miércoles, 8 de noviembre de 2017

Reseña de Marcos Matacana Martín: “Polvo en el aire”. Palimsesto Editorial. Colección de Sastre. Sevilla. 2017.



Reseña de Marcos Matacana Martín: “Polvo en el aire”. Palimsesto Editorial. Colección de Sastre. Sevilla. 2017.
                        ––––––––––––––––    “Silva de Varia Erección”. Cuadernos de Humo, 16. Brooklyn. 2017.


Hay libros, hay autores que te cobijan y uno siente entre sus versos la hospitalidad de quien abre su intimidad amable, o de quien te ofrece asomarte a su mirador particular del universo. Otros autores, sin embargo, prefieren golpearte directamente en el hígado para luego, antes que puedas recuperarte y saber de dónde viene la paliza, te han noqueado y procuras, a duras penas, recomponerte en la alfombra mientras adviertes una mueca de sufrimiento y quizás de ironía en el rostro de tu atacante. Así es la poesía de Marcos Matacana, al menos así la he sentido, en el hígado y en la cara.

            Siguiendo el símil, podemos decir que Matacana es ducho en las artes del boxeo, que conoce bien todas las técnicas y las trata con la soltura de quien ha olvidado las lecciones. Un poeta con un verso magistral, un dominio de las formas y las referencias clásicas que le permite tomarte el pelo y alternarla con un realismo –sucio o bastardo que diría Abel Santos– donde el sexo está muy presente y la derrota sirve de filtro a los recuerdos. Sin embargo, sus referentes poéticos pueden estar cerca de Bukowski o de Henry Miller, de Kerouac o Ginsberg, de Javier Corcobado o Ballerina Vargas Tinajero, pero quizás esté más cerca de Catulo (Epístola moral a Fabio). Un verso muy cuidado, en una edición muy cuidada, que evita el nombre del autor en la portada para destacar que lo importante son los versos –afortunadamente, no castigan con la monserga estructuralista de la muerte del autor, es sólo una presentación efectiva–. Una edición que cuida los detalles, evita los índices, los números de página, las mayúsculas y la puntuación –sin embargo, nada experimental– y, haciendo honor al título, disemina partículas de polvo entre las páginas. La generosa plaquette tiene la sombra protectora y el buen hacer de Hilario Barrero.

            Las referencias, las abundantes referencias del autor sirven como un diálogo para los poemas, se insertan como frases en una conversación, como excusa, como evocación y como esencia de lo que el poeta tiene que contarnos. Así pueden aparecer Machado, Garcilaso, Béquer, Manrique, Cobos Wilkins, Hilario Barrero, Roberto Bolaño, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marcal, Lamillar, Brines, Cirlot, evidentemente, Bukowski… Y también Radio Futura, Los Planetas, Axl Rose o Bruce Springsteen o Dire Straits (quizás la única macha en un poemario de tal categoría). Desafiante, provocador, implacable, despiadado consigo mismo y con alguno de los demás, dotado, sin embargo, de una altísima sensibilidad. Une el autor el conocimiento del universo culto de los poetas y los mitos con las series y el pop. Es indudable que el nuevo cortesano bien educado debe saberse manejar con soltura entre las aguas de la alta cultura y la cultura de masas. Es una poesía muy exigente en cuanto a métrica y ritmo, pero no pierde el tono de conversación entre colegas:

            “Que eras una mamona
            te lo había dicho
            muchas veces
            pero morirte tío
            fue una putada
            y tan rápido
            que me costó creerlo” (Polaroid)

            Polvo en el Aire se divide en tres partes desiguales, más extensas las dos primeras, casi colofón la última. Comienza con “Humo de paja”, explícito título para un repaso a los amores adolescentes y de la juventud. Son los tiempos de la derrota y el desconcierto, machando entre lo sublime de Hörderlin y una puta. Son poemas donde prima lo narrativo (“nosotros / hechos solo de relatos”, Bandera azul), con una épica del descalabro emocional sin caer en patetismos ni atrocidades.

            “cuando he bebido mucho me recreo
            desnudo sobre ti que estás temblando
            seguro del futuro y Dios existe
            la muerte
            preocupa mucho menos
            que la selectividad” (In Limbo)

            La elaboración de una primera persona, en este caso, implica no un llamamiento restrictivo a la subjetividad, también se lanza a la representación de un pasado común, unas señas de identidad colectiva, no es el poeta doliente que muestra su acontecer único e intransferible, es una mota de polvo en el aire como tantas otras:

            “casi siempre recuerdo aquel verano
            cuando pienso en los años en que fui
            feliz sin saberlo entonces
            cuando sólo éramos futuro
            y aprendimos a trazar el humo
            de la esfumada infancia” (Dos rombos)

            Antiguos amores y nuevos remordimientos y revisiones dan paso a una segunda parte, “Teoría del Compost”, donde el presente es el tiempo de los poemas, revisando un “pasado salmodiado de vacíos” (Última cena). El momento es más adulto, con menos recuerdo de la juventud. Se advierte cierta sintonía con la poesía de la experiencia, ese yo poético que se confunde con el yo real, aunque gusta Marcos Matacana de jugar con uno y otro, a mostrar las bambalinas de la construcción del yo real como un actor y un personaje: “no / éramos nosotros / aunque sus nombres / coinciden con los nuestros” (Última cena).  Casi siempre, en todo el poemario, se basa en la primera persona, sea o no conversación –consigo mismo o con alguna pareja o amigo–, Memento Mori es una de las pocas excepciones.

