Encuentro, inculto que soy,
muchas maneras de entender la poesía. Escribir poemas –o libros poéticos, que
viene a ser lo mismo– sobre la creación poética es un género en sí mismo, como
los libros de viajes, o las novelas de iniciación o Bildungsroman, o los autos
sacramentales. Es un tema socorrido en el que se pueden integrar metáforas
incomprensibles con paradojas monumentales al estilo de Paulo Coelho. Quizás
habría que intentar huir de ellos como de una tentación que lleva derechito al
infierno, pero la verdad es que son muy agradecidas. Con un poquito de
imaginación y el uso de una imagen sugerente, puede quedarse uno muy ufano y
seguro que encontrará quienes le rían la ocurrencia y compartan su poema.
Por suerte, hay quienes se dedican
a esto seriamente y, además de los sesudos tratados sobre poética, aparecen
pensadores y poetas que iluminan la creación poética con sus teorías. No es
cuestión de repasarlas todas, comenzando, como es de rigor, con Aristóteles y
llegar hasta los antipensadores posmodernos, esos para los que todo es texto y
que abominan de la coherencia lógica y tanto daño han hecho a la civilización
occidental dando cobertura a la teoría que sustenta las fake news.
Me resulta sugerente la posición
abanderada por el malogrado Juan Carlos Rodríguez. Sus ideas sirvieron de base
teórica para la llamada nueva
sentimentalidad y para la tan traída y llevada poesía de la experiencia. Entresaco alguno de sus rasgos sobre los
que intento llamar la atención. Parte Juan Carlos Rodríguez de una obviedad que
por serla pasa desapercibida. La lírica no es sino una forma de ficción, tan
ficción como la novela o el drama teatral. La creación del sujeto poético no se
tiene por qué corresponder con el sujeto escribiente, es decir, siempre existe
un desdoblamiento entre el escritor y el “yo” que aparece en el poema. Fernando
Pessoa lo expresaba de una manera mucho más simple y mucho más efectiva cuando
recordaba que:
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente.
Es
por eso por lo que José Luis García Martín recalca que nadie ha escrito un
poema estando enamorado. No me imagino a Miguel Hernández trastornado por el
dolor de su gran amigo Ramón Sijé rimando y acentuando durante el luto. Y, sin
embargo, como toda ficción, aspira a algo más que un simple malabarismo del
lenguaje. La poesía se va a definir por el efecto, por la función –social, como
todas las funciones– que ejerza.
La
poesía de la experiencia puede jugar a crear vividores que trasnochan de barra
en barra, alternando con canallas y prostitutas de buen corazón y presentarlos
como un “yo” en el poema. Y uno puede, como en las novelas, preguntarse hasta
qué punto son autobiográficos los versos y por qué a tal personaje, que uno
conoce perfectamente, le ha regalado un nombre tan prosaico. El escritor es
dueño de una ficción, de un paraíso donde los espejismos le permiten engatusar
al lector y conmoverlo. El poeta sitúa en su escaparate los trampantojos
jugando con la verdad y la impostura. La maestría está en ocultar el artificio.
Por
otro lado, y sin dividir facciones, hay muchísimos poetas que procuran en sus
versos transmitir verdad. Decía, en unos Apuntes
para una poética, mi admirado paisano Ángel García López que, en poesía lírica no lo que no es
autobiografía es sólo plagio. Unos procuran elaborar una filosofía mística
que llegue al fondo de las cosas, otros se pelean con el lenguaje, lo doblan y
retuercen para conseguir expresar lo insondable. Otros, muchos otros malos
poetas, se resisten a cambiar un acento porque si la cita fue a las siete de la
tarde, no se puede poner a las diez. La verdad está en cada palabra literal del
verso, sea describiendo los pájaros que tornaban al anochecer, o el sentimiento
romántico que los arrebata cuando cogen la pluma.
En
la teoría eléctrica de la poesía, se le otorga al poeta la función que tiene
Neo en Matrix, descubrir la realidad real (que me perdone Zizek) frente al
mundo mediado por el lenguaje habitual. Mediante metáforas e imágenes
inesperadas, el poeta debe abrir una rendija en la casa del lenguaje para que
entre la luz de la realidad de ahí fuera. Además de deslumbrar por su ingenio,
conseguirá transmitir a sus compañeros de infortunio algo de lo que no se puede
expresar con palabras.
Poetas
que no aspiran a esos malabarismos también procuran mucha verdad en sus versos.
Y lo consiguen, aunque la anécdota concreta que inició el poema nos resulte
extraña o nos esté vedada. Hay poetas que describen un paisaje y nos llega la
realidad, la verdad con más nitidez que un bodegón del Siglo de Oro. Poetas que
consiguen expresar con palabras sencillas, casi sin artificio, lo que uno está
sintiendo, lo que todos estamos sintiendo. Y sin plantearse si el “yo” del
poema es el mismo “yo” del DNI.
Unos,
hemos visto, planteaban la lírica como un género de ficción, históricamente
enraizado, fruto del individualismo que corrió parejo al romanticismo
decimonónico, cuando el mundo burgués se estaba imponiendo y desencantando al
mismo tiempo. Y en esa construcción se abrían en canal y se exponían como algo
precioso y preciado. Quizás no por ser alguien excepcional, sino por ser
únicos. Como todos somos únicos. Hubo mucho de narcisismo y mucho de escapismo.
También mucho de arte vacuo, de vanguardias que procuraban el arte por el arte
y que, en el fondo, trataban de adorar al genio que las inventaba por primera
vez. Pero, como aprendimos de la novela, una ficción puede servir también y
quizás mucho mejor, para contar una verdad.
Otros,
procuran en sus versos la honestidad de esa búsqueda y entienden la poesía como
una forma de conocimiento. De autoconocimiento, dirán algunos revolcándose en
el narcisismo. La verdad que pueden compartir Agamenón y su porquero. Aunque,
como sabía Machado, la verdad de Agamenón difícilmente podrá aceptarla su
porquero.
Dedicado a Efi Cubero, quien, en cierto modo, me sugirió pensar estas cosillas
Dedicado a Efi Cubero, quien, en cierto modo, me sugirió pensar estas cosillas
Maravilla de artículo, un tema magníficamente tratado y con la exactitud y la belleza que siempre empleas en todos y cada unos de tus textos.
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