lunes, 23 de mayo de 2016

Que viene el lobo




Una clara sensación de déjà vu me ronda la cabeza. Esta vez no se trata de la monotonía de los días que se repiten casi iguales unos a otros. Ni es la primavera que anuncia el estío un año más. Tampoco son celebraciones, que esta vez me he librado de esas fiestas tradicionales que amenazan a las familias cuando llega el mes de mayo. Ni siquiera es la celebración de unas nuevas elecciones y la pesadez de una campaña ya sabida. No es, pero sí que tiene que ver.
Los contendientes están tomando posiciones de cara a la confrontación electoral. Están valorando si merece la pena despellejar a las formaciones con las que se tendrá quizás que pactar un posible gobierno de coalición. Precisamente son los posibles aliados, por otra parte, los mayores rivales. Son casi como nosotros, por eso tenemos que diferenciarnos de ellos.
Los líderes están ahora también entretenidos en formar listas, colocar allegados, fijar coaliciones, fundar partidos. En la estrategia ocupa un lugar predominante, incluso más que las ideas propias, la descalificación de las ajenas. Cansinas monsergas atacando con los argumentos de siempre, y si no funcionan, siempre queda el “pos tú más” o el “anda que tú”.
Las simplificaciones están llegando a un punto que rozan, no la falta de ingenio, sino la falta de inteligencia. En este mundo de apariencias los eslóganes tienen que simples y contundentes y, si ya los tienes hechos, pues utilízalos. Nos hemos llevado cuarenta años avisando del peligro, vamos a aprovechar ese imaginario colectivo antiguo para revisitarlo y tener un argumento que no necesitamos razonar.
Volvemos a la doctrina Truman, llega el peligro comunista. Esta ideología se ha metamorfoseado en un monolito en el que cabe todo en el mismo saco, desde las críticas de Marx y Engels, el Leninismo, Stalin, Mao y Pol Pot. Todos son enemigos de la libertad, unos dictadores represores. Y efectivamente, los crímenes de la Unión Soviética, la República Popular China o Vietnam están entre los más graves de la historia de la humanidad. Su crueldad y sadismo están al mismo nivel que la solución final de Hitler.
En los años 70 se hablaba de un desequilibrio moral, como si las víctimas del totalitarismo de derechas estuvieran más condenadas que las de las dictaduras socialistas. Una parte de la izquierda, como Sartre, quería estar ciega ante las atrocidades de la Unión Soviética. Ahora se han cambiado las tornas.
Me toca enseñar los conflictos del mundo actual a los alumnos de secundaria. Ni rastro de las barbaridades de las dictaduras sudamericanas, ni los desaparecidos argentinos, ni de la caravana de la muerte, ni de la contra… Parece como si, de repente, todos los crímenes del mundo estuvieran en el otro plato de la balanza.
El comunismo es un conjunto de ideas muy diferentes, pueden tener una base común. Son tan responsables de crímenes contra la humanidad como el capitalismo liberal, tanto como las atrocidades de la Inquisición o las Cruzadas son resultado del cristianismo, o los atentados con el dios misericordioso del Corán. Muchas excusas se han puesto para desarrollar políticas de estado brutales. Las intervenciones eugenésicas de Suecia contra los lapones, de Estados Unidos contra los negros o débiles mentales pueden ser calificadas de genocidio. El mismo nacionalismo puede ser la ideología de la liberación colonial como la ideología tras crímenes como el terrorismo de bandas o del Estado.
Evidentemente no todas las ideologías tienen el mismo nivel de maldad. Algunas no hay que malinterpretarlas, ya son excluyentes y poseen en sí mismas un potencial violento. El racismo, el nazismo o el fascismo son, por definición, execrables. Otras tienen un lado oscuro muy peligroso, y por eso nos decantamos por ser socialdemócratas, por ser conservadores, liberales, ecologistas o comunistas.
Gracias al movimiento obrero de raíces marxistas o anarquistas tenemos vacaciones pagadas, un sueldo que pudo ser justo, un bienestar que las autoridades públicas tenían en su agenda. Muchos pensarán que el precio fue muy grande o que son fruto de la expansión económica capitalista o de la casualidad. Cada cual es muy libre de pensar por su cuenta, pero hay que tener un poco de sensatez a la hora de estar alerta hacia las campañas mediáticas.
La acusación de comunismo apela a la irracionalidad del recuerdo del franquismo, por eso duele más. El PCE capitalizó la oposición al dictador, quizás fruto de un bucle: si Franco decía que los que se oponían a él eran comunistas, terminaron siendo comunistas todos los que se le enfrentaron. Luego llegó la transición y el papel de Santiago Carillo pareció despejar el miedo al rojo que durante cuarenta años sirvió de contención.
Eran otros tiempos, ahora, además, después de la caída del Muro de Berlín y el colapso de los países satélites y de la URSS misma, parece como si todo comunista hubiera sido cómplice, como Carrillo con Ceausescu. Sea o no la ideología que comparto, creo que recurrir a antiguos miedos revisitados es una mala copia de los estadounidenses y una mala señal para la democracia. De todas formas, el PSOE siempre amenazó con que llegaran los comunistas: en campaña parecía como si se prohibiera utilizar el término Izquierda Unida.
Defendamos el poder del pueblo para decidir en conciencia, sin miedos, sin amenazas, sin dictadores del signo que sean. Menos mal que nos queda el Centinela de Occidente, Francisco Franco, que, por cierto, según estos defensores de la libertad que votan al Partido Popular, no fue un dictador cuyo régimen haya que rechazar.
Esperemos que los comunistas españoles no cometan el error de salir corriendo a desmentir que son comunistas. Si uno lo es, que lo defienda orgulloso, como cualquier partido. De todas formas, a los que le asusta el comunismo lo terminan de ver en todas partes, incluso en la constitución española cuando defiende que los intereses particulares deben estar subordinados al interés general.

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