Más sutiles son otros discursos que
apelan a la imposibilidad de atender todas las solicitudes de entrada, a la
competencia con los trabajadores patrios y la saturación de los servicios
sociales. Unas veces se hacen eco de rumores malintencionados, como el aumento
de la delincuencia, repitiendo bulos e historias nunca comprobadas de
aprovechados de la caridad y las ayudas de la administración.
Algunos disfrazan estos discursos
echando balones fuera y manteniendo una postura que subraya la ayuda
directamente en los países de origen. El reverso de esta posición es que las
acciones que proponen se centran en el refuerzo de las fronteras, negando el
problema mientras no afecte a su nación. Dicen que, habida cuenta de la
cantidad de personas en la pobreza que necesitan emigrar, la acogida será
siempre tan insuficiente como perjudicial, porque sólo aceptaríamos a los más
valientes y a los más preparados, una especie de fuga de cerebros y de
emprendedores, que harían mejor en quedarse en sus países de origen intentando
solucionar los problemas desde dentro. La hipocresía está en el argumento. Tan
mínima es la ayuda que puede aportar la migración como la colaboración
internacional en origen. No podemos negar una y no la otra. Sin embargo eso no
quiere decir que nos tengamos que quedar cruzados de brazos porque las
soluciones sean insuficientes.
También es propio de esta xenofobia
disfrazada esparcir las culpas a todos. a los países de origen, que no hacen
nada, a la falta de compromiso de los progresistas, a su postureo a favor de los de fuera. ¿No están tan a favor de los
inmigrantes? Pues que los acojan en su casoplón.
Estos son los mismos que defienden la religión católica frente a la invasión
islámica y que no recuerdan las obras de caridad que debieron aprender en las
catequesis a las que nunca fueron. Hipócrita podrá ser el que exige a su
gobierno que acepte a los náufragos perdidos en el Mediterráneo mientras que no
colabora personalmente, pero más hipócrita es el que dice actuar en nombre de
una religión que pregona la hermandad universal y se niega a aceptar a los
perdidos en el mar en una balsa. No lo digo yo, lo ha dicho el propio papa
Francisco.
Efecto llamada, dicen, aceptar la llegad de un barco cargado de
refugiados es incentivar las migraciones masivas en el futuro. Y, para
descargar su conciencia, culpan a las mafias de tráfico de seres humanos de
enriquecerse con las migraciones. Por supuesto, ante tales creencias, es inútil
recordar el número de pateras auxiliadas constantemente en el estrecho. Ya
están viniendo, no porque se acoja a los refugiados del Aquarius.
Para analizar las migraciones en la terminología inglesa se utiliza
la pareja de conceptos pull / push
factors que explicitan los factores que influyen en la decisión de una
persona para abandonar su lugar de residencia. Factores de atracción y factores
de expulsión podríamos decir. El efecto llamada es un ejemplo de lo que serían pull factors. Que se corra la voz entre
los migrantes que en un país la regularización es más sencilla quizás pueda
inclinar la balanza un poco, pero son sobre todo las oportunidades laborales
las que influyen a la hora de escoger un destino. Quizás no las posibilidades
reales, sino las imaginadas. En algunos países de Hispanoamérica se está
poniendo en marcha la articulación del concepto de ciudadanía universal, es
decir, que ir eliminando las barreras
administrativas. La cuestión se centra, entonces, en descongestionar los
lugares fronterizos y redistribuir dentro del territorio a los recién llegados.
Sin embargo, y es lo grave, lo que más pesa en la decisión de
emigración no es tanto la llamada, sino los factores que expulsan a la
población (push factors). Las
guerras, la miseria, las catástrofes naturales, las tiranías… imponen sus
condiciones de manera tan dura que muchos –en realidad, porcentualmente pocos
en relación a sus poblaciones de origen–, decidan tomar un camino muy largo y
peligroso. Los refugiados son el ejemplo más paradigmático. Para que luego les
acusen de aprovechados y de falsos migrantes porque llevan ropa de ciertas
marcas o teléfonos de último modelo. Huyen de la guerra, no necesariamente son
personas sin recursos.
Y las personas sin recursos, ¿son menos humanos para que les
neguemos su condición y el acceso a los centros de salud? Aunque los colapsen
–que no los colapsan–, ¿no debemos cuidar de sus enfermedades? No porque luego
puedan transmitirlas al resto de la población, sino porque es nuestro deber
como seres humanos. En su situación de miseria los Estados del llamado primer
mundo son responsables de hacerse con sus riquezas, antes y ahora. Y hemos sido
responsables de dejarles gobiernos corruptos, como los españoles en Guinea,
porque así se garantizaban nuestros negocios.
En realidad sólo les importa no verlos. Que se vayan a otros países,
que se queden allí. Y eso que es lo que hacen. La inmensa mayoría permanece en
sus lugares de origen o son acogidos por los países vecinos. Los españoles
primero, dicen. ¿Por qué los primeros? ¿Somos más humanos por haber nacido
catorce kilómetros más al norte? Y si los españoles somos los primeros,
entonces, distinguiremos los que tienen una situación social decente, porque
los otros intentan vivir sin trabajar, a base de ayudas públicas, como aquel
que tenía no-sé-cuántos hijos para cobrar las ayudas y otros mitos del clasismo
español. Lo que estos hipócritas reclaman son ayudas para los suyos y
desentenderse del resto, recrearse en sus prejuicios para no tener que pensar
en su fariseísmo mientras planean sus vacaciones, sus fiestas patronales, las
procesiones y las comuniones de sus hijos, no vaya a ser que estas ricas
tradiciones se pierdan cuando todos llevemos burka.
La postura que están adoptando en la Unión Europea es vergonzosa,
pero la posición del gobierno italiano de Salvini de cerrar los puertos es un
acto de terrorismo en toda regla. Prefiere sacrificar a cientos de personas en
el mar para, supuestamente, hacer desistir a los “contrabandistas”. Utilizar el
miedo al mar para evitar las migraciones, que, como vemos, no tienen que ver
tanto con las circunstancias que se van a encontrar en Europa como con las
tragedias de las que van huyendo.
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