Una
clara sensación de déjà vu me ronda
la cabeza. Esta vez no se trata de la monotonía de los días que se repiten casi
iguales unos a otros. Ni es la primavera que anuncia el estío un año más. Tampoco
son celebraciones, que esta vez me he librado de esas fiestas tradicionales que
amenazan a las familias cuando llega el mes de mayo. Ni siquiera es la
celebración de unas nuevas elecciones y la pesadez de una campaña ya sabida. No
es, pero sí que tiene que ver.
Los contendientes
están tomando posiciones de cara a la confrontación electoral. Están valorando
si merece la pena despellejar a las formaciones con las que se tendrá quizás
que pactar un posible gobierno de coalición. Precisamente son los posibles
aliados, por otra parte, los mayores rivales. Son casi como nosotros, por eso
tenemos que diferenciarnos de ellos.
Los
líderes están ahora también entretenidos en formar listas, colocar allegados,
fijar coaliciones, fundar partidos. En la estrategia ocupa un lugar
predominante, incluso más que las ideas propias, la descalificación de las
ajenas. Cansinas monsergas atacando con los argumentos de siempre, y si no
funcionan, siempre queda el “pos tú más” o el “anda que tú”.
Las
simplificaciones están llegando a un punto que rozan, no la falta de ingenio,
sino la falta de inteligencia. En este mundo de apariencias los eslóganes
tienen que simples y contundentes y, si ya los tienes hechos, pues utilízalos.
Nos hemos llevado cuarenta años avisando del peligro, vamos a aprovechar ese
imaginario colectivo antiguo para revisitarlo y tener un argumento que no
necesitamos razonar.
Volvemos a la doctrina Truman, llega el
peligro comunista. Esta ideología se ha metamorfoseado en un monolito en el que
cabe todo en el mismo saco, desde las críticas de Marx y Engels, el Leninismo,
Stalin, Mao y Pol Pot. Todos son enemigos de la libertad, unos dictadores
represores. Y efectivamente, los crímenes de la Unión Soviética, la República
Popular China o Vietnam están entre los más graves de la historia de la
humanidad. Su crueldad y sadismo están al mismo nivel que la solución final de
Hitler.
En los años 70 se hablaba de un desequilibrio
moral, como si las víctimas del totalitarismo de derechas estuvieran más
condenadas que las de las dictaduras socialistas. Una parte de la izquierda,
como Sartre, quería estar ciega ante las atrocidades de la Unión Soviética.
Ahora se han cambiado las tornas.
Me toca enseñar los conflictos del mundo
actual a los alumnos de secundaria. Ni rastro de las barbaridades de las dictaduras
sudamericanas, ni los desaparecidos argentinos, ni de la caravana de la muerte,
ni de la contra… Parece como si, de repente, todos los crímenes del mundo
estuvieran en el otro plato de la balanza.
El comunismo es un conjunto de ideas muy
diferentes, pueden tener una base común. Son tan responsables de crímenes contra
la humanidad como el capitalismo liberal, tanto como las atrocidades de la
Inquisición o las Cruzadas son resultado del cristianismo, o los atentados con
el dios misericordioso del Corán. Muchas excusas se han puesto para desarrollar
políticas de estado brutales. Las intervenciones eugenésicas de Suecia contra
los lapones, de Estados Unidos contra los negros o débiles mentales pueden
ser calificadas de genocidio. El mismo nacionalismo puede ser la ideología de
la liberación colonial como la ideología tras crímenes como el terrorismo de
bandas o del Estado.
Evidentemente no todas las ideologías tienen
el mismo nivel de maldad. Algunas no hay que malinterpretarlas, ya son
excluyentes y poseen en sí mismas un potencial violento. El racismo, el nazismo
o el fascismo son, por definición, execrables. Otras tienen un lado oscuro muy
peligroso, y por eso nos decantamos por ser socialdemócratas, por ser
conservadores, liberales, ecologistas o comunistas.
Gracias al movimiento obrero de raíces
marxistas o anarquistas tenemos vacaciones pagadas, un sueldo que pudo ser
justo, un bienestar que las autoridades públicas tenían en su agenda. Muchos
pensarán que el precio fue muy grande o que son fruto de la expansión económica
capitalista o de la casualidad. Cada cual es muy libre de pensar por su cuenta,
pero hay que tener un poco de sensatez a la hora de estar alerta hacia las
campañas mediáticas.
La acusación de comunismo apela a la
irracionalidad del recuerdo del franquismo, por eso duele más. El PCE
capitalizó la oposición al dictador, quizás fruto de un bucle: si Franco decía
que los que se oponían a él eran comunistas, terminaron siendo comunistas todos
los que se le enfrentaron. Luego llegó la transición y el papel de Santiago
Carillo pareció despejar el miedo al rojo que durante cuarenta años sirvió de
contención.
Eran otros tiempos, ahora, además, después de
la caída del Muro de Berlín y el colapso de los países satélites y de la URSS
misma, parece como si todo comunista hubiera sido cómplice, como Carrillo con Ceausescu.
Sea o no la ideología que comparto, creo que recurrir a antiguos miedos
revisitados es una mala copia de los estadounidenses y una mala señal para la
democracia. De todas formas, el PSOE siempre amenazó con que llegaran los comunistas: en campaña parecía como si se prohibiera utilizar el término Izquierda Unida.
Defendamos el poder del pueblo para decidir
en conciencia, sin miedos, sin amenazas, sin dictadores del signo que sean. Menos
mal que nos queda el Centinela de Occidente, Francisco Franco, que, por cierto,
según estos defensores de la libertad que votan al Partido Popular, no fue un
dictador cuyo régimen haya que rechazar.
Esperemos que los comunistas españoles no
cometan el error de salir corriendo a desmentir que son comunistas. Si uno lo
es, que lo defienda orgulloso, como cualquier partido. De todas formas, a los
que le asusta el comunismo lo terminan de ver en todas partes, incluso en la constitución
española cuando defiende que los intereses particulares deben estar
subordinados al interés general.
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