El poema extranjero es una
recopilación de traducciones de Hölderlin, Keats, Leopardi, Baudelaire, Yeats,
Kipling, Rilke y Dylan Thomas. Como señala el propio traductor en la nota
inicial, aunque ha pretendido ser fiel al original, “en ocasiones, sin
premeditación, se me ha impuesto la traducción de una emoción más que la
traducción literal de las palabras que crearon esa emoción”. Decir casi lo
mismo, es como definía Eco la labor de traducción, mentir para decir una
verdad, que es la divisa de la ficción y la poesía. En lo que no hay que darle
la razón es a la modestia de que “acaso haya leído una emoción equivocada en un
poema extranjero”. Son estos grandes poemas acercados en un lenguaje muy
cuidado y poético en lengua castellana desde el inglés, el alemán, el italiano
y el francés.
La técnica para la traducción no
deja de tener su importancia. Para acercarse a los poemas, Juan Peña ha partido
de las traducciones existentes. A partir de ahí, ha buceado en los sentidos de
cada una de las palabras, buscando aquellas que se ajustan más a la emoción
inicial, insuflándole, para redondearlos un hálito rítmico propio para no
perder, de esta forma, ni la intensidad del fondo ni la musicalidad de la
forma.
Son autores predominantemente
románticos, comenzando por Hölderlin: “Concededme, vosotras que podéis, / sólo
un verano más, sólo un otoño / en los que pueda madurar mi canto” (A las parcas). Peña consigue temperar la
grandilocuencia de unos poemas que aspiran a lo sublime y que, por eso
precisamente, pudieran quedar algo alejados de la sensibilidad poética contemporánea.
En una serie de valiente elecciones,
con clásicos muy conocidos a los que siempre merece la pena revisar. De Keats
nos traduce Endymion, “Algo bello es
un goce perpetuo”. “Y aun así, pese a todo, la belleza / arrojará muy lejos ese
manto / oscuro y tenebroso” (Endymion).
Se adentra en el lado más peligroso del romanticismo, el júbilo y la
destrucción, la capacidad proteica de descubrir el universo en el canto de un
ruiseñor: “Y ahora que te escucho entre las sombras, / recuerdo esas veces / en
que pedí a la muerte, como un enamorado, / con las tiernas palabras de mis
versos, / que tomara de mí mi aliento con su aliento, / y en ello hallar así la
calma para siempre” (Oda a un ruiseñor,
III). Entendieron y nos transmitieron el amor como una “herida de una sed
insaciable”, el platonismo más puro:
“Dirás entonces,
muda, como ahora:
‘La belleza es
verdad, la verdad es belleza
Y eso habrá de
ser todo cuanto os baste saber’” (Oda a
un ruiseñor, V)
El flirteo con la muerte es una
constante en esta selección de poemas: “Pero mejor morir / si no me es dado así
vivir eternamente” (Keats, Brillante
estrella);“Y en esta inmensidad se abisma el pensamiento, / y naufragan en
este mar me es dulce” (Leopardi, El infinito).
De Baudelaire toma su ansia de
eternidad e infinito: “El cosmos es un templo” (Correspondencias), de Yeats, la ansiada travesía (Innisfree), “No hay en este país lugar
para los viejos” (El viaje a Bizancio)
“Ni la ley ni el
deber
hasta aquí me han
traído,
ni el poder de unos
hombres, ni el clamor de las masas;
tan sólo un placer
íntimo de vuelo y aventura
me trajo a este
fragor entre las nubes” (Un aviador
irlandés prevé su muerte)
El estoicismo que busca no alterarse
ni con las alegrías ni con las penas se pueden recrear tanto en Yeats, “celebro
lo perdido, y por perdido doy cuanto gano” (Lo
que he vivido), como en la traducción elegante del famosísimo “Si” de
Kipling, en el que sí que es cierto que sacrifica la literalidad por la
intensidad.
De Rilke, escoge el poema que
inspiró uno de los últimos libros del filósofo Peter Sloterdijk, “Debes cambiar
de vida” (Torso de Apolo arcaico),
para insistir en las antropotécnicas
que nos ayudan a entrenarnos para la vida, el sufrimiento y la muerte, para la
belleza y el abismo.
Para darle un sentido casi circular,
el último poema, de Dylan Thomas contesta al ruego inicial de Hölderling a las
parcas: “No vencerá la muerte” (Y la
muerte no tendrá dominio). Del abismo a la esperanza.
Tomemos estos poemas como
recomendaciones vitales esenciales, como una panorámica inicial a una forma de
entender la poesía que se extiende a través de paisajes, poetas e idiomas.
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