“Pues el dolor nunca vence a los sueños
ni a la poesía ni al arte en
nuestra memoria” (Ave Fénix)
Isabel Marina es una poeta nacida
en Avilés que ha desarrollado su labor como directora de comunicación en la
Universidad Carlos III y asesora personal de prensa de Gregorio Péces-Barba.
Tras un prometedor Acero en los labios
(Ediciones Camelot, 2016), Isabel Marina nos ofrece ahora, con un completo
prólogo de Marcos Tramón, una nueva entrega poética.
Este
poemario bascula entre la infancia y la muerte (“Dónde ha quedado lo que hemos
vivido / dónde está lo que viviremos”, Plegaria).
Una insistente mirada hacia atrás, rememorando, recreando los recuerdos, con la
infancia como elemento fundamental de la esencia de la persona, no sólo del
poeta: “siembro raíces / que no ocultan lo que soy” (Familia). Más que un lamento por la infancia perdida, tenemos una
actualización de la identidad a partir de una infancia revisitada: “En vano
buscamos nuestra imagen en el espejo / la flor se inclina a nuestro paso, / con
esa tristeza de hoteles vacíos / frente a la costa silenciosa / del mar en
invierno” (En vano), “a recrear tu
memoria / a intentar salvarte” (Marea
interior); “Tal vez llegue a anciano / pero nunca olvidarás tu infancia” (Destino); “Es extraño e hipnótico /
buscar entre los recuerdos de nuestra infancia” (Irrealidad).
El
sufrimiento, nos dicen las citas de Gamoneda, Lostalé y Sodërgran que encabezan
el volumen, aparece con la edad a medida que se va perdiendo la infancia.
Perder la infancia no sólo por cumplir años, sino por abandonarla a la suerte
del olvido: “Ellos desearían que no hubiésemos crecido” (Volver). La constante mirada hacia atrás es el principal leitmotiv, en especial de poemas como Noche de feria, Rosebud, Volver… Como el
film de Linklater, Childhood insiste
en la infancia perdida como origen de la identidad. Otras referencias que
pueblan esta entrega las encontramos en la música, la pintura y el arte. Illness suena a Dylan (“Y escuchamos ese
piano / que toca para nosotros / rodeado de nieve”). El exquisito diseño de la
colección recuerda el estilo de la Secesión de Klimt, se recrean ambientes de
Satie. Gusta de ilustrar con Rusiñol, Balthus, Zuloaga.
El recurso a
la infancia corre parejo a la necesidad de indagar en el porvenir que anduvo
marcado en los primeros años, (“Sólo nos queda tiempo / para releer nuestro
destino / en las hojas secas”, Aquella
luz). Una mirada que Isabel Marina toma con cierto optimismo: “Déjame
seguir creyendo / que el futuro será nuestro, / que el alba nos besará los
labios / porque siempre estaremos juntos, / porque nos habita una colonia / de
peces enamorados el corazón” (Balada).
Como
Luis García Montero, ve en los Objetos I
la vida, pues sirven de testigos y disparadores para la memoria. La vena
reflexiva quizás es más clara en la segunda parte, En el camino: “Es indudable que no eres tú / el recipiente que te
contiene, / o al menos no totalmente, / pues abarca tu mirada / ciertas
montañas que no existen en ningún sitio / … / Es el milagro de la estepa que
atraviesas, / rodeado de otras personas que te hablan, / que te cantan desde su
no ser” (Canto del no ser); “Es
necesario por eso / comprender nuestra brevedad / escudriñar nuestras mentes /
renunciando a las mentiras / a los inútiles envoltorios / de un pasado que no
existió” (Hacia allí). En la
indagación poética y filosófica, “Es mucha la soberbia pretender explicar / los
matices de lo que nos ocurre, / los colores de este patio interior / que sólo
existe a través de sus plantas” (Sin
palabras).
Sin embargo,
eso no quiere decir que se abandone el tema básico del poemario:
“Recuerdas ahora
las miles de imágenes repetidas,
todas las vueltas que has dado
esperando un cambio,
una revelación,
poder asomarte a una puerta
y descubrir lo que está pendiente,
lo que aún no conoces,
la solución a esta extrañeza,
a este vaho en las entrañas,
a este desasosiego de vivir” (Cuatro paredes)
La identidad
se basa en lo que somos y sabemos tanto como en lo que no somos o ignoramos de
nosotros mismos. Después vienen las ausencias de quienes nos han definido como
lo que somos y a los que añoramos: (Esa
extraña noche); (Ley de vida).
Isabel Marina sabe que Disfrazarse es
ser uno mismo y que “es necesario aprender a convivir / con nuestros muñecos
melancólicos” (Reflexión).
El tono
elegíaco impregna los lugares, “Los lugares aquellos / donde fuimos felices /
antes de que se quebrara nuestra voz” (Nostalgia)
y las personas, “aún se escucha el latido / de todos los que existieron, / del
mismo modo que nuestras venas, / fuentes, palpitantes, / nos acercan cada día /
un poco más a la muerte” (Presencias).
Por mucho que uno pretenda “Vivir el presente / desde una galería melancólica,
/ juntando las piezas / de un pasado difuminado, / nos ilumina el destello / de
lo que no puedo ser” (Lluvia 1).
Es
en la última parte, Revelaciones,
cuando tras las citas de Marzal, Rabanal y Cirlot, aparece la presencia de la
muerte, sobre el coraje de vivir (Tener
valor) y enfrentarse al paso del tiempo y a la muerte. Poemas sobre el Carpe diem o Renacer cómo no, el memento
mori Contra la muerte: “Ahora
mismo, / ahora que escribes este poema / podrías estar muerto” (Vamos a contar verdades); “O tal vez
estemos muertos / y no nos hayamos dado cuenta” (Esperanza)
Esta última
sección sigue la reflexión filosófica sobre el ser (“En realidad, hoy es
solamente / la vasija donde se licua / el limo de nuestra sangre, / el agua
convertida en fábula, / el ayer que nutre nuestras lágrimas, / la casa desierta
de nuestra infancia”, Hoy) y la
identidad (“Es difícil desnudarse, / pues no conocemos el disfraz, / aún para
nosotros somos extraños, / fotos que flotan en un lago”, Extraños; “No hay nada más fascinante / que la vida que se
desarrolla / entre tantos disfraces”, Meditación).
La incapacidad del lenguaje para la introspección (“Es necesario adentrarse, /
escuchar el lenguaje del silencio”, Silencio)
contradice la necesidad de la poesía como método de conocimiento: “Sentimos el
sonar de cuchillos / por todo lo que nos atrevemos a decir / y sin embargo
existe, / por todo aquello / que no puede expresarse con palabras” (La respiración de Dios).
“Se acerca
el tiempo de búsqueda
de palabras que reflejan
las emociones más sutiles,
los mínimos recuerdos
como aquellas canicas de colores
en las baldosas del portal
/ … /
Se acerca el tiempo de la nostalgia,
pues esos cuadernos
que ya nunca escribiremos” (Tiempo de nostalgia)
Isabel Marina
contrapone el pasado frente al futuro de la misma forma que el recuerdo se
enfrenta al olvido: “pues si hay algo que nos define es el olvido” (Olvido); “Algún día se habrá olvidado
todo; / … / El silencio llenará nuestra casa. / Nadie nos reconocerá. / Nadie
habrá oído nombrarnos” (Algún día); “Los
que jamás nos olvidaron: / nuestros muñecos” (Calle Ferrería).
En Resplandor se aprecia presencia constante de la infancia: “me
esperan familiares / … / Desde su amor me observan, / entre susurros me dicen:
/ la muerte no significó nada” (La muerte
no significó nada). Las ausencias (“Y entonces comprendemos / que la hora
más hermosa / siempre fue la sucedida / mientras nos besaban el rostro / todos
los que ya no están”, Esa extraña noche)
y el pasado (“Amo la esencia de las cosas idas”, Nocturno) nos marcan: “Ante nuestros ojos, / un único camino, / un
sendero de grava / que nos conduce al pasado” (Futuro). Mirando al futuro desde la carga del pasado pues “sólo así
cumpliremos / nuestra misión en la tierra: / arder completamente, / como una
hermosa tea.” (Misión). La ruina que resiste, esa es la
esperanza que nos queda: “Es algo líquido y tierno / que hace perfecta esta
ignorancia, / este dejarse morir, esta belleza” (Esperanza).
“pues la vida se basa
en la lentitud de esa rama al caer
en la canción del pájaro
justo antes de la llegada de la noche
en esos anillos azules
que nos conectan con el mar
con el sentido oculto de nuestros
nombres
con esa ensenada dormida
donde nunca nieva” (Nieve)
La
lección es clara: “Estaremos a salvo si volvemos a ser niños” (Ave Fénix).
Querido Javier, muchas gracias por tu lectura y por tus comentarios, un fuerte abrazo.
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