La conexión que he sentido con
este volumen de artículos va mucho más allá de los temas a los que se acerca y
quizás tenga más que ver con la estricta contemporaneidad con el autor, ambos
somos cosecha de 1968. Aunque, “además de las comunitarias, todos tenemos
grabados escenas particulares y absurdas sobre mínimos acontecimientos
cotidianos” (p. 145).
José Landi es
un periodista gaditano que ha trabajado en el Periódico de la Bahía de Cádiz,
Cádiz Información, El Mundo y La Voz de Cádiz. También ha colaborado en Canal
Sur Radio, Radio Cádiz, Onda Cero y Cope. Una serie de importantes premios
jalonan su carrera, como el Paco Navarro de la Asociación de la Prensa de Cádiz
(en dos años), Premio Andalucía 2008 y el I Premio de Relatos Café de Levante,
en el 2014. Este volumen, más que una recopilación de artículos de prensa, se
trata de una serie de textos largos, reelaboraciones de recuerdos y de un blog
que mantenía. El espíritu generacional es conscientemente buscado y la
localización en Cádiz es imprescindible para comprender mucho de lo que
trascurre por estas páginas, pero, afortunadamente, traspasa estas fronteras en
el tiempo y en el espacio. Comprensible, aunque no se haya vivido en ese Cádiz.
Y es lo que más me ha conmovido de las páginas.
“Así que
cuando aparece la complicidad entre dos personas que se leen y se escriben, que
se comunican en pelota por mucha ropa que lleven, que comparten textos y letras
sin conocerse física ni previamente, irrumpe una fuerza sorprendente, de una
calidez duradera. Es otro tipo de vínculo amistoso. En ningún caso peor” (p.
154)
Es un retrato crítico del Cádiz de
su juventud y puede entenderse, aunque no se conozcan las referencias, aunque
se desconozca el idioma secreto de los gaditanos, y sus dialectos, el del
carnaval, la playa, el fútbol… Más allá de los tópicos por los que se nos
conocen, como le sentenciaba una alemana:
“Por eso
tenéis esa fama de alegres, de gente feliz y despreocupada. Si los críos crecen
en la playa, jugando con la arena, bañándose y con los amigos mientras los
padres les miran, cuadro meses al año, ¡qué se puede esperar…!” (p. 21).
Podrían pasar por artículos
costumbristas, pero lo que realmente hay detrás es una reflexión, siempre
personal, con un universo denso lleno de referencias literarias, culturales más
allá de los propios personajes de la ciudad. Muchas referencias, muchos sobreentendidos, muchas resonancias. La historia personal es un símbolo de una
historia, de una generación.
“– Habla por ti, dirá alguno.
Bueno, vale, hablo por mí” (p.
144)
No deja de tener José Landi una
mirada de sociólogo, que es capaz de resaltar los cambios en la socialidad en
los bares, sobre los estilos de paternidad, calibrándolo con algo de melancolía
y de lucidez, sin sumergirse en nostalgias: “Mejor será evitar la beatificación
del recuerdo” (p. 92). Aprecia con buen tino la transformación que supuso la
aparición de los móviles e internet, la posibilidad de leer correos de otros
hablando de uno, conocerse por internet (p. 155). Uno de los cambios esenciales
de este nuevo milenio que ha permitido, como dijo Luis Miguel Dominguín después
de estar con Ava Gadner, “¡Qué dices feo ni feo, contarlo es lo mejor, es como
hacerlo dos veces. Es volver a disfrutarlo!” (p. 150).
Comparte la
experiencia de los hijos del baby boom, sin traumas de la infancia. ¿Hasta
qué punto es necesario el dolor para madurar?, se pregunta de una generación
que parecemos incapaces de mejorar a nuestros padres. A través de su prosa
afloran también las contradicciones, cuando se tiene muy claro que lo personal
no deja de ser político y lo local es universal, con olas luchas de los
astilleros, o la llegada de la heroína, o los pequeños delincuentes, que, igual
que pueblan Cádiz, pueden habitar los films de Ken Loach. Echa una mirada
descarnada a la educación frente a esos blasones educativos que diría el
sociólogo P. Bourdieu, de pijos y carajotes.
“Entre
nosotros, entre los progenitores de los chinorris nacidos a principios del XXI,
descubrimos que abunda la gente capaz de falsear censos, alterar el domicilio
por un tiempo, incluso presentar una solicitud falsa de divorcio con tal de que
su hijo fuese a “ese” colegio (llámese por aquí San Felipe Neri, Salesianos,
Argantonio, Carmelitas o Las Esclavas…). Por lo visto, en esos centros
garantizan la vida (laboral) eterna, el paraíso (social) y la prosperidad de
comprador despreocupado a través de la cooperación masónica, casi sectaria. En
definitiva: la felicidad, la larga y gorda para los vástagos y progenitores (…).
Querían la presunta y aleatoria) mejor formación para sus hijos incluso a costa
de mentir y estafar (…). ¿Cómo le van a explicar a sus hijos, cuando tengan
dieciséis años, que hicieron todo tipo de fullerías para encontrarles sitio en
un centro que les enseñara a no hacerlas, que les inculcara eso de la
meritocracia, de conseguir los objetivos con esfuerzo, de ser honestamente
mejores que uno mismo, que otros?” (p. 68-69)
Recuerda en algunos momentos a la
narrativa de José Manuel Benítez Ariza cuando echa la vista atrás. Desconcierto
es uno de los sentimientos que más afloran, no sólo en el artículo que lleva
ese nombre (p. 65). La poesía y la crítica están de la mano de la ironía, que
es una de las bazas de José Landi: “Ha llamado Freud. Bueno, ha enviado un
WhatsApp. Dice que toca matar al padre” (p. 51). Luego vienen esos perdigones,
esas frases cortas como ráfagas: “Me gusta. Lo adoro. Te jodes” (p. 23) con
retranca y desparpajo. Los diálogos, las reflexiones, como esa voz en off de
las películas.
Habla un apasionado,
alguien que se entusiasma, como en el fútbol. Se complace en retratar los
entreactos, las bambalinas, las pequeñas y grandes miserias. El periodismo,
como muchos otros temas, está visto desde dentro, con intención de
desacralizarlo, viendo sus miserias y sus pequeñas victorias, sus anécdotas
surrealistas, como la de la famosa “Muffi”.
“Entendí bien
pronto, y no ha llegado el momento de revisar la conclusión, que el periodismo
era una de las mayores estafas de la humanidad. Solo superada por la religión y
el poder afrodisíaco de las ostras” (p. 38).
El capítulo sobre el cine vende
sueños y nostalgia, “la melancolía de los cuarentones” (p. 143). El arte
redime, como el gol de Jorge Alberto González (p. 135). La identificación que
consigue conmigo es muy grande, aunque José Landi sea aficionado al fútbol y yo
en absoluto. Yo adoro la música y él al revés. La música, como los objetos, nos
dice, también, son los recuerdos de las personas: “Un viejo CD recopilatorio
puede doler más que una caja de fotos antiguas” (p. 162)
Sospecha Landi
que la sociedad nos impone unos compromisos que detestamos: “Será que siempre
quisimos estar sin compañía, que el saludo y la convivencia están
sobrevalorados” (p. 143), pero yo, a su lectura me tengo que declarar,
parodiando un grupo de los 80, José Landi's Fan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario