miércoles, 23 de enero de 2019

Reseña de Tulia Guisado: ‘Estudio sobre noviembre’. Huerga & Fierro Editores. 2018



Resultado de imagen de tulia guisado noviembre“Noviembre no es un mes. Noviembre es un lugar. Es un estado”
“No conocíamos el rostro de noviembre”
Mi admiración por Tulia Guisado es grande desde que descubrí su 37’6 (2015), confirmado luego tras la aparición de Caníbal (2017). Estudio sobre noviembre es, más aún que los poemarios anteriores, un libro arriesgado, muy arriesgado. Tulia Guisado pertenece a ese grupo de poetas cuyo yo poético se mimetiza tanto con la identidad propia que entre sus versos vemos surgir las entrañas del que escribe, del que sufre (“Abandono el yo poético. Porque es una máscara. Aunque esa máscara sea yo”, p. 23; “Y por qué hablar de mí”, p. 28). Estudio sobre noviembre lleva, además, más allá el desafío conceptual, situando en un marco temporal muy delimitado la experiencia poética y personal. Asimilando el espíritu de un diario, Tulia Guisado buce en el pasado, en los miedos y angustias, en la incertidumbre y la segura realidad del dolor y la esperanza. “Es el paisaje orgánico de noviembre” (p. 13).
                Formalmente adquiere, como decimos, la textura de una prosa que participa del monólogo interior y de la poesía: (“La niebla de Barcelona es un paisaje. Ahora es sólo un homenaje. El dibujo de hoy es una soledad que habita en la epidermis. Raíces en el interior. No ofrezco resistencia. Tú no sabes nada cuando llega el frío” (p. 13). Un libro heterogéneo, ensoñaciones, los dibujos de los días, la rutina, el trabajo, mezcla de géneros y de tonos, de temas y asuntos, pero entre los que cabe experimentar un mood propio, una unidad de aliento durante todas las páginas. Transmite la sensación de continuidad en el tiempo, de haber sido escrito cronológicamente. No pretende ser un diario: “Aquí, no estoy escribiendo un diario. Sin embargo puede parecerlo: Si lo hiciera, hoy debería haber anotado 5 de febrero de 2016” (p. 71). Se acumulan las páginas experiencias, hospital, teatro, lecturas… sueños, viajes, la peripecia vital, las reflexiones, la interiorización del mundo exterior. Alejandra Pizarnik o Virginia Woolf pueden ser referentes muy adecuados: “Siento en mi soledad una felicidad inmensurable, ya lo he dicho (…). Me hago la dormida. No quiero soñar” (p. 203). También Pessoa, Gamoneda, Cernuda, Bobin y los fantasmas de Pedro Páramo, Pavese: “Y llegará noviembre y tendrá tus ojos”.
                Lúcidamente, escribe, “La belleza es el lugar donde se espera al lobo” (p. 25). La tragedia planea como una sombra a lo largo de la peripecia vital de Noviembre: “Te hablé de Léolo, en el campo, bajo el árbol (…). Nunca supe si llegaste a verla. Te ahorcaste poco tiempo después” (p. 20). “Entonces, noviembre era sólo noviembre” (p. 21). Con veintiún años. Predomina el ahogo, silencio y la sensación del tiempo como motor vital, Van pasando los meses. “La naturaleza no es cruel. Ella no tiene tiempo” (p. 32). La necesidad de lidiar con el dolor, con el recuerdo pone sobre la mesa la urgencia de enfrentarse al miedo (“El miedo. Una herida. Y de repente, el silencio”, p. 37), porque la sospecha de que lo terrible puede golpear es inminente, siempre está merodeando, aunque “También puede ser que los días de este mes no signifiquen nada” (p. 42). En ese sentido, “La indiferencia es una bendición” (p. 42); “La rutina. Todo lo demás es resquebrajable (…). El ritual es un bálsamo. Un espejismo cierto. Aunque falso, una seguridad. Una manera de creerte a salvo” (p. 95)
                Entre las páginas de Noviembre habitan Bruno, el gato. Alicia, la gata, y habita, sobre todo la poesía: “me interesa sólo la universalidad en la poesía, el latido de la unánime. Si debo mencionar Madrid, Barcelona o el DF, digo ciudad. Si debo mencionar Duero o Ebro, digo río” (p. 47). “Todos somos, además, el mismo nombre, el mismo miedo, la misma soledad” (p. 47); “Si el poema te necesita, es que el poema es inútil” (p. 50).
“Teníamos un rostro perfecto y una belleza de vidrio inmaculada.
Creíamos haber vivido, y sin embargo nada, casi nada había pasado
Apenas un rumor, un leve ruido de una breve tormenta
en algún lugar por el que pasamos, pero se fue alejando.
Ahí estamos,
nuestra belleza era completa porque la desconocíamos.
Y era todo tan pequeño que nos guiaba el instinto
insolente de creer saber andar: un pie, y otro. y otro.” (La foto)
                 El miedo (“Me he ido poblando de fantasmas”, p. 51), que ya experimentamos en Caníbal presagia lo terrible, como acecha la demencia (“No todo se comprende”, p. 60), y es necesario defenderse mediante el humor o mediante la belleza. Y, como en 37’6, conocemos de primera mano la despersonalización que golpea en el hospital (“La naturaleza no es sabia. Es despiadada”, p. 183). Despliega Tulia Guisado una serie de recursos para enfrentarse al miedo: “No hallo en la incertidumbre ningún placer. Pero es lo único que tenemos. Habrá que cultivarla como si tuviera algún valor” (p. 75);  “Vivir así, sin referencias, sin puntos de contacto, sin mapas ni costumbres. Sólo el interior, sólo el pensamiento, el caos” (p. 135); “No sé si tengo 15 años o 37. Y hago los deberes. Pero me hundo. Yo me hundo” (p. 244). Sin la certeza de conseguir otra cosa que sobrellevarlo: “El duelo no acaba (…) No te sobrepones (…). Eres otro. Te conviertes en otra cosa distinta a lo que eras antes de la pérdida. En realidad hay dos muertes. La muerte de la persona que pierdes y la tuya” (p. 75). Porque se ha propuesto “No dar lecciones. Hay que aprender a no dar lecciones. No hay que aprender a enseñar, sino a lo contrario” (p. 115). Un estoicismo aprendido sobre la piel y las entrañas: “Hay que rendirse, pero cómo” (p. 160).
                Comprende no sólo la inevitabilidad del paso del tiempo (“Sería injusto no desear otro noviembre y que la rueda se parara. Ha de girar, como nosotros, como todo lo demás”, 155), también que imprescindible que pase en la búsqueda de la serenidad: “Pero el negativo de este mes es el lecho de paz. Es la casi confianza” (p. 190);  “Llenar el hueco. Aprender a amar el hueco. Saber que la vida está en el hueco; aprenderlo” (p. 182); “Y la primavera, como las aves, surgirá del dolor” (p. 229).
“De qué ausencia estamos hechos cuando nuestros cuerpos pierden el territorio común que ansiamos cada noche.
De qué memoria, de qué deseo de permanencia nuestras manos, que se buscan, en las sábanas, siempre, pase lo que pase, casi sin querer. Para que ninguno de los dos se vaya antes que el otro, y esta vez no vuelva.
No puede ser. No puede ser cierto el pánico que me produce en la idea de que tal vez (solo tal vez) no nos quede un océano de tiempo aún por vivir” (p. 211)
                En su intento de “Transcribir lo real” (p. 225), el lenguaje se torna esencial pero no mágico, “No es cierto que no pueda habitarse una piedra. Inventar un lenguaje en el que inventar un lenguaje no sea necesario” (p. 144);  “Esta forma que tienen las cosas de estar quietas. A mi lado” (p. 224). “Este espejismo es más real que vosotros” (p. 263). Porque “Somos parte de un paisaje roto. / De un desconsuelo anterior al mundo y sus raíces, como el silencio en el que me hundo cuando escribo” (p. 153). Como en la pintura oriental, donde el vacío no significa la no existencia, sino que se resaltan sólo algunos elementos “Este libro es también todo lo que falta. Bajo la niebla, el silencio” (p. 272).

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