El Partido Popular va
empantanándose gracias a las intervenciones de sus dirigentes. Parece que se
autosabotearan a conciencia. O quizás es que están tan contrariados por haber
perdido la moción de censura que no atinan a dar una imagen de coherencia y unidad.
Se ve que el poder es un buen cemento y coordinaba mejor que la fragmentación.
La exministra Tejerina ha conseguido indignar a Tirios y Troyanos con sus
declaraciones en las que comparaba el conocimiento que tiene un niño de diez
años de Andalucía con uno de ocho de su comunidad autónoma, Castilla y León.
En
avalancha se han lanzado a afearle el gesto, de por sí tremendamente prepotente
y presuntuoso, con una mirada de desprecio hacia Andalucía que, por otra parte,
no es exclusiva de Tejerina. Se pueden acumular, y muchos medios lo han hecho,
decenas de declaraciones en las que se nos califica a los andaluces de vagos,
analfabetos, siempre de fiesta y de siesta, incapaces de progresar –pescar– por
nosotros mismos, dependientes de los subsidios y las prebendas que el PSOE
administra como caramelos para niños tontos. Ahí está Verstrynge, sosteniendo
que los jóvenes andaluces todo el día "mucho rebujito, mucha cervecita,
muchas gambitas, mucha playita". Como si la Barcelona del Erasmus no
tuviera fama de eso mismo.
Es
muy significativo que se afirmen todas esas barbaridades con la seguridad de
quien es un especialista con experiencia en la materia, cuando no son más que
prejuicios que se van repitiendo dentro y fuera de nuestras fronteras. No deja
de ser curioso que se hagan eco quienes toman la bandera de la españolidad y
hacen frente a la Leyenda Negra española en Europa. No les importa, por lo
visto, la Leyenda Negra andaluza con tal de atacar al PSOE. Y no ha sido la
única.
Las
reacciones han partido incluso del propio PP, que ve cómo se alejan sus
posibilidades de derrotar a Susana Díaz. Rápidamente han reconducido la
estrategia. No es problema de los niños andaluces, es de 40 años de políticas
nefastas por parte del PSOE. Y a esta argumentación se han unido muchos dentro
del partido popular y muchos comentaristas, como Elvira Lindo. Otros han
saltado muy ofendidos, ¿cómo se atreve García Tejerina a decir eso sin datos?
Comenzando por la propia presidenta de la Junta de Andalucía.
Pero,
¿y si tuviera razón? ¿Y si el sistema educativo en Andalucía no estuviera
rindiendo lo que debiera? Me dedico a la enseñanza pública desde hace 25 años y
no dejo de escuchar año tras año que los niveles están bajando, que los niños
tienen cada vez menos interés, que comprenden menos lo que leen, que son
incapaces de hacer razonamientos simples… y que la inspección educativa y el
sistema no dejan de obligarnos a hacer tareas administrativas y a dar por bueno
lo que no es sino mediocre, y por suficiente lo que no es bastante.
Para
empezar, dudo mucho que los niños andaluces estén expuestos de manera especial
a una sustancia, o a una radiación específica que les haga menos inmunes a la
televisión basura, a los cambios en los usos sociales y a la falta de
perspectivas vitales que son males que afectan a toda la civilización
occidental. Partamos, pues, de la base de que los grandes temas del cambio de
mentalidades son comunes tanto a Andalucía como a Castilla y León.
Tampoco
creo que la formación de los profesores que trabajamos en una comunidad o en
otra sea muy diferente. Entre otras cosas, porque podemos pedir traslado de
Andalucía al norte y viceversa. Es también inverosímil que cuando uno se
establece en el Sur se vuelva indolente por arte del clima. (Inverosímil pero
factible según Montesquieu.)