            Opta al poeta por ser hiriente con sus parejas sexuales, llevando al lector desde lo sensual hacia lo sublime y luego de vuelta a las secreciones y el polvo, un poco a lo Henry Miller, más que la sublimación de la experiencia del sexo trántico –que sería Kerouac–, follar para olvidar. La sensación de derrota existencia acampa con facilidad:

            “pido un vodka y vuelvo a verme en el espejo
            tras la barra de sudor desdibujado
            y cada vez
             me doy más asco” (Narciso)

            Juega con el romanticismo más tópico y ñoño para acabar carnal y obsceno: “Yo sigo fumando demasiado / leo a Bécquer o veo porno / y no paro de beber” (El camino de los perros). Aprovecha el recurso de la rabia (Contracorriente) y la autoconmiseración:

            “sea como fuere
            me encuentro bien
            animado y con ganas
            de seguir
            vivo o muerto qué más da
            si no me lo dice nadie
            no me va a afectar demasiado” (Aquí paz)

            La materia pútrida de la vida es la que alimentará la planta, de ahí la referencia al compost, la reconversión de la experiencia en algo que sustenta el crecimiento personal

            “… comprendí
            que aquel mundo ordenado no era más
            que un falso decorado en su derrumbe” (A Xmas Carol)

            Conocimiento y admiración, superación de la tradición lírica, desde los clásicos, del renacimiento, Juan Ramón, Machado… (Et tout le reste est littérature):

            “solo pienso
            luego existo y eso es
            realmente una putada pero a ver
            qué coño hago” (Hoy me he despertado muerto)

            La tercera parte, “Habitaciones de paso” son historias sórdidas de perdedores, con las habitaciones de hotel como escenario y como metáfora. A menudo son historias en las que el poeta no es el protagonista, se habla de otras parejas, pero en ningún momento deja de ser dura su mirada: “vamos a fingirnos inmorales” (Pensión del centro). Para terminar el volumen, el poeta sentencia: “Eros es Tánatos / su beso oscuro la única salida” (Salidas)

            Silva de Varia Erección continúa el tono del volumen anterior. Comienza con una poética de humor muy cáustico, tras la cita de Juan Ramón “que así es la rosa”, “Stercus quique suum bene olet / pero antes, caro Fabio, tendrás que darle forma” (Poética). De nuevo pululan historias de juventud y “dolor de huevos” (Alfa y Omega). Los temas, la muerte y el sexo, el dolor y el recuerdo:

            “Quizás por eso es siempre preferible
            dejar de remojar la magdalena
            o el churro en cualquier parte y evitar
            pensar de nuevo en ella, aquella noche” (La Gorda)

            El modelo clásico, como es marca de la casa, hace de contrapunto:

            “Y no sentirte más, y no sentirse
            tampoco en otros cuerpos, ni ser nadie;
            mirar al frente y sólo ver vacío;
            volverse y ver que atrás no queda nada” (Llamada)

            Esta generosa plaquette concluye:

            “El tiempo ha estado siempre en mí,
            y sigue estando en mí, se llama tiempo,
            y el tiempo en mi soy yo que lo permito” (Consumātum est)

            Poesía en cierto modo biográfica y en cierto modo generacional, con un paso natural del yo al nosotros, historias concretas y singulares que pudieron suceder en muchos lugares y a muchos seres. Lejos de la idealización condescendiente –aunque quizás sí una estatización de la realidad recordada, inmersa en una pátina conscientemente sórdida, como la narrativa de Carver–, Marcos Matacana se lanza con un abrumador conjunto de poemas donde rastrear los restos de la tradición y la miseria de una vida, la nuestra.

5 comentarios:

  1. Muchas gracias por las minuciosas y profundas reseñas. Abrazos.

    ResponderEliminar
  2. No siendo la poesía el género literario que más gracia me hace, con tu reseña a este libro tan bien elaborada, ha nacido una gran curiosidad por leerlo.

    ResponderEliminar
  3. Por fin me ha llegado el poemario. Esta noche lo empezaremos y te diré que tal me ha parecido. Muchísimas gracias por las reseñas.

    ResponderEliminar
  4. Terminado, me ha encantado. Ha cambiado por completo mi concepto sobre este género.
    El rosa y morado muy adoc

    ResponderEliminar
  5. Me alegra servir de altavoz a un libro tan potente

    ResponderEliminar