Más de una
docena de libros lleva publicados el poeta, profesor y periodista José Manuel
Suárez, desde En sigilo de llama en
la colección Adonais (1994). Desde entonces y de una manera regular nos viene
ofreciendo sucesivas entregas poéticas donde hay que destacar la constante
preocupación tanto por la perfección formal como por trascender las meras
palabras hacia lo espiritual. Destacaremos Desde
más luz (Calambur, 1996), En sed de
alianza (Adonais, 2006), Oigo unos
ojos. Misereres y payasos de Rouault (Transonville, 2010), La
velocidad de la luz (2010), Pintura
de interiores. Cuarteto (Libros del Aire, 2013) o su anterior entrega Transoscurecer. Las últimas muertes de Paul
Celan. Oratorio (Arena Libros 2016).
La suya es una poesía con una base muy firme en la tradición
poética, el uso de los metros clásicos con maestría y un trasfondo clásico con
el que el autor pretende situarnos en una posición donde mirar hacia el mundo
con el conocimiento sensible y trascendente, muy cercano a los procedimientos
de la mística, también en su objetivo. El uso de símbolos, de las percepciones
sensoriales como primera parte de un camino que asciende hacia el verdadero
conocimiento que se esconde tras el paisaje y lo cotidiano. Lo conceptual se
hermana con un ritmo muy característico y personal, muy alejado de las
novedosas tendencias incapaces de salir de una prosa poética dividida
arbitrariamente para dar sensación de versos. La trayectoria poética de José
Manuel Suárez constata de una manera firme su compromiso existencial con la
buena factura poética y la tradición, en especial, sobre todo en este poemario,
de Luis Cernuda, de quien toma el título y las introducciones a las distintas
partes del volumen. El ansia de eternidad lo emparenta con tanto con el
Hölderlin que busca el infinito como con el malogrado José Luis Hidalgo, como
lo que del Cantar de los Cantares se
puede ver en Lorca. Juan de la Cruz es uno de los referentes indiscutibles
tanto a nivel formal como conceptual en la poesía de José Manuel Suárez.
Abedules
contra las nubes claras es una especie de búsqueda del locus amoenus donde refugiarse de la extenuante labor de su
anterior proyecto, un oratorio sobre los últimos días del poeta Paul Celan (Transoscurecer). Una necesidad de
redención personal ante el dolor “contagiado” por el gran poeta de origen
rumano. Los asideros en esta labor son la naturaleza y la contemplación,
elementos esenciales en la búsqueda de la serenidad y el compromiso moral sin
el recurso al ascetismo “fuera del mundo” que diría el gran sociólogo Max
Weber. a través de los elementos del paisaje, de la minuciosa selección a la
hora de fijar el foco sensorial en los detalles, del uso de la sinestesias,
aspira José Manuel Suárez a transmitir su búsqueda de la realidad
transformadora.
Recurre en este libro al poema
breve, con contenido muy intenso tanto en la contemplación como en la
simbología, la meditación y la realización lírica. Su recurso a las estrofas
clásicas, en especial al soneto contagia de sabiduría clásica las reflexiones
contenidas en estas páginas: “Duelen más las heridas mal curadas / cuando ya en
marzo se perfuma el aire / y el nido sueña su calor secreto” (Nido). La primera parte, En mi lugar bajo los abedules, predomina la nostalgia y ya nos presenta lo
que será una constante, una mística íntima, una religiosidad personal y en
perpetua búsqueda en la que abundan los condicionales (“Qué habladora la piedra
si estoy solo”, En mi lugar): “oro
limpio, los trinos en la tarde / buen salario me dan, que yo atesoro / con que
pagar el pan de mi posada” (Tormenta).
Entre los símbolos, destaca el de la casa: “Son las formas del padre las del
hijo, / y en la casa cerrada son los dos / espejo en el espejo reflejado” (Reflejo).
La segunda parte, Qué mano en este sitio me ha tomado, se adentra en la búsqueda (“Salgo a la acera,
se abre el horizonte; miraré al sol entero el mar en mí…”, Cerrada rosa), la necesidad del sosiego (“Qué amante el corazón de
su quietud”, Tan lejos, tan cerca), y la sospecha de una presencia: “Quien anida a
mis espaldas del pequeño / prado, sus flores, tréboles altivos, / el diente de
león tan orgulloso; / del sol, la tierra, el agua, el aire… sé / que una mano
sin mi me hace el trabajo” (El trabajo),
“De donde un alba vengo. Y tú, mi aliado” (De
aquel don). El aura un tanto arcaizante que tanto brillo aportan a los
poemas se consigue con el recurso al laconismo, otras veces, al subjuntivo, a
los encabalgamientos, a la coincidencia en cadencias y en imágenes de Juan de
la Cruz, Teresa de Ávila… subir, ascender la montaña real y metafórica: “A un
vuelo que pasara me subía, / y a las lejanas hogueras me quemaba” (Me quemaba). Insistiendo en la llama, “No se apagan los
fuego heredados” (Los fuegos heredados),
pero se contrapone la contemplación del paisaje, que se encarga de transmitir
la serenidad. el gusto por el detalle lo comparte con el haiku, pero su
tradición añade, además, la sintonía con poetas como Gerardo Diego, maestro
indiscutible de la mirada al paisaje desde la espiritualidad: “No claudica una
fe cumplida en piedra” (Sagrado techo),
“No de una sola muerte nos morimos: / de numerosos mares y derivas. / Y en su
rosal la rosa fue arrasada” (Derivas y
mareas).
Lo
que me tiene tan atado a ti es el título de la tercera parte, donde se hace
más presente ese tú enigmático al que se dirigen los poemas: “Tu ceniza entre
zarzas no aparece. / Aparto los helechos, no te encuentro. / Te imagino muy
lejos. Tú, tan cerca; / encadenado en tu camino a mí. / Si voy donde te viera,
¿qué verías?” (Donde me vieras). La
pérdida y la búsqueda de la propia identidad en ese diálogo con el tú místico: “No
saciada intención. Y entonces tú” (Y
entonces tú), “Gozé mi soledad entre zozobras” (Tan oculto), “Tiene su precio estar donde se estuvo: / se alumbran,
solas, lágrimas felices. / Allá donde cayeron se guardarían” (Donde cayeron). La naturaleza, inmersa
en esta dialéctica, esconde su propio milagro y las pistas en la exploración:
“De plenitud vengo, y voy vacío”, se resume.
“Un tumulto
interior, tan obstinado,
que si afuera
saliera se acabara.
Se comprime y se
expande en su burbuja
según el corazón
dispone el pulso.
Lo que adentro llegó
ya no se pierde
y allí se funde en
magma enardecido.
Por el volcán del
habla, luz de escorias;
quiere que su
diamante quede oculto.
Del corazón se
cuida, no hacia fuera.” (Llegó adentro)
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