La resaca de las elecciones del
domingo todavía dura. No nos hemos podido resistir a comentar los resultados y
a dar nuestra opinión sobre el fracaso de unos y el ascenso de otros. Llegaron
también las reacciones y los comentarios a las reacciones. Me interesan
sobremanera la manera en la que se trata es ascenso de Vox.
Habrá
quien diga que no es la extrema derecha, o que no son fascistas. En los tiempos
en los que corren no creo que, salvo un gran puñado de nostálgicos, a nadie se
le apetezca ser calificado como tal. Afortunadamente, fascista sigue siendo un insulto. Quizás sea un problema que se
utilice con demasiada prontitud. No termino de compartir la tesis de Hanna
Arendt que igualaba todos los totalitarismos. Evidentemente tienen muchos
rasgos en común, desde su retórica a su gusto por el realismo más naif, pero no
creo que sea lo mismo un movimiento que acaba beneficiando a unos determinados
grupos industriales que los han financiado que un espíritu revolucionario que
arrasa con todo rastro de riqueza. No quiero de ninguna forma justificar o
relativizar a ningún totalitarismo, pero no creo que sea buena idea confundir
mafiosos con psicópatas, aunque ambos sean asesinos.
Se
ha difundido una carta abierta a Pablo Iglesias en la que se justifica el
nacimiento del fascismo por los errores o las inconsistencias del partido
morado. Se le atribuyen los desmanes del PSOE en Andalucía, cuando Susana Díaz
gobernaba apoyada por Ciudadanos; se le culpa de la intransigencia del procés aunque Podemos estuviera
defendiendo la unidad de Cataluña dentro de España –a favor del referéndum,
pero votando no a la independencia–, etcétera. Además de lo demagógico del
argumento, me preguntaba yo por qué eso significa votar a un partido machista y
xenófobo. Si uno está desencantado con la izquierda, hay muchos partidos entre
medio, está Ciudadanos o el Partido Popular, que han sido, por otra parte, la
fuente del voto de Vox.
El
miedo al ascenso del fascismo ha llevado a los líderes de Podemos a recurrir a
las calles. Manifestaciones en distintas capitales se han organizado para protestar por los 400 000 votos al partido de
Santiago Abascal. Se habla de cordón sanitario. Quizás la estrategia de
magnificar la amenaza es una fuente de fortaleza para Vox, pero a muchos ojos
Podemos está quedando como poco democrático, un partido que no acepta los
resultados de las elecciones. Creo que el mensaje está equivocado, una cosa es
decir que se van a enfrentar a cualquier intento de deriva fascista, como
limitar la libertad de prensa (por ejemplo, vetar a ciertos medios) o suprimir
los derechos de la mujer, tanto en el parlamento como en protestas ciudadanas,
y otra, muy distinta, salir a la calle inmediatamente.
La
cuestión es precisamente contra qué se manifiestan. Uno mira con asombro a
compañeros, a vecinos, que han dado su voto a Vox. No los ve fascistas, pero la
gran aportación de Hanna Arendt, ahora sí, es la banalidad del mal. No es
necesario un malvado monstruoso para crear el Holocausto, basta con la
trivialidad de envolverse en la bandera y en una retórica de “reconquista”. Es
legítimo sostener que las autonomías son perjudiciales. Así lo creían los
jacobinos. Aunque no lo comparta, el amor a la bandera puede ser muy fuerte.
Pero me pregunto si por protestar contra un cómico que se suena los mocos en tu
bandera es suficiente para dar tu apoyo a un partido que pretende expulsar a
los inmigrantes y desmontar las leyes que protegen a la mujer de la violencia
machista. No queda nada de solidaridad con los necesitados y, en una pendiente
resbaladiza caen todas las demás solidaridades. Da la impresión, no sé si será
cierta que son personas que prefieren el orden a la justicia y que prefieren
deportar a inocentes antes que arriesgarse a encontrar un barrio lleno de
extranjeros. Una pena que se olviden los españoles que andan por el mundo en la
actualidad y los que estuvieron en el pasado.
El
programa de Vox es de libro, concretamente responde a lo que Lakoff llama padre autoritario en su famoso libro No pienses en un elefante. No hay más
que recordar la insistencia en llevar armas de su líder, sus comparaciones
entre los inmigrantes y los invitados a una casa, la defensa de la mal llamada
familia tradicional frente a las conquistas en la legislación en igualdad de
género. No soportan la mirada atrás hacia las tropelías del franquismo, pero se
complacen en el pasado más lejano, un pasado mítico que funda los epónimos de
la tribu…
Circula
también por las redes un hilo de Twitter en el que un profesor de historia de
secundaria se pregunta cómo no ha sido capaz de inculcar los valores contrarios
al fascismo a sus alumnos. Él, abiertamente gay y progresista, comprueba con
pesar y decepción que varios alumnos suyos han votado a Vox, sabiendo que
propugnaban valores contrarios a él, que, como profesor tenía la estima de sus
alumnos. No me extraña, yo me siento orgulloso de tener alumnos que piensen de
manera distinta a la mía, es señal de que no manipulo. También puede ser
consecuencia de mi inutilidad como profesor para transmitir los valores
democráticos de tolerancia y solidaridad. Por lo pronto no he sabido explicar
que la Reconquista nunca existió, que los reinos cristianos no fueron herederos
de los godos y que no existe una esencia de lo español que el barniz de ocho siglos del islam en Al-Ándalus
no consiguió eliminar. Los habitantes de España somos tan herederos de don
Rodrigo como de don Julián, de Abderramán, Séneca o Felipe V. La herencia la
retomamos y la reinventamos en cada generación. Se ve que fracasamos en ello.
Parece que no he conseguido transmitir lo ridículo de la unidad de destino en
lo universal y la parafernalia patriotera fascista como hicieron Chaplin y Roberto Benigni.
Pero no me
extraña tampoco cuando hay profesores que dentro y fuera del aula ridiculizan
el lenguaje inclusivo y los “desmanes” del feminismo radical. Cuando otros profesores son abiertamente xenófobos,
homófobos y machistas y se sienten orgullosos de ello.
No me extraña
cuando el PP se niega a condenar el franquismo, trivializa y blanquea el
fascismo en las instituciones, no toma medida cuando alguno de sus alcaldes
lanza un mensaje abiertamente partidario del dictador o utiliza sus lemas o
imágenes.
El lenguaje
puede que no cambie la realidad, pero sí que es un síntoma muy significativo de
qué pie cojean los políticos. Usar los mismos referentes, la misma manera de
expresarse, citar a los mismos poetas franquistas no pasa desapercibido. No me
extraña que no se adviertan los peligros que puede tener un discurso como el de
la Reconquista. ¡Santiago y cierra España!
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