Las
diferencias a las que hace referencia García Tejerina, y así nos lo recuerdan
muchos artículos de periódicos son las observadas en los informes Pisa y
similares. Una diferencia de 40 puntos más o menos se corresponde con dos
cursos académicos. De ahí que muchos piensen que las declaraciones tienen una
base de prueba. Sin embargo, hay que recordar que el informe Pisa, orientado a
las necesidades empresariales, no a la educación integral, no mide los
conocimientos, al contrario, intenta limitar la influencia de los conocimientos
académicos en los resultados. Esto hace más sangrante la comparación en
matemáticas o en ciencias, porque no se trata de que sepan menos, sino que son
menos inteligentes. O esa podría ser una lectura.
Otros
análisis más finos desglosan las influencias sociales sobre los resultados. Por
ejemplo, si eliminamos el sesgo de la pobreza, los resultados son más parecidos
entre comunidades. De lo que debemos colegir que Andalucía es más pobre que
Castilla y León y por eso da peores resultados escolares. No escasean los
buenos estudiantes en el sur, pero se descompensa la balanza por la aparición
de bolsas de alumnos que tienen problemas económicos.
Si
comparamos las tasas de analfabetismo en el siglo XIX entre las regiones,
comprobamos que aquellas que tenían menor tasa de analfabetismo ahora gozan de
mejores resultados académicos. Y eso que han pasado más de dos generaciones
entre las mediciones. Partiendo de una base mejor, con una menor inversión se
consiguen mejores resultados. Aparece un obstáculo que impide pasar de
posiciones muy retrasadas para conseguir la “normalidad”. Si a esto sumamos
decisiones discutibles como la gratuidad de los libros de texto o la de darle
un notebook a cada alumno de primaria, en lugar de facilitar el acceso a
quienes no pueden comprarlo, encontramos un panorama desolador.
Muy
difícil si el primer parámetro que se intenta controlar es el abandono escolar.
Si de lo que se trata es de mantener a los alumnos escolarizados en el sistema,
es más importante que no se frustren y se habiliten rutas para mantenerse estudiando
que mejorar los conocimientos y los resultados. Y muy difícil si lo que
queremos es un país de albañiles y camareros, donde el futuro está en el
turismo y ninguna industria. Quizás sea esa la única forma de entender la
manera tan chapucera en la que se implanta el bilingüismo en esta comunidad.
Creo,
sinceramente, que antes que hacer patria y sentirnos ofendidos por las palabras
zafias de una política prepotente, deberíamos plantearnos hacer todo lo
posible, como sociedad, empezando como padres y terminando como trabajadores de
la enseñanza, para mejorar el nivel educativo de nuestros niños, para que
exista un futuro en nuestra región –y en las otras–, más allá de la
competitividad salvaje a corto plazo. Sin fustigarnos ni hacernos las víctimas,
analizar qué está fallando y qué se está haciendo bien, en qué podemos mejorar
y cuáles son los riesgos de los cambios, andar muy cuidadosos con los
experimentos educativos y con la majadería de copiar sistemas educativos, ser
conscientes de la realidad concreta de nuestros alumnos y ofrecer con confianza
una educación de calidad, que no se base en suspender masivamente, sino en
enseñar de la mejor manera posible.
Y despejar, en
la medida de lo posible la educación de los rifirrafes partidistas que,
cínicamente, arrojan los datos a los contrincantes sacrificando la
honorabilidad de los trabajadores y el respeto a los educandos.
En mi opinión una persona, maestro o profesor que conoce a la perfección las carencias, los problemas y la situación de nuestros niños en Andalucía es quien mejor puede hablarnos y acercarnos hacia la verdadera ecuación de las palabras de la ex ministra y de paso, no hacer de la educación motivo de enfrentamiento sino de convergencia de medios y actitudes para conseguir lo mejor de los pequeños que necesitan de una educación que abarque desde la tradicional de asignaturas consideradas como técnicas a otras que nos remiten al mundo del pensamiento y del conocimiento de nosotros mismos, como la siempre y deliciosa FILOSOFÍA.
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