Tras el acertadísimo prólogo de
Manuel Neila, nos enfrentamos a una colección de aforismos extraordinarios que
sirven, que están pensados, como un manual literario y de uso del aforismo. Un
libro de texto en el que se aprende a diseccionar, clasificar, entender y
practicar el aforismo. Carmen Canet lo resumen con su título: “El aforismo
tiene la levedad de la brisa y el fuego de la lava”. Algunos de estos aforismos ya habían aparecido
en obras anteriores, la ventaja de tenerlos reunidos en este delicado volumen
es poder utilizarlos como la teoría que subyace, no sólo en la labor concreta
de Carmen Canet, sino también como guía para el resto de aforistas, con la
delicada inteligencia de los matices y las clasificaciones, de organizar de
manera sistemática, pero expresar de la manera más concisa posible. Además de
ser incluida en varias antologías de aforistas, Carmen Canet ha editado, ha
lanceado, los aforismos que se pueden rastrear en la obra de Luis García
Montero.
Así
tenemos la consideración del “Aforista: malabarista de palabras”, porque “La destreza
del aforista es jugar a cuatro bolas: “el arte del matiz, el arte de envolver,
el arte del acabado y el arte de descifrar el silencio”. La técnica del
aforismo es comparada por muchos con la pintura impresionista (“El aforismo es
el impresionismo de la palabra”) y tiene, debe tener la virtud de condensar el
universo en un aleph, “El fragmento:
esa totalidad”.
Además
del contenido, es decir, de los aspectos más psicológicos y filosóficos, el
aforismo requiere de un oficio: “El aforismo también tiene oficio”; “El
aforismo se reserva su secreto”. Sus herramientas pueden ser tanto de tipo
literario, aliteraciones, paradojas, juegos de palabras: “Llamamos máxima a una
frase mínima”; “Hay aforismos a propósito, con propósito y con despropósito.
Como la vida”; “Aforismo rima con lirismo”. Concretamente, a Carmen Canet le
gusta practicar el aforismo muy escueto dando una importancia esencial al
silencio y a la elipsis.
Como
también de tipo conceptualista, sensual, apelando a la inteligencia y al
desconcierto de la razón: “Los aforismos inteligentes producen placer”; “El
aforismo une”; “En los aforismos podemos reflejar, también reflexionar, dudar,
contestar”.
En
cuanto a la intención, como bien dice Carmen Canet, “Hay aforismos que parecen
discos dedicados”. Otros sirven como ejercicio filosófico, “El aforismo es la
lucidez de un ejercicio medido”; “Hay aforismos que pasean y aforismos que
habitan”.
Sería
un error continuar compartiendo unos aforismos que, por su brillantez,
merecerían aparecer en las antologías del género para aviso a las generaciones
presentes y futuras que se dediquen a estudiar, leer o escribir aforismos. Si Malabarismos (Valparaíso, 2016), Luciérnagas (Renacimiento, 2018) eran la
práctica brillante del aforismo, La brisa
y la lava es su deslumbrante teoría.
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