados de
buena familia? ¿Es que ellos no cuestan dinero al Estado? Cuando pagan su
matrícula, ¿no les pagamos también el 80%? Como en las películas americanas
donde para salvar al muchacho –como decíamos cuando era niño— mueren diez o
quince orientales y unos pocos transeúntes. El mundo es para ellos, nosotros
pedimos humildemente permiso y somos prescindibles.
Hay
dinero para los importantes, los que no van a la cárcel porque son indultados.
Hay de sobra para los sobres. Y un aforado más o menos no importa. Para los
demás no es que no haya, es que no debe haber, porque así damos esperanza, y
propiciamos aprovechados de las ayudas sociales, de las becas, vivir del
cuento.
Si
realmente el mercado regulara estas cosas bien, la gente por sí misma
declinaría unos estudios que no les sirven. Pero es todo un engaño y tienen que
utilizar todos los resortes del Estado para obligar a la gente. Los
autoproclamados adalides de la libertad se empeñan en obligar a la gente a no
estudiar carreras, a decantarse por una formación mínima, a emigrar. ¿Quién te
ha dicho a ti que quiero que decidas una carrera por mí?
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