El
Regeneracionismo fue un movimiento cultural que surgió allá a finales del siglo
XIX, cuando el sistema canovista estaba agotado. Cánovas había ideado un
complicado engranaje para asegurarse la paz social y la alternancia política en
la vuelta de los Borbones en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II,
quien tuvo que salir exiliada tras la Gloriosa Revolución iniciada en Cádiz al
grito de ¡Viva España con honra!
Con el
fin del siglo coincidieron la derrota de la guerra de Cuba, el asesinato de
Cánovas, la muerte de Sagasta con un espíritu general de decepción en toda
Europa. Una weltanschauung o cosmovisión
muy marcada por el pesimismo y la suspicacia, pero a la vez con una voluntad de
progreso y avance. Son los tiempos en los que Nietzsche derrumbaba los ídolos y
Freud mostraba que nuestros impulsos más oscuros guían secretamente nuestros
actos. En España tomamos como ejemplo a Krause, un filósofo alemán, quizás de
segunda fila comparado con Hegel, pero muy interesado por la educación.
Joaquín
Costa, Francisco Silvela, Macías Picavea, Rafael Altamira o Ángel Ganivet
encabezaron esta reflexión que pretendía acabar con la putrefacción de la vida
política española. Había que movilizar las “masas neutras”, porque España se
había quedado “sin pulso”. Joaquín Costa, quizás el más lúcido de estos
pensadores abogaba, por echar siete cerrojos al sepulcro del Cid, abandonar el
peso del pasado glorioso y encarar el futuro preocupándose por los problemas
más acuciantes, “despensa y escuela”.
Palabras
así cuentan casi inmediatamente con nuestra simpatía. Sin embargo, cuando Joaquín
Costa solicitaba un “cirujano con mano de hierro” que cortara por lo sano la
clase política del que hablaba, no sé, algo hay que no me cuadra. En un alarde
de amplitud de miras hay quien vio en Franco ese cirujano. El caudillo sería el
último regeneracionista.
Las
similitudes entre el reinado de Alfonso XII y este que consagró el régimen del
78 son tantas que no estaría de más hablar de una Segunda Restauración. El
bipartidismo entre Liberales y Conservadores es prácticamente idéntico al de
PSOE y PP haciendo buena la sentencia de El
Gatopardo, “haz que algo cambie para que todo siga igual”. Los acuerdos
entre lo que se ha llamado “la casta” para salvaguardar los poderes fácticos y
su influencia son idénticos a los del pacto de El Pardo. Cánovas hablaba de la
Constitución Histórica de la Monarquía Española con la misma convicción que
ahora se nombra la Constitución de 1978 como algo eterno, inmutable, sagrado.
También
se repite la apatía frente a la política. Y no es de extrañar, el caciquismo
controlaba y distorsionaba la voluntad popular incluso cuando se reestableció
el sufragio universal. Apenas votaba el veinte por ciento de una población con
graves problemas económicos y sociales. Las estructuras clientelares de esos
caciques que repartían favores son tan
parecidas a las corrupciones y corruptelas actuales que lo único que cambia son
las barbas de las fotografías, porque a veces vemos repetidos los apellidos.
Los
grandes partidos se apuntaron entonces a la regeneración política, ambos, el
conservador con Francisco Silvela y el liberal. Entonces también tuvieron un
auge los nacionalismos catalán y vasco. Y por supuesto, ninguno de ellos tuvo
el más mínimo interés real en cambiar las cosas. Antonio Maura intentó
movilizar las masas neutras a través de un cambio en la ley electoral que
acabara con el caciquismo. Difícilmente podría lograr un gobierno aupado por
caciques acabar con el caciquismo. Y estamos viendo ahora cómo hacen el
ridículo más espantoso quienes desde los partidos hegemónicos hablan de acabar
con la corrupción y no tomar ninguna decisión al respecto.
Lo que
me sorprende es el uso que hacen muchos intelectuales, especialmente desde la
izquierda, de la terminología del Regeneracionismo. ¿Qué significa esta
palabra? En primer lugar, proviene del ámbito de la medicina. Karl Mannhein ya
había advertido cómo los conservadores preferían metáforas orgánicas aplicadas
a la política, mientras que los progresistas prefieren las mecánicas (órganos del Estado frente a aparatos del Estado). El término se
aplica en contraposición a “corrupción”, y parece adecuado cuando lo que
queremos es recuperar algo deseable, el equilibrio biológico de un organismo
sano.
Pero,
¿es el régimen del 78 un organismo sano? Parece cada vez más claro que la
Transición, la “inmaculada transición”, como decía Albiac, pasó del Franquismo
a la Democracia sin romperlo ni mancharlo. Las élites mantienen su poder,
controlan los cambios legislativos y continúan imponiendo políticas a los
distintos gobiernos en los distintos niveles, municipal, provincial, autonómico
y estatal. Podemos disculparlos por las dificultades inherentes a cualquier
proceso de cambio radical y por las especiales condiciones de finales de los
años 70, pero quizás sea necesario plantearse un cambio mucho más radical. No
se trata de sustituir el PP por el PSOE, porque ya sabemos cómo funcionan las
alternancias entre Cánovas y Sagasta.
Tampoco
habría que movilizar las masas, que ya han mostrado y siguen mostrando su
movilización: desde el 15M hasta el aluvión de Mareas que protestan, no sólo
contra la corrupción –que también–, sino por los recortes en los derechos
básicos y el sistema del bienestar. ¿Es Podemos una alternativa a la retórica
de la regeneración? Al menos plantea un desafío a las élites políticas y
económicas y su discurso.
El
regeneracionismo, que tantas simpatías me había despertado como estudiante,
enciende mis suspicacias ante la tentación autoritaria, como la retórica de
Miguel Primo de Rivera y su simulacro de partido y elecciones. Él también dijo
intentar acabar con la oligarquía y “descuajar el caciquismo” y acabó siendo un
mesías dictador, sustituyendo una oligarquía por otra. Reivindicar el
regeneracionismo y su retórica en el siglo XXI mucho me temo que nos llevaría
al mismo sitio.
Los
acuerdos con la Iglesia, como el que permite la inmatriculación de inmuebles,
por ejemplo; la ley hipotecaria, las leyes y reglamentos que envían a la cárcel
a quien usa una tarjeta que no es propia para comprar pañales mientras que
justifican el despilfarro millonario de las black,
son alguno de los muchísimos ejemplos de que se necesita algo más que una
regeneración. Mucho más que un cirujano de mano de hierro –o de coleta–, que
acabe con los miembros corruptos y gangrenados. No hay nada que merezca la pena
regenerar. Hay que construir de nuevo. Delenda est Monarchia.
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