jueves, 14 de diciembre de 2017

Reseña de Julio Herranz: Los años resistentes. Finis Afriae. 2017



Julio Herranz nació en Ceclavín, provincia de Cáceres, aunque, a menudo, se ha calificado como nacido en Rota. Lleva en Eivissa desde 1974 y ha ejercido de periodista, guionista y actor, aforista y poeta. Desde el ya lejano Armas de sueño y cuerpo que editó con Pandero en Rota en 1979 hasta el actual Los años resistentes, han ido sucediéndose los poemarios y las colaboraciones con fotógrafos y artistas –este precioso volumen cuenta con las delicadas ilustraciones de Paco Romero– para dar una personalidad y una voz definida a su poesía. Los años resistentes es un libro de balance, una mirada atrás, con ironía y cierta distancia, nada de autoconmiseración, a veces, incluso algo cruel con uno mismo, sin perder el sentido del humor. Este, aunque parezca un libro confesional, predomina el tono de conversación, heredero, sin duda de Gil de Biedma, al que cita, ¿cómo no? para encabezar la última parte el final de No volveré a ser joven. Ahora bien, Gil de Biedma se resentía apenas llegada la mitad de su vida, Julio Herranz, con más razón reclama el fin de la juventud y sus ardientes deseos.

            “No insistas tanto en que te sientes liberado al fin
            del oficio de amar, piadosa mentira
            que intentas vender como un mantra retórico
            para calmar al viejo tirano. Tu pose
            descreída recuerda más bien
            a la fábula triste de la zorra y las uvas.” (Y qué fue del amor)

En la conversación el poeta habla con sus yoes anteriores, como la conversación que Hermes joven hace con la estatua del Hermes anciano. La madurez de entonces era el fin de la juventud, ahora es un recuento, que parece que siempre acaba en soledad. En Memoria de la luz decía que “el romanticismo no es saludable a tu edad”, lo que recuerda a la sentencia de Somerset Maugham, cuando decía que es genial que un hombre de cierta edad tenga vida sexual, pero no es apropiado hablar de ella.

“Mas tampoco te recreas en el duelo
por las temidas bajas; mejor tomarlas
por merecidos descansos tras la final batalla
de los días, esa que todos perderemos
sea cual sea el camino recorrido” (Los paseantes lentos)

En estos Años Resistentes se autocita (“La belleza te salva, búscala porque existe”, repite a menudo en este y en otros libros, como Memoria de la Luz y ahora en los poemas Teoría del deseo y De por vida), reelabora, hace balance también de la poesía la propia y la del recuerdo, como la hermosa sentencia de Antonio Machado: “El arte es largo y además no importa”, así como de otros muchos versos ajenos dentro de sus poemas. Se oyen los ecos de Miguel Hernández, Lorca, Manrique, Cernuda, Ángel González.

            “Lo demorabas, lo demorabas con pretextos
            y prejuicios poco solventes, pero que a tus ojos
            eran una coartada que delataban tu pereza
            crónica a la hora de enfrentarte al esfuerzo
            que te supone el verso: ya no tienes edad.
Qué necesidad tenías, pues,
de sumar más páginas a tu obra lírica
cuando ya era cumplido tu pacto con las musas” (Un lujo a tus años)

El volumen se divide en cuatro partes, Serán Ceniza, Ocaso en Fuga, Arte y Parte y Afectos de Largo, donde se la cuenta del repaso al amor, el paisaje, el arte y la familia. Además del componente íntimo y personal hay una no despreciable carga social menos propia de su poesía, especialmente en No es isla para viejos o Tormenta de verano.

“Del mito a la propaganda se fue
incubando en las últimas décadas un señuelo
incurable, pretexto del modelo
turístico, tan rentable para los vampiros
financieros del chupa la pasta y huye” (No es isla para viejos)

Predomina en los versos una voluntad narrativa, una especie de periodismo lírico en el que se desengranan los asuntos pendientes con la edad. El propio hecho de hacer balance propicia el uso de metáforas bancarias: “Pues entonces tampoco debieras quejarte tanto, / que tu memoria tiene sobrados réditos / para colmar de orgullo tu capital sentimental” (Tampoco te quejes tanto). Aunque una de sus metáforas preferidas es la del ángel, en un sentido muy rilkeano, la belleza.

            “Hay días imprevistos en los que el cuerpo
            te pide una elegía para encajar ciertos desajustes
            de tono y perspectiva. Días con carga letal
en la mirada que no perdonan el olvido
Morir juntos al fin tiene también algo de victoria” (También se muere el mar)

2 comentarios:

  1. Gracias, querido Javier, por tan generosa lectura crítica. Es una placer escribir para lectores como tú. Un fuerte abrazo.

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  2. Placer el que nos brinda con cada reseña...aunque no es fácil encontrar algunos de los libros ....
    Pero gracias por ilustrarme.

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