No se puede negar cierta voluntad de gloria en los
escritores, cierta necesidad de reconocimiento, de valoración que nos hace,
consciente o inconscientemente, clasificarlos en categorías. Hay poetas mayores
y poetas menores. No se trata solo de la calidad de los poemas, sino de la
difusión y la fama, la repercusión que se advierte en publicar con determinadas
editoriales que gozan de una difusión mayor –es muy optimista hablar de
difusión masiva en el terreno de la poesía. Gran parte del resentimiento hacia
la llamada nueva poesía, la auspiciada por Frida (ahora Mueve tu lengua) parece
originarse en la sana envidia de conseguir un éxito mayor.
La obsesión
por el canon nutre también las discusiones entre crítica y autores. El
prestigio de algunas antologías, como aquellos Nueve novísimos poetas
españoles, de Castellet, o, en menor escala Las voces y los ecos, de
García Martín, se cimenta en la repercusión que luego han tenido par a formar
parte de los temarios académicos. Harold Bloom se divierte cada cierto tiempo provocando
las iras de los más conservadores y las camarillas eliminando o proponiendo
poetas para un canon occidental. Aparte de lo azaroso del éxito que pueden
tener estas propuestas, a menudo se trata de un proceso de feedback, un
pequeño empuje a través de la inclusión en una antología, que cobra valor con
el tiempo porque sus antologados se convierten en grandes nombres de la
literatura.
Hay,
indudablemente, un sesgo geográfico en el relativo éxito de unos autores frente
a otros, en las grandes capitales se pueden convocar muchos más eventos, están
radicadas más editoriales, tienen más público potencial que en las provincias.
Aun así, no se puede negar que, de vez en cuando, aparecen oasis que se forman
alrededor de figuras dinamizadoras muy importantes. Es el caso de la Granada de
Juan Carlos Rodríguez, García Montero y Javier Egea, el Oviedo alrededor de la
tertulia del Oliver y José Luis García Martín… Y podríamos seguir enumerando
muchísimos agitadores con el riesgo de olvidar a muchísimos que están haciendo
una ingente y preciosa labor… Son redes que se van creando y van entretejiendo
en el territorio nacional demasiado a menudo con la forma de guerra de
guerrillas y, tristemente, enfrentados entre sí.
Muchos nos
preguntamos por esos poetas de segunda división, por los que nunca alcanzan los
grandes premios. El dinero disponible es escaso, siempre es escaso, y tenemos
que priorizar las compras. Y eso que dicen que los poetas no leen poesía y
menos aún compran libros de poesía. Es una ironía tópica referirse a las
bibliotecas de los autores nutridas mayoritariamente de intercambios de libros
y reseñas. Por eso cabe preguntarse si merece la pena gastar los ahorros en un
libro de apenas 90 páginas de un autor al que hemos conocido, en persona o a
través de las redes, que nos parece muy majo, pero que, mucho nos tememos, no
llegará al Olimpo de la posteridad. Un poeta menor, decimos. Y efectivamente,
comprobamos que entre sus páginas no se alcanza la mística de Rilke o
Baudelaire, que más que asimilar, se ha atragantado con las especias de
Bukowski, que de Iribarren sólo se ha quedado la manía de los versos de pocas
sílabas. Sin embargo….
No tengo muy
claro que la poesía sea ese algo tan elevado, que, en cada poema, como alardean
algunos, tenga que estar contenido lo sublime. Como si todas las composiciones
musicales tuvieran que emular a la Quinta Sinfonía. La belleza es mucho más que
eso.
En mis
tiempos de juventud me aficioné a escuchar a grupos de música más o menos
independientes, tras un periodo en el que pasé de Aute a Mecano, me redimí
escuchando los discos, comprados con apuros en Discoplay y las cintas que
grabábamos en casa de un amigo, que tenía un equipo espléndido. Así conocí a Violent Femmes, Tom Waits, The Velvet Underground y R.E.M. Como cualquier adolescente
forjé mi gusto a través de fobias y fanatismos. No soportaba la tiranía de Dire
Straits, entre otras cosas, porque el disco doble en directo Alchemy
sonaba en todos los bares, detestaba a los Simply Minds (aunque Danza Invisible pre-Sabor de amor, me gustaban muchísimo), toleraba a The Cure en algunas canciones… Muchos de
las fobias me siguen durando, como esa que me hace no comprender a Supertramp
ni a Queen y sigo teniendo reparos con U2. También se me ha
quedado la afición a grupos menos conocidos, como Ex-Crocodiles
o Las Ruedas, The Smithereens, que se han ido
perdiendo con el tiempo. Quizás fuera algo de snobismo, pero nunca he intentado
ir de exclusivo, disfruté muchísimo con el éxito masivo del Losing my religion de R.E.M. Por fin
podía escuchar mi música en cualquier parte.
De estos
grupos menores siempre me acuerdo de The Johnsons, un fugaz grupo americano,
que en 1986 sacó un lp titulado Break Tomorow's Day. Ni siquiera
puedo dar más información. Sólo aparece una foto, sin créditos ni crítica en la
biblia de Allmusic. No se ha reeditado en cd. Sin
embargo vuelvo a él sin nostalgia, porque me encantan sus canciones, las
tarareo y aparecen en mis playlists: Burning
Desire, Hard to find, Sylvia Plath, Breakfast
in the air... Hay muchísimos otros grupos
semidesconocidos, olvidados, sin éxito que nos ofrecen más felicidad que los
nombres oficiales. Y no me refiero al mainstream, a la música comercial
que llena estadios, me refiero a los grandes nombres oficiales, que nos dejan
fríos a veces. Siempre seguiré emocionándome con el Sticky Fingers
de los Stones o A day in life de los
Beatles porque los grandes son grandes.
Hay casos en
los que estos grupos injustamente no tuvieron un éxito masivo y está uno
deseando que metan sus canciones en una película de adolescentes o en la última
de Tarantino (que vienen a ser los equivalentes a las antologías literarias).
En otros casos quizás no sean memorables sus canciones, y comprendemos que el
éxito les evitara, no nos acordamos de la melodía ni de la carátula de los
discos, pero los ponemos una tarde y nos invade la felicidad. Ya me gustaría
poder escribir poemas y conseguir lo que transmiten South San Grabriel aunque parece que
siempre hacen la misma canción. Como decía, aunque para otro contexto, Elvis Costello: “indoor fireworks can
still burn your fingers”. Las ligas menores pueden llenar mejor tu corazón.
Simplemente genial!
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