Es de
sobra conocido el Elogio de la mujer
pequeña con el que el Arcipreste de Hita parecía hacer un homenaje a las
mujeres de escasa estatura. Hagamos ahora un elogio de todas esas pequeñas
cosas que se están encogiendo a pasos agigantados.
Será el
signo de estos tiempos inciertos de velocidad y desconcentración, pero cada vez
se ven más ejemplos de extrema cortedad. Los mensajes se reducen, se eliminan
letras innecesarias, signos de puntuación, acentos. Incluso las interjecciones
se quedan en nada. Se destilan emociones en caritas amarillas. Ya no nos
acordamos siquiera de las cartas escritas en varias cuartillas de papel.
Estas
nanografías tienen la estructura de los eslóganes. Directos, concisos,
recordables –a veces memorables–. Los mircorrelatos, por ejemplo, cada vez son
más ínfimos. No en calidad, me refiero a número de palabras. Hay también
ejemplos de micropoesía, que en un par de certeros versos son capaces de
condensar…, bueno, a veces no. La publicidad son pequeñas películas, los cortos
están de moda.
También,
¿cómo no? tenemos ejemplos de filosofía en pequeñas píldoras. Esas frases de Paulo
Coelho, o pseudo Coelhos, esas que se repitan porque “te hacen pensar”.
Imágenes de Gandhi, de Grouxo Marx, de Einstein, sobre todo de Einstein. Por
supuesto nadie comprobamos la veracidad de estas citas, porque… nos han hecho
pensar.
Por
supuesto tenemos micro-raciones a la hora de comer. No, no estoy hablando de
las tapas y los pinchos. Son las micro-comidas servidas por los chefs para
muchas estrellas y pocos michelines.
El único consuelo que me queda es que, como son para gente de posibles, las
cobran a precio de platino. ¡Con su pan se lo coman! Ay, no, pan no.
Incluso
sospechamos ahora que el universo no se está expandiendo, se está contrayendo,
como nuestros sueldos.
Echémosle
directamente la culpa al Twitter, que
te exige reducir tus mensajes a 140 caracteres. Se habla mucho de la pérdida de
intimidad y privacidad que propician las herramientas de las redes sociales.
Pero esta condensación de mensajes tiene también un tiento sociológico.
En los
tiempos pretéritos había una comunicación breve, lo llamábamos telegramas. Y
dejábamos claro su excepcionalidad. Se usaba en ocasiones importantes, cada
palabra contaba –y costaba–, su lenguaje estaba altamente formalizado, la
puntuación se hacía explícita. PUNTO.
El filósofo
Paul Virilio ya nos había advertido de que esta era la era de la velocidad, la vitesse. Y en cierto modo todo nos
incita a consumir rápido. Comida rápida, viajes rápidos, polvos rápidos y
rápidos lodos. Una consecuencia lógica de estas velocidades debía sin duda
venir de la reducción de las raciones. Cambian las modas, se reducen las
estaciones como se reduce la capacidad de concentración. Rápida digestión para
que rápidamente se despierte el hambre de nuevos consumos. Los matrimonios no
duran siempre. Los te quiero por
siempre tienen fecha de caducidad. Las eternidades duran apenas una noche. Las
amistades se vuelven pasajeras, pero tenemos el consuelo de mantenerlas ahí, en
el Facebook.
Podemos
ponernos apocalípticos y profetizar el fin de la civilización occidental por
pérdida de capacidad de concentración y de capacidad de pensamiento profundo. A
mí mismo me está costando escribir esto, la mente se va a otra parte. Los
programas de televisión se trocean como los anuncios para poder ser mejor
digeridos por la audiencia. Se está convirtiendo en la lucha contra la
concentración perdida.
No
quisiera ser milenarista, sino más bien reflexionar sobre este fenómeno. ¿Cuál
sería la radiografía de estas nanografías? ¿A qué se debe su auge? La
nanotecnología parecía el futuro, todo más pequeño, menos es más. Los móviles
iban encogiéndose para mayor comodidad del usuario. Y de repente empiezan a
crecer de nuevo, las pantallas ocupan al completo el terminal para permitir la
reproducción de vídeos, televisión o películas. Salvo las pantallas, de móvil o
de televisión, todo lo demás encoge. No creo que sea cuestión de la tecnología,
por mucho que Latour pretenda hacer sociología de los actantes no humanos.
Pienso que al revés. No es el éxito de Twitter
quien reduce las expresiones, sino que la tendencia a la condensación es la que
hace triunfar a Twitter.
Quizás sea
simplemente la aceleración de la vida contemporánea que nos aturrulla, como
decía Simmel. Ante tanto estímulo debemos seleccionar y quedarnos con pequeños
bocados de realidad. ¿Cómo sigue aquel amigo? Una fotografía, una frase en una
red social y ya sabemos. ¿De qué va ese libro sobre el Capital de Piketti? Te lo paso en una presentación. Debemos manejar
cantidades crecientes de información para vivir en este siglo. Horarios de
autobuses, precios, direcciones, actividades… ¿Cómo vamos a poder digerir una
novela, un libro de poemas, un volumen de autoayuda? En dos palabras,
im-posible.
Somos
incapaces de mantener todo en la memoria, para eso aumentamos la capacidad de
nuestros dispositivos, megas, gigas, teras, en lugar de aumentar la nuestra propia.
Creo,
también, que no sólo es una cuestión de negatividad, también hay un impulso
tremendamente creativo en esta condensación. Hay momentos brillantísimos de
humor en poquísimas palabras. Una de las grandezas del pop consistió y consiste
en expresar sentimientos muy universales a través de elementos muy reducidos.
Iconografía comercial, tres acordes, vocabulario muy reducido. Y nos seguimos
emocionando con joyitas de tres minutos de música escritas hace ya más de medio
siglo.
Esta
hiperactividad tiene sus defensores, quienes, en un alarde de positividad,
propugnan que la multitarea ayuda a hacer más activo al cerebro. Espero que no
sea así, y que no consigan colonizar nuestro cerebro para aumentar su
productividad. Hay quien es capaz de reducir las filosofías más enjundiosas,
las teorías económicas más complejas, a series de tweets. Se escriben novelas epistolares a través de emails. Podemos
tomarlo como un hecho social en sí mismo o puede ser un síntoma de una
tendencia más general de la sociedad, ser coherente con otros imaginarios o mecanismos
sociales, económicos, psicológicos más amplios: La duración de los electrodomésticos,
de los afectos, de los contratos.
Poder
conectar con el gusto de otros a través de un juego de palabras, de un relato
mínimo, de un atardecer y dos frases es impresionante. Y desde luego, hay nanografías
para todos los gustos y niveles, desde el más ñoño y pueril, hasta aforismos de
alto nivel (¡hey, Nietzsche!). Estos micromensajes están pensados para llamar
la atención.
Me
llama la atención precisamente esta expresión. La atención es llamada, como si
algo fuera de mí me obligara a centrar mi mirada en algo ajeno. Después, si
acaso, le presto atención. Ahora soy yo el que pone de su parte. A partir de
cierto momento para mantener la atención se requiere del concurso de la
voluntad. La presto. Por cierto, los anglosajones no prestan atención, ellos la
pagan. They pay attention. Se ve que
son más formales, se pueden permitir pagar con ella. Yo, cuando presto atención
querría que me la devolvieran, porque luego debo prestarla a otras cosas. En este
juego de prestar y devolver, con tan exiguo capital, sólo podemos aspirar a
píldoras pequeñas. Dos folios, como los que estoy exigiendo yo ahora, pueden
ser demasiado. Así que, reduzcamos el pensamiento a la mínima expresión.
La
atención es lo único que se está prestando en este país, porque, evidentemente,
de los préstamos bancarios, nanai.
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