Tengo que
reconocer que Vetusta Morla no son santo de mi devoción. Será quizás por los
años, pero mis gustos han quedado un poco rezagados, de cuando los grupos de
música españoles mascullaban ininteligibles canciones, difíciles de
interpretar, no por barrocos juegos de palabras, sino porque su vocalización
era inexistente. Los Planetas, por
ejemplo. Y todos los otros grupos que cantaban igual. En el cambio de siglo, en
cambio, son legión los que cantan con voces similares a Vetusta Morla.
El título es
sugerente, La Deriva. Aunque no se
refiera al procedimiento psicogeográfico de Guy Debord, el
tema de la canción incluye reflexiones de un nivel bastante aceptable para el
pop en español, bordeando con clase la tentación de la épica. Un ambiente
apropiado para la intención de la canción. El autor de la letra es Guillermo
Galván.
El inicio del
tema suena la percusión y el órgano en pleno homenaje al Atmosphere de Joy Division. Es un comienzo que ya me
tiene ganado. La letra empieza con un endecasílabo más que notable: “He tenido
tiempo de desdoblarme”.
He tenido tiempo
de desdoblarme
y ver mi rostro
en otras vidas.
Ya tiré la piedra al centro del
estanque.
El tema del doble, del Doppelgänger, es un clásico en la literatura de tintes filosóficos.
En sus múltiples mutaciones, el Doppelgänger
se aparece a aquellos quienes van a morir. Quien ve a su doble sabe que su fin
está cerca. Vetusta Morla lo encaran
al contrario. La visión del doble es la que posibilita adelantarse al
futuro. “He visto mi rostro en otras
vidas”. Las ondas del estanque representan las consecuencias de esa visión.
Consecuencias a corto y largo plazo.
He enterrado
cuentos y calendario,
ya cambié el
balón por gasolina.
Ha prendido el bosque al incendiar la
orilla.
La deriva
cuenta un cambio de rumbo, un punto de no retorno, abandonar cualquier rastro
de inmadurez (cuentos y balón) y el paso del tiempo (“calendario”). El paso a
la madurez con ira (gasolina) que prende la vida conocida con consecuencias no
previstas (el bosque).
He escuchado el
ritmo de los feriantes
poniendo precio a
mi agonía;
familias de erizos en sus manos frías.
El ritmo de
los feriantes quizás haga referencia a los medios de comunicación por un lado,
que comercian con las miserias humanas, aunque tampoco estaría muy
desencaminada una mención a la clase política que, como feriantes, aprovechan
las penalidades para conseguir votos. Las familias de erizos, sin embargo, sí
que recuerdan a la metáfora que Schopenhauer hacía de la raza humana. Para el
filósofo los seres humanos son como los erizos, que se acercan cuando comienzan
a sentir el frío, pero que se hieren entre ellos cuando la distancia es
demasiado corta. Ilustra la paradoja entre el deseo de individualidad y la
necesidad de contacto humano, a nivel psicológico tanto como a nivel físico para
la supervivencia. Esa contradicción está acentuada por el juego de los
feriantes cuya frialdad acentúa la necesidad de contacto.
Habrá que
inventarse una salida,
ya no hay timón en la deriva.
La situación,
tal como la plantean Vetusta Morla no
tiene un destino claro, las utopías, los grandes relatos de emancipación han
fracasado. La sociedad no tiene una dirección. Como decía el gran historiador
Eric Hobsbawm, no se trata de que no cumplamos las normas, sino de que no
sabemos cuál es la norma. El campo semántico de la dirección como objetivo
social posibilita el paso a la metáfora del barco a la deriva.
Has tenido pulso
para engancharme
alistado en
ejércitos suicidas.
Me adentré en el bosque y no encontré
al vigía.
En esta
estrofa cambia la persona e interpela a quien le forzó a llevar una vida
abocada a la destrucción, “engancharme” (vocabulario de drogas), “ejércitos
suicidas” (vocabulario terrorista). Sin embargo, ese tú interpelado ha
desaparecido. Esas fuerzas que eran capaces de tener el pulso ya no están. El
vigía, ese Gran Hermano, ya no está en el bosque. Nadie está al control.
Habrá que
inventarse una guarida,
no quiero timón
en la deriva.
Cada cual que
tome sus medidas.
Hay esperanza en la deriva.
Nadie nos
protege, todo depende de cada uno, no se trata de buscar un refugio, sino de
“inventarse”. Las normas han desaparecido y ahora Vetusta Morla no añoran un timonel, no quieren líderes, ni siquiera
quieren un rumbo. La individualidad debe autodirigirse, ya basta de
muchedumbres solitarias heterótrofas que caminaban con un rumbo convencional, las que describía con acierto y cierta tristeza David Riesman.
Cada cual es dueño de dejarse llevar, de abandonar los caminos trillados, “hay
esperanza en la deriva”.
Habrá que
inventarse una salida.
Que el destino no
nos tome las medidas.
Hay esperanza en la deriva.
Inventarse un
refugio, buscar soluciones nuevas, salir de la posición anterior. Superar el
destino escrito, los relatos de emancipación o de alienación. La única
esperanza, aunque suponemos incierta, es la deriva, abandonar cualquier rumbo.
Reflexiones
épicas para una canción que puede decir muchas más cosas de las que significan.
Palabras que resuenan otros ecos. Obsesiones personales y guías de rutas para
no tener rutas ni guías. Hay esperanza en la deriva.
Para mi, en definitiva, una canción protesta actual; así la interpreto.
ResponderEliminarMe encanta, y hasta diría que reconforta e identifica.
Cuando lo reconocido y lo reconocible no nos aportan referentes válidos y queremos mantenernos fuera de la tiranía de lo previsible, hay que dejarse llevar por la deriva. Hay esperanza en la deriva.
ResponderEliminarQuillo, y yo que pensaba que yo era profundo. Como dicen los Antílopez "no tengo nada en lo personal....", pero necesitas al menos unos 500 polvos para quitarte tanta tontería. En el punto intermedio está el equilibrio, hay que ser intenso pero poniéndole un puntito de humor a la vida. Insisto, te recomiendo encarecidamente a los "Antílopez", profundidad, crítica, buena música, y buen rollo a espuertas... Aquí un amigo
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