A
muchas personas les gusta ser el centro de atención. Se mueven por la vida como
si fueran el absoluto protagonista de una película coral en la que todos los
demás nos debemos a su lucimiento. Ni siquiera se les pasa por la cabeza que
cualquier otro ser humano pueda tener interés distinto. Estos especímenes están
todo el día pendientes de informar a los demás de todos sus cambios de humor,
de sus preocupaciones, de sus irritaciones y de lo que esperan de la vida en el
siguiente minuto. Los demás somos su audiencia y, en todo caso, secundarios en
su trama.
Exigen,
exigen y exigen. Y a menudo no dan nada a cambio. Se comportan como divas, reclamando
miles de cosas, insignificantes e imposibles. El caso es que todos alrededor
estemos atentos a sus deseos, escuchando sus exigencias, viviendo a sus
designios. Su ánimo es vacilante, como lo que ahora se ha dado en llamar
alegremente bipolar. Si no obtienen lo que ansían se vuelven huraños, se
enfadan y se deprimen pensando que no significan nada para nadie. Se enfurruñan
en conversaciones ajenas, interrumpen a conciencia para protagonizarlas,
siempre tienen el mejor punto de vista y, por supuesto, los mejores temas.
No hay
término medio, o todo el mundo baila a su son o resulta que nadie les echa
cuenta. Si se murieran –piensan– nadie los echaría de menos. Y todo porque en
una reunión familiar, el nuevo bebé ha sido la estrella y ellos no han
conseguido ni el status de vieja
gloria invitada al show.
Son,
además, imposibles de contentar. Nunca se dan por satisfechos. Insaciables,
pretenden que no sólo atendamos su protagonismo estando delante, desearían que
preguntemos por teléfono, mandemos whatsapp
o perdamos el sueño con las mismas insignificancias que a ellos les preocupan.
No pueden concebir, es algo fuera de su alcance, que alguien pueda tener un
asunto entre manos que no les atañe ni siquiera de rebote.
Todo lo
de los demás les resbala, les parece irrelevante, nos tratan como estúpidos por
preocuparnos de esa manchita en la piel, del futuro en nuestro empleo, de las
malas noches de nuestros niños o los planes que tenemos para nuestro futuro.
Nada es tan supremo como sus problemas, ninguna enfermedad como la que pasaron,
ningún agobio como el que les atormenta por las noches. Y si duermen a pierna suelta,
también nos informan de ello y nos miran por encima del hombro porque no somos
capaces de desconectar.
Estas
personas pueden ser generosas, no cabe duda, pueden estar dedicándoles horas y
horas a causas nobles, a ONGs, a cuidar de su suegra, a regalar a los sobrinos,
a cualquier menester al servicio de los demás. Pero no pueden dejar de reclamar
su cota de atención. Uno de sus trucos es precisamente ese, convertirse en
imprescindibles a base de ser serviciales. Sin que nadie le pida nada, te
avasallan con hospitalidad, con tartas, con tuppers
llenos de comida que no cabe en la nevera, con jerséis que no hacen falta. Te
cambian la decoración del salón con la excusa de quitar un poco el polvo, te
revuelven los papeles queriendo ayudar en tu desorden… Y luego, acaban
enfadados porque no se les reconoce su esfuerzo. Porque no estamos agradecidos,
porque les quitamos el protagonismo y los ninguneamos.
Lo
importante no es que se les agradezca tanto como que se les atienda. Si reñimos
con ellos, se van a su casa satisfechos de haber logrado una indignación justa.
Además, les hemos regalado un tema de conversación para que sus amigas les den
la razón. ¡Qué desconsiderados han sido, con lo mucho que te has esforzado! Le
dicen, y esas personas se inflan de satisfacción. De nuevo son el centro del
universo. Lo peor que podemos hacer, el daño más grande es ignorarlos, ni
darles las gracias ni enfadarnos, simplemente pasar. De todas formas seguirán a
la carga, dándole vueltas a cómo lograr la atención de los demás, metidas en el
infierno de la indiferencia, con la estupefacción de no comprender por qué no son
el centro de las miradas y los miramientos.
Y lo
peor, creen que todo se hace para perjudicarlas, o por lo menos, en relación a
ellas. Si se hace algo, es porque esas personas lo han sugerido, si no se
hacen, es porque se les tiene envidia… El caso es que el universo gira a su
alrededor. Las causas de todo son las que conocen. Quizás sólo te hayan visto
una vez repitiendo tarta, pero ya saben cuál es la causa de tu obesidad y de
que te gustan los fritos. Es lo que tienen, ¿y para qué más? Saben todo lo que
necesitan del resto de la humanidad, no precisan, ni quieren saber nada.
El caso
es que, por el contrario, también existimos quienes no estamos cómodos delante
de los focos, preferimos el petit comité,
no nos gusta ser protagonistas. No es que necesariamente tengamos fobia a la
gente o que seamos tímidos, sino que no tenemos esa ansia. Estamos felices en
segundo plano, cuando apenas nos echan cuenta. Nos sorprende, y no siempre
agradablemente, que alguien nos tenga en consideración. Puede parecer
paradójico hacer pública una entrada de blog y pretender quedar en segundo
plano, pero estas palabras sirven más para ordenar ideas que para trascender
los límites de la posible audiencia.
Según mi humilde opinión, un gran artículo en que nos hablas de una verdad, la de las personas que piensan que todo gira en torno a ellas, y como tal se comportan, haciendo partícipes a los que les rodean y más allá, de todos sus avatares, situaciones, desconciertos, disgustos y sobre todo, el desengaño que le suponen los demás. Eso sí que abunda, los desengañados por todo aquél que le rodea, pues esperan siempre una palmadita en la espalda a cualquier tipo de manifestación, de la naturaleza que sea, si bien sobre todo expresan su decepción para con aquéllos que piensan están en deuda con ellos. Y no se dan cuenta que los únicos que sufren son ellos por esa actitud.
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