Se acerca la Semana Santa y comienzan a renacer las cadenas de mensajes con el lema, “Si no crees, respeta” y me pregunto, ¿por qué?, ¿por qué hay que respetar las creencias ajenas? Es una buena pregunta. Lo que merece respeto es, desde luego, la persona. Respetar la persona no implica darle la razón, ni siquiera ignorarla cortésmente. Las ideas no necesariamente son buenas, ni todas las intenciones son buenas. El debate público –y privado– debe basarse en el respeto a las personas, pero en la discusión de las ideas. Por supuesto, con educación y sin amenazas. Si es posible guardando las formas, que se consigue más acercamiento con buenos modales que siendo soez.
El cuestionamiento religioso llama mucho la atención a los creyentes porque no están acostumbrados a la crítica. La fe, precisamente, se basa en obviar la razón y la crítica. A esto hay que sumar la hegemonía cultural de la que el catolicismo ha gozado durante siglos y que, desde mi punto de vista, desafortunadamente, vuelve a tener. Asumen que su manera de entender la cultura es la esencial para este pueblo.
Uno de sus argumentos tiene que ver con la tradición. Y es cierto que las procesiones, esa manera tan peculiar de celebrar la pasión y muerte (incluso la resurrección de Cristo), han marcado secularmente los días de primavera. Y atraen, sin duda, mucho turismo. Sin embargo, no hay que respetar tradiciones porque sí. Hay tradiciones atroces y otras, que, sin llegar a serlo, no dejan de ser un atraso. En mi pueblo es tradicional para sanar a los enfermos recurrir a las sabias que enviaban a los hermanitos por las noches. Una tradición como las que componen la Semana Santa sigue viva cuando hay suficientes celebrantes y espectadores para perpetuarla. Eso no significa que sea, a priori, deseable. Como todas las tradiciones tiene sus incomodidades y sus detractores.
En un país democrático es tan libre expresar la falta de religiosidad como su cumplimiento. Y es, digamos, tradicional, comprobar las quejas de que ni siquiera los participantes en estos ritos conocen realmente los dogmas de la fe que dicen profesar. No ya que no los cumplan, es que los ignoran realmente. A ellos ya no se les exige la misma coherencia que a los progresistas. De la misma manera que se les exige a los nacionalistas que se desvinculen de la violencia y la condenen, no estaría de más que los católicos se retrataran pidiéndole a la jerarquía contundencia contra los abusos y la pederastia.
Dentro de las cofradías y hermandades
se encuentran los mismos conflictos, las mismas intrigas y puñaladas por la espalda que en el resto de grupos humanos, sindicatos, partidos, clubes de fútbol o peñas carnavaleras. Así que, como en cualquier asociación humana, habrá que soportar –que no necesariamente compartir– las críticas, incluso las burlas. Como hay burlas de los partidos, sindicatos, clubes de fútbol o peñas carnavaleras. No sé por qué deben gozar de mayor respeto las católicas que las ideas hippies.
Al contrario, la presión que ejercen los católicos es impresionante. La imposición sobre el calendario escolar, por ejemplo, que descuadra toda planificación racional de tiempos y descansos. En plano familiar no hay más que ver la presión social sobre las comuniones que sufren los niños. Conozco casos en los que los niños que no querían dar religión en el colegio eran sistemáticamente marginados por los otros padres. Sabemos que los niños sufren cuando son diferentes, llevan gafas, son hijos de maestro, sus padres son veganos o hippies. Seguro que alguno habrá que sea ridiculizado por una actitud piadosa. Sobre las burlas habría que actuar para evitar situaciones crueles y de sufrimiento innecesario. Respeto a la persona ante todo. Los ecologistas son criticados, los progres ridiculizados, las feministas, salvajemente atacadas
Para empezar la fe no la tiene la persona, es una gracia de dios. ¿Por qué voy a respetar una fe que glorifica el sufrimiento, que insiste en que el padecimiento agrada a un dios que se regocija en el sufrimiento de su propio hijo? ¿Qué clase de sádico es ese? ¿Por qué voy a respetar las demostraciones de la fe que se conmueven con los pasos y las imágenes y son capaces de ignorar el sufrimiento de personas reales? Mucho llorar a la virgen y poca solidaridad con los refugiados. Cuando en el instituto hicimos una actividad para solidaridad con los refugiados fuimos criticados en las redes por manipular a los niños y adoctrinarlos. Sin embargo, sacamos procesiones en los colegios públicos y tenemos a las niñas con mantilla y a los padres encantados. ¿A qué se refieren los políticos de derecha cuando no quieren que se adoctrine a los alumnos? La tolerancia que reclaman se nota muy poco viendo el tono de superioridad moral y de soberbia que tienen algunos articulistas o algunos escritores que se aferran a su fe. A mí, precisamente un amigo católico me quería forzar a admitir que no puedo ser ateo, sino agnóstico en todo caso.
La libertad de conciencia para ellos, como Bolsonaro o Casado, se convierte en la libertad para adoctrinar a los míos. ¿Cómo voy a respetar eso? ¿Por qué tengo que aguantarme y no hacer esa crítica? ¿Es que nadie se burla de los que se manifiestan? ¿O de las feministas? Conozco más de uno y más de dos profesores que durante las clases bien que les insisten a los alumnos que las huelgas no sirven para nada. ¿No es eso adoctrinar? No buscan el respeto, buscan el respeto al estatus quo en el que ellos gozaban de la hegemonía moral.
Esto es una cuestión de correlación de fuerzas y la tradición y la religión cuentan con mucha fuerza. Y mucha soberbia para luego quedar en su papel de víctima mientras no tienen reparo en hacer política desde sus púlpitos contra la mal llamada “ideología” de género y auspiciando curas para sanar la homosexualidad.
No creo, ¿por qué tengo que respetar?
AMÉN.... (lo más apropiado dado la temática).
ResponderEliminarExcelente artículo.
Más que excelente.
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