miércoles, 18 de julio de 2018

Reseña de José Manuel Suárez: ‘Abedules contra las nubes claras’. ARS POETICA. 2018


Más de una docena de libros lleva publicados el poeta, profesor y periodista José Manuel Suárez, desde En sigilo de llama en la colección Adonais (1994). Desde entonces y de una manera regular nos viene ofreciendo sucesivas entregas poéticas donde hay que destacar la constante preocupación tanto por la perfección formal como por trascender las meras palabras hacia lo espiritual. Destacaremos Desde más luz (Calambur, 1996), En sed de alianza (Adonais, 2006), Oigo unos ojos. Misereres y payasos de Rouault (Transonville, 2010),  La velocidad de la luz (2010), Pintura de interiores. Cuarteto (Libros del Aire, 2013) o su anterior entrega Transoscurecer. Las últimas muertes de Paul Celan. Oratorio (Arena Libros 2016).
La suya es una poesía con una base muy firme en la tradición poética, el uso de los metros clásicos con maestría y un trasfondo clásico con el que el autor pretende situarnos en una posición donde mirar hacia el mundo con el conocimiento sensible y trascendente, muy cercano a los procedimientos de la mística, también en su objetivo. El uso de símbolos, de las percepciones sensoriales como primera parte de un camino que asciende hacia el verdadero conocimiento que se esconde tras el paisaje y lo cotidiano. Lo conceptual se hermana con un ritmo muy característico y personal, muy alejado de las novedosas tendencias incapaces de salir de una prosa poética dividida arbitrariamente para dar sensación de versos. La trayectoria poética de José Manuel Suárez constata de una manera firme su compromiso existencial con la buena factura poética y la tradición, en especial, sobre todo en este poemario, de Luis Cernuda, de quien toma el título y las introducciones a las distintas partes del volumen. El ansia de eternidad lo emparenta con tanto con el Hölderlin que busca el infinito como con el malogrado José Luis Hidalgo, como lo que del Cantar de los Cantares se puede ver en Lorca. Juan de la Cruz es uno de los referentes indiscutibles tanto a nivel formal como conceptual en la poesía de José Manuel Suárez.
            Abedules contra las nubes claras es una especie de búsqueda del locus amoenus donde refugiarse de la extenuante labor de su anterior proyecto, un oratorio sobre los últimos días del poeta Paul Celan (Transoscurecer). Una necesidad de redención personal ante el dolor “contagiado” por el gran poeta de origen rumano. Los asideros en esta labor son la naturaleza y la contemplación, elementos esenciales en la búsqueda de la serenidad y el compromiso moral sin el recurso al ascetismo “fuera del mundo” que diría el gran sociólogo Max Weber. a través de los elementos del paisaje, de la minuciosa selección a la hora de fijar el foco sensorial en los detalles, del uso de la sinestesias, aspira José Manuel Suárez a transmitir su búsqueda de la realidad transformadora.
            Recurre en este libro al poema breve, con contenido muy intenso tanto en la contemplación como en la simbología, la meditación y la realización lírica. Su recurso a las estrofas clásicas, en especial al soneto contagia de sabiduría clásica las reflexiones contenidas en estas páginas: “Duelen más las heridas mal curadas / cuando ya en marzo se perfuma el aire / y el nido sueña su calor secreto” (Nido). La primera parte, En mi lugar bajo los abedules,  predomina la nostalgia y ya nos presenta lo que será una constante, una mística íntima, una religiosidad personal y en perpetua búsqueda en la que abundan los condicionales (“Qué habladora la piedra si estoy solo”, En mi lugar): “oro limpio, los trinos en la tarde / buen salario me dan, que yo atesoro / con que pagar el pan de mi posada” (Tormenta). Entre los símbolos, destaca el de la casa: “Son las formas del padre las del hijo, / y en la casa cerrada son los dos / espejo en el espejo reflejado” (Reflejo).
            La segunda parte, Qué mano en este sitio me ha tomado,  se adentra en la búsqueda (“Salgo a la acera, se abre el horizonte; miraré al sol entero el mar en mí…”, Cerrada rosa), la necesidad del sosiego (“Qué amante el corazón de su quietud”, Tan lejos, tan cerca),  y la sospecha de una presencia: “Quien anida a mis espaldas del pequeño / prado, sus flores, tréboles altivos, / el diente de león tan orgulloso; / del sol, la tierra, el agua, el aire… sé / que una mano sin mi me hace el trabajo” (El trabajo), “De donde un alba vengo. Y tú, mi aliado” (De aquel don). El aura un tanto arcaizante que tanto brillo aportan a los poemas se consigue con el recurso al laconismo, otras veces, al subjuntivo, a los encabalgamientos, a la coincidencia en cadencias y en imágenes de Juan de la Cruz, Teresa de Ávila… subir, ascender la montaña real y metafórica: “A un vuelo que pasara me subía, / y a las lejanas hogueras me quemaba” (Me quemaba).  Insistiendo en la llama, “No se apagan los fuego heredados” (Los fuegos heredados), pero se contrapone la contemplación del paisaje, que se encarga de transmitir la serenidad. el gusto por el detalle lo comparte con el haiku, pero su tradición añade, además, la sintonía con poetas como Gerardo Diego, maestro indiscutible de la mirada al paisaje desde la espiritualidad: “No claudica una fe cumplida en piedra” (Sagrado techo), “No de una sola muerte nos morimos: / de numerosos mares y derivas. / Y en su rosal la rosa fue arrasada” (Derivas y mareas).
            Lo que me tiene tan atado a ti es el título de la tercera parte, donde se hace más presente ese tú enigmático al que se dirigen los poemas: “Tu ceniza entre zarzas no aparece. / Aparto los helechos, no te encuentro. / Te imagino muy lejos. Tú, tan cerca; / encadenado en tu camino a mí. / Si voy donde te viera, ¿qué verías?” (Donde me vieras). La pérdida y la búsqueda de la propia identidad en ese diálogo con el tú místico: “No saciada intención. Y entonces tú” (Y entonces tú), “Gozé mi soledad entre zozobras” (Tan oculto), “Tiene su precio estar donde se estuvo: / se alumbran, solas, lágrimas felices. / Allá donde cayeron se guardarían” (Donde cayeron). La naturaleza, inmersa en esta dialéctica, esconde su propio milagro y las pistas en la exploración: “De plenitud vengo, y voy vacío”, se resume.
“Un tumulto interior, tan obstinado,
que si afuera saliera se acabara.
Se comprime y se expande en su burbuja
según el corazón dispone el pulso.
Lo que adentro llegó ya no se pierde
y allí se funde en magma enardecido.
Por el volcán del habla, luz de escorias;
quiere que su diamante quede oculto.
Del corazón se cuida, no hacia fuera.” (Llegó adentro)

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