He
querido jugar con los significados de la palabra en inglés. Free significa libre, pero también
significa gratis y, eso, que ser libre no es gratis. Puede parecer paradójico,
pero es así. La libertad tenía y sigue teniendo un precio, a menudo monetario.
Cuando
repaso con los alumnos la historia de las constituciones, la de la Revolución
Francesa o la Constitución de 1812, siempre pregunto qué derechos pedirían si
tuvieran la oportunidad de redactar una Carta Magna. Se quedan un poco
paralizados. Lógico, no se plantean a menudo cuestiones semejantes. Yo me pido
la vida y la integridad personal. A partir de ahí ya se lanzan a ir solicitando…
Lo curioso es que los padres de la patria no consideraron oportuno defender la
vida como un derecho fundamental, pidieron libertad y propiedad. También
igualdad ante la ley o el derecho a la búsqueda de la felicidad, pero eso es
otro asunto.
Pedían
propiedad, como es lógico, porque eran ricos burgueses y nobles con negocios
que querían santificar constitucionalmente el disfrute de sus propiedades, que
para eso estaba constituida la sociedad, decían. Pero, ¿y la libertad? Pues
ellos lo tenían claro, si no es por la propiedad no podían gozar de la libertad
de hacer y deshacer, de viajar, de emprender, de contratar y despedir.
El
dinero no da la felicidad, dicen muchos, pero es innegable que si no disponemos
de recursos no podemos hacer frente a las necesidades básicas, comida, casa,
algo de seguridad… Los hippies
intentaban hacer un mundo sin dinero, un mundo libre, pero eso exige un
compromiso radical con una forma de vida que no dependa de los demás, te exige
hacer frente a tus necesidades. A menudo eran hijos de papá que pudieron volver
al redil cuando las cosas se pusieron feas. How does it feels,
with no direction home, que decía Bob Dylan en Like a
Rolling Stone.
Escuchar por los medios los elogios a tantos hombres y
mujeres libres que diseñan, que viven como les da la gana, escritores
fantásticos que hicieron frente a la sociedad encorsetada del franquismo, y no
voy a citar nombres que todos pueden pensar. La libertad soñada por muchos se
materializó en estos que han pasado a la historia de la literatura y las artes,
pero que, ante cualquier problema tenían una casa, un fondo, unos amigos a los
que recurrir que te lleven a dar conferencias por ahí.
Lamentablemente hay otras clases sociales que no se pueden
permitir enfrentarse a lo establecido, tienen una hipoteca, tienen que
conservar un trabajo, tienen que alimentar una familia… Y de eso se aprovechan.
Por eso son mucho más valiosos sus ejemplos. Han puesto en peligro su
estabilidad, han pagado un precio enorme, algunos en la cárcel, otros acaban de
vagabundos, otros tienen que ir dependiendo de pequeños favores, de sablazos,
de mala fama…
La libertad siempre está de parte de los que tienen. Porque
pueden pagársela. No sólo en cuestión de dinero y abogados, también en la
capacidad de hacer realidad las opciones. Los ricos tienen más opciones. Simplemente
en la capacidad de dejar de serlo. Al contrario es imposible.
Pongamos un caso polémico. El concejal Guillermo Zapata hace
en twitter una serie de chistes de
mal gusto, de humor negro, tabernarios… porque hay que considerar ya que las
redes son nuestros barrios, nuestras plazas, nuestros bares, los espacios
públicos. Es libertad de expresión. Rotundamente sí. Incita al odio, ¡anda ya!
Pueden resultar ofensivos, ¡por supuesto! Como resultan ofensivos muchos tipos
de humor. A mí, personalmente me ofenden –en mucha menor medida, claro está–,
cierta serie de televisión que se encarga de prolongar la vida de los tópicos
de los andaluces. No es el mismo caso, claro que no, en el caso de Zapata habla
de víctimas, no sólo de terrorismo, también de crímenes horrendos y del
holocausto. Pero son chistes, la intención no es fomentar el odio. Peca de
insensible, claro que sí. Y el precio que ha pagado ha sido enorme., sobre todo
comparado con el precio que pagan los corruptos. Ha tenido que dejar el puesto
para el que acababa de ser nombrado. Y encima la fiscalía, esa que no ve delito
en la infanta o en la Gürtel, sí se
plantea perseguirlo judicialmente.
Está claro que si hubiera sido alguien desconocido nadie se
hubiera llevado las manos a la cabeza, pero es que resulta que es de los radicales de Podemos. Pues, a por él. No
importa que muchos miembros del PP hayan hecho declaraciones cercanas al
falangismo, que haya fotos con símbolos nazis, que el propio partido se niegue
a condenar el franquismo… lo que importaba es que era un enemigo y había que
llenarlo de fango.
Esos mismos que en la tribuna lo acusan fueron los que
defendían la libertad de expresión de las caricaturas de Mahoma, de Charlie Hebdo, no sólo porque hubieran
sido víctimas inocentes de la barbarie fanática, sino porque defendían, con
mayúsculas, la Libertad de Expresión.
Habría mucho que hablar sobre el humor, y seguro que muchos
lo harán mejor que yo. He querido traer sólo un apunte, un ejemplo del costo de
una libertad usual, en la que cualquiera podemos caer.
Lo dicho, la libertad de insultar no es gratis, la libertad
de ofender tiene un precio. Unos tienen la facilidad para pagar mientras que
otros tienen que cerrar el chiringuito. Pero lo más grave es que a los que
pueden desembolsar, normalmente se les invita, se les regala la posibilidad de ser
más libres. Compran los medios de comunicación y sus compañeros de pupitre les
facilitan entrevistas en prensa, en la televisión.
El resto tenemos que renunciar a darle a la familia un
futuro, tenemos que optar por echarnos al monte si queremos salirnos de la
norma. Tenemos que aguantar los insultos, las descalificaciones, por un lado y
por otro. Cada cosa que uno hace tiene dos críticas. A unos les parece
demasiado, a los demás, demasiado poco.
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