viernes, 26 de junio de 2015

Reseña de Ana Patricia Moya, Material de desecho (mierda en el corazón). Ediciones En Huida. 2013.


Ana Patricia Moya, aka Periquilla Los Palotes, es según sus propias palabras: “pluriempleada. / Joven y mujer. Mano de obra barata”, “eterna becaria”. Estudió Relaciones Laborales y es licenciada en Humanidades, con un máster en Textos, Documentación e intervención Cultural y un postgrado en Community Manager y Social Media, arqueóloga, bibliotecaria, joyera, fotógrafa, profesora de clases particulares, gestora documental, poeta y directora de la interesantísima Editorial Groenlandia, especializada en publicaciones digitales www.revistagroenlandia.com. Tiene publicados libros de poemas como “Bocaditos de Realidad” (Groenlandia, reedición del 2012), “Píldoras de papel” (Huerga & Fierro Editores, 2015, edición española; Cinosargo Editorial, 2015, edición chilena), que acaba de salir, y el libro de relatos “Cuentos de la Carne” (Groenlandia, 2010).

El libro está dividido en diversas secciones: “Estropajo, polvo y libros”, “Eso que llaman amor y que se le parece”, “Sesos, exilio y poesía” (quiźas la más poética de todo el lote), y “Nada ha cambiado... (ocho años después)” y “Eterna becaria”, donde mejor se mezcla la voluntad lírica con la voluntad social. La poesía de Material de desecho es interesante tanto en la forma como en el contenido. En la forma, Ana Patrica Moya combina diversas opciones tipográficas, desde el poema en prosa hasta el juego tipográfico cercano al caligrama, pasando por los casi haikus. Poemas muy cortos, apenas dos versos a poemas de mayor envergadura. 

La materia prima de los poemas de Ana Patricia Moya es su propio corazón, que aparece atravesado en la portada por un clavo enorme, una especie de ajuste de cuentas interior, por eso dedica el volumen “a ti, / la puta herida que me transformó / en lo que soy ahora”. Sin embargo el mundo interior, el sentimiento de dolor, de depresión conecta de una manera natural con la situación social y económica: “Cielo, dejemos a los poetas con su oficio, / que yo ya tengo bastante con mis miserias… / …y con mis tres empleos”. La conexión entre la intimidad y la crisis económica se está viendo cada vez reflejada con más fuerza en la literatura, recordemos la novela “La trabajadora” de Elvira Navarro. Ejemplos, muchos: “El amor no une. / Une la hipoteca” (Amor sintético), “El amor es como la política: promesas que jamás se cumplen”. Pero no es un desengaño amoroso lo que lleva a la comparación con la crisis, no es aquel verso de Bécquer, “pienso cual tú que una oda sólo es buena / de un billete del Banco al dorso escrita”, es la certificación de que los asuntos del corazón van tejidos íntimamente con las circunstancias históricas concretas como en el último poema antes del epílogo. Maldita jaula de emociones que está destrozando la poca voluntad que me queda...

Desencanto, dolor, mentiras, paradojas, humor, ironía, el sarcasmo, la mala baba, la ira como instrumento frente al mundo. La certeza de que vamos a caer en las mismas trampas: “Y no escarmiento: / mañana nacerá otro poema” (La penitencia del poeta). En cierta forma heredera rebelde de la poética romántica, del yo frente al mundo, del hurgar en el interior para ofrecerlo como sacrificio al altar de la poesía: “Porque no aspiro a nada, porque sólo aireo mis miserias / como si fueran asquerosa basura... / como el material de desecho que suda mi corazón” (Epílogo).

La autora se alinea con otras grandes mujeres como Frida Kahlo, Sylvia Plath, Emily Dickinson y Virginia Woolf con la escritura como terapia: “Y siguen diciendo que la poesía no es necesaria...” (Retorno al planeta Prozak) o Poema: instrucciones de uso: “Uno: utilizar en casos depresivos / cuando métodos naturales o químicos / fallen o no estén al alcance. / Dos: / escribir, escupir, vomitar lo que duele / en cualquier tipo de superficie blanca. / Y tres: / guardar en el cajón / y celebrar el ahorro en psiquiatra”.

El vocabulario de Ana Patricia Moya se mueve con soltura entre las imágenes poéticas, el ingenio, la ironía, el humor, las metáforas audaces y el lenguaje más procaz y cotidiano, las marcas, una antipoética: “Rechacé las flores y tus putos poemas. / Sabías que no quería ni detalles ni palabras de amor. Tú escuchabas: 'quiero hechos' / Y ahora me dejas tirada, como si fuera un trapo sucio. / Creo que resulto demasiado cara.” (Exigente). Y a la vez, palabras sencillas para sentimientos y admiración: “El mejor poeta del mundo / es mi padre: / jamás ha escrito versos / pero sus manos grandes y sufridas / son ásperos poemas / de vida.”

Desde Bocaditos de realidad, la autora ha crecido, ha madurado su lenguaje poético, su actitud ante el mundo y la poesía, sin dejar de tener una voz propia. Esa voz que blasfema contra el mundo y que mira las manos de su padre, una voz feminista que denuncia y una voz dulce que es consciente de la belleza del mundo, una voz irónica y posmoderna, actual y rebelde, frustrada e ilusionada.  Mitad punk, mitad romanticismo, que en el fondo son dos maneras de enfrentar la desilusión de las utopías, pero, como un luchador sin esperanza, continúa en el taller de la poesía y de la vida, aunque “el amor sigue siendo una puta mierda”.

Material de desecho es un libro de poemas sin desperdicio, donde podemos encontrar a una poeta a la vez segura e insegura, dolida por el amor y enamorada, herida y agradecida al mundo, aplastada y luchadora. Un poco como todos nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario