lunes, 28 de enero de 2019

Este Estado no es un hogar


Margaret Thatcher negó la existencia de la sociedad, sólo existían empresas y familias. Floyd Allport negaba incluso la existencia del grupo social. Y, paralelamente tendemos a imaginar que el funcionamiento del Estado es similar al de una familia. No se puede gastar más de lo que se tiene, dicen. No existe dinero público, sólo dinero de los impuestos o endeudando a empresas y familias. Aunque mi formación económica no es excesiva, mucho me temo que no son comparables. En absoluto. Es la típica falacia de quien tiene sus puestas miras en un interés muy concreto.
                Para empezar en cuanto a las dimensiones. La movilización de recursos de un Estado es inmensamente mayor que el que cualquier familia pueda soñar. Si bien es cierto que hay corporaciones que manejan un presupuesto superior al de continentes enteros, la mayoría de los estados tienen un margen de maniobra que no tienen las familias.
                Otra diferencia es la capacidad reguladora. No significa que sea buena idea, pero el recurso a la devaluación monetaria aumentando la cantidad de moneda disponible no lo puede utilizar ninguna familia. Tienen los Estados el monopolio de acuñación de moneda y tienen también la opción de variar las normas de juego, lo permitido o no permitido, el coeficiente de caja, operaciones permitidas, el control de importaciones y exportaciones.
                La creación de dinero es una actividad mucho más compleja que simplemente utilizar la Fábrica de Moneda y Timbre. Se puede crear a través del crédito, como cuando usamos una tarjeta, con la que, durante un mes, hacemos uso de un disponible extra, que luego deberemos reintegrar, aunque luego lo volvamos a solicitar y así indefinidamente. Los bancos pueden también duplicar el dinero mediante asientos contables. Cada euro que se ingresa en mi cuenta está sólo virtualmente, como en la mecánica cuántica, sólo está ahí cuando lo reintegro en el cajero. Mientras, puede servir para compras, inversiones o nuevos créditos. Así que no es verdad que el Estado no pueda crear dinero, puede y lo hace. Lo presta a los bancos, lo cobra con intereses, lo invierte en infraestructuras y usa el dinero destinado a mi pensión para pagar las correspondientes a los jubilados en la actualidad.
                Tampoco es cierto que los Estados sólo tengan recursos provenientes del ahorro de las familias y las empresas. Los Estados obtienen inputs de las loterías sin ir más lejos. Pero también de los servicios públicos. No porque deban cobrar por las gestiones –que podría ser una manera de valorar el trabajo del funcionario–, sino porque la gestión de aeropuertos, transportes, correos, etc… por muy deficitaria que resulte, siempre implican ganancia.
                Y eso sin contar que la solidaridad de una sociedad se organiza a partir de las contribuciones de sus miembros, concretamente de aquellos que tienen más de lo imprescindible, para colaborar con los que ni siquiera alcancen lo imprescindible. Y, a partir de ahí, nivelando las desigualdades. También es imprescindible colaborar en las actividades que necesitamos entre todos, como la defensa o las infraestructuras. No dejo de preguntarme por qué los que más se pueden beneficiar de una educación gratuita o una sanidad universal se quejen de los impuestos.
                Es significativo que los que más tienen que pagar consigan pagar menos a través de los asesores fiscales y que convenzan a los beneficiarios de esos impuestos de que hay que eliminar las contribuciones. La figura del sheriff de Nothingham extorsionando a las viudas es la que tenemos de los inspectores de Hacienda.
                El Estado puede regular la economía, puede también servir como prestador de servicios, y no sólo como consumidor de recursos. Eso sí, siempre que las políticas neoliberales, como las que abanderaba Thatcher, no vacíen de contenido la función de la Administración. Si el Estado no se encarga de las pensiones, la sanidad, la educación ni de cualquier otra actividad que no pueda ser susceptible de convertirla en un negocio, y el Estado renuncia a su capacidad de intervención y regulación de los mercados, entonces por supuesto que será simplemente un saco sin fondo preocupado simplemente en mantenerse sobredimensionado. Las empresas sólo lo mantendrán en la medida que pueda servir a sus intereses, creando infraestructuras y condiciones para el beneficio privado. Eso si deciden permanecer en la legalidad. Si la bordeamos, entonces el Estado es una fuente inacabable de exacción de recursos por medio de privatizaciones pactadas, de negocios a partir de información privilegiada, de regulación influida por los lobbies.
                Sé que mi argumentación es menos académica que vital, varias asignaturas de economía en una carrera no te dan la sabiduría. Pero tampoco la tienen el resto de economistas, que siempre van a la gresca entre keynesianos, monetaristas o marxistas, ortodoxos y heterodoxos. No sé por qué las personas de a pie nos debemos creer a pies juntillas soflamas que redundan en nuestro propio perjuicio.

1 comentario:

  1. Yo, en mi humilde condición de partícipe de una sociedad en la que el dinero es parte fundamental para poder no ya subsistir, sino llevar una vida digna, nunca me he creído nada de esas doctrinas de la que hablan y discuten tantos y tantos economistas. Y por supuesto, para nada es comparable la economía de una familia con la economía de un Estado.

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