“¡Qué pronto es siempre!”
Oscar Navarro Gosálbez se dedica a la
enseñanza del español como lengua extranjera. Este es su primer poemario
después de publicar en fanzines y en la primera edición de la antología de
poesía LGTBI, Escribo porque eso… porque
no puedo hablar (2016). Es, podríamos decir, un agitador cultural en la asociación Letras de Contestania.
Este volumen es un conjunto,
un libro temático organizado a través de los signos del zodíaco y los planetas.
Aprovecha la simbología astral y aprovecha también la mitología, en especial
Ulises. Son doce capítulos, uno por signo entre los que se intercambian los
planetas, excursos que “complementan, matizan o distraen de la idea principal”.
Formalmente existe una diferenciación, los referidos al zodiaco son poemas
largos. Los nombrados por los astros tienen otra métrica, son más cortos. Usa
Óscar Navarro con soltura el verso libre, los versículos, el verso blanco… En
cierta forma podríamos decir que es una obra culturalista, citando a Charles
Ives, Messiaen (Venus), Robert Walser (Saturno) y, a la vez, tremendamente
cercana mediante el recurso al tono de conversación. El “yo” ocupa el sujeto poético,
aunque “también se desdobla y se diluye en diferentes voces”, con recursos
estilísticos diferenciados, igual que en los versículos predominan las anáforas
e incluso el tono letanía, otros poemas se apoyan en la expresión sobria y
ecuánime, la serenidad y los ecos clásicos.
Punto de partida del
epicureísmo. Entender la poesía como la necesidad filosófica para entender el
mundo. La filosofía y la literatura y la vida demuestran que la muerte no está
presente. Por otra parte, también hay un punto de eterno retorno, de
reencarnación, de “renacimiento”, que es como se encabeza el primer poema (Aries,
o el renacimiento): “Un día cerré los ojos / o tal vez / me los cerraron
/…/ Cerré los ojos y entonces la muerte. / Y en este punto habría de terminar /
el poema, / tendría que terminar / pero es literatura / donde morir no es
seguro”. Un poco zen donde todo es el universo y el espíritu y la carne cargan
con los materiales de todo tiempo pasado: “Procede / si procede / de corrientes
subterráneas, de los ríos subterráneos que recorren galerías de diamantes, de
ahí tu alma, tu existencia” (Aries, o el renacimiento).
En las cartas astrales
está escrito el destino y vamos a acompañar al poeta en un viaje por la vida,
la enfermedad y la muerte. Incluso la portada parece jugar con las formas, son
cartas astrales desdibujadas que igual podían ser una placa de rayos x
deslucida. Podría decirse que es poesía basada en hechos reales, que aprovecha
la simbología del zodiaco para desarrollar su discurso poético. El uso de
metáforas recurrentes, como los niños (“Oh, pobres niños embriagados / …/
Pobres niños consumistas”, Aries, o el renacimiento) deja abierto al lector la
posibilidad de identificación con la nostalgia, la inocencia, el desvalimiento
del ser humano golpeado por el destino. Después, Júpiter, que es, además
el padre de todos los dioses, resulta ser la perplejidad: “Llamadme perplejidad
(…) / perplejidad como único alimento. / Y luego, para ir a la cama / solo
preguntas Y / luego, al despertar, / perplejidad / y miedo” (Júpiter).
Cuando uno se lamenta por
el paso del tiempo, (“Entiendo que todo ha cambiado”, Tauro, o la
consolidación), lo que cambia es el ser humano, la vejez. La juventud, nos
confirma Óscar Navarro, es “eximente” para el pecado: “Yo te deseo. Te deseaba
cuando eras la juventud / y los músculos y el culo firme y la recta del vello
negro desde el ombligo y el deporte, / cuando eras el de la fuerte lanza, /
cuando era completamente la noche” (Tauro, o la consolidación). Y,
pasado el tiempo, se lamenta: “Ulises, aquí Polifemo extrañándote. / Para mí,
Ulises es sábado aún y sigue la noche” (Tauro, o la consolidación).
Entonces llega la tragedia, el temor al cáncer: “El único miedo que comprendo
es el miedo al propio miedo” (Géminis), que recuerda al impresionante
debut de Paco Ramos, El aprendizaje del miedo.
Una historia, la de la
enfermedad, las reacciones (Cáncer, o la familia), las reacciones,
contada de una manera fragmentaria, abordándola fuera de la línea temporal,
deteniéndose en los detalles en “la belleza transparente de la carne”. Luego
vendrán la ira, la confrontación, el recurso a la rutina (Virgo, o el
servicio). Los primeros poemas reflejan más la negación y el
enfrentamiento, los últimos tienen más que ver con la negociación y la
aceptación. No hay casi hueco a la tristeza o la depresión. Al alternarse los
temas zodiacales con excursos, La luna trae la función sensual, de los
sentidos.
“Te hundes porque no eres hombre huero,
porque te conforman el pasado y el pasado en
el presente y el pasado en el futuro,
y tal densidad en la carga pesa mucho. Y ahora
que está enroscado en el fondo de la sima
y ya has recuperado tu energía,
lánzate, conviértete en gacela,
VUELA sobre los tejados de las catedrales
y formula las preguntas necesarias” (Leo, o la
fuerza vital)
El yo poético se refugia
en la escritura y en la rutina de la labor: “trabaja, trabaja, trabaja
/ hazlo con la convicción de que en el trabajo, de que en la entrega total
puede encontrarse la victoria” (Virgo, o el servicio)
“Estoy herido de literatura. Tengo fe en que
solo en la escritura puede hallarse el fármaco cuando la enfermedad no es
conocida
…
Porque vivir en muchas ocasiones consiste en
buscar
(puede decirse que vivir es buscar),
buscar un remedio en la certeza de que la vida
no es un obsequio, sino un préstamo” (Virgo, o el servicio)
“Que quizá
no es el momento de encerrarte / en tu esbelta torre de marfil, poeta” (Libra,
o la armonía)
Los pensamientos más
negativos también tienen su espacio: “Podría querer ser inmortal”, “Juego a
imaginarme el mundo sin mí” (Escorpio, o la destrucción), “La muerte
llegará, sin duda alguna / con cronómetro y claqueta colgando de la mano” (Capricornio,
o la sabiduría), “Y me cierro para abrirme a todo / y luego disolverme en
la nada” (Sagitario, o la conciencia) … describiendo la atracción hacia
el abismo.
Las
enseñanzas de Epicuro que asume el protagonista le llevan a aceptar que “Sólo
acaba en victoria la batalla / que nunca se ha librado” (Marte) y que, a
pesar de las preocupaciones y los pesares y el dolor de los hombres, “La vida
siguió por todas partes / como si nada” (Acuario, o la revolución).
Igual muestra la valentía de quien se enfrenta a la muerte en solitario, sin la
esperanza de un más allá: “Quiero agradecerte, Dios, el que no existas” (Piscis,
o la disolución).
El
final del poemario es rotundo: “Ahora descanso y cierro los ojos” (Piscis, o
la disolución).
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