martes, 16 de abril de 2019

Reseña de Paco Carrascal: ‘Sota, caballo… reina’. Takara. 2018


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Paco Carrascal es licenciado en ciencias biológicas y especialista en comunicación ambiental y medio ambiente. Ha cultivado la poesía y el relato breve. Su última obra, Árbol mudo (Editorial Bucéfalo) es de 2016. Con la estructura del verso libre se dedica en esta colección de poemas a realizar un canto a la mujer como “eje necesario”, como “ser mágico a conquistar”.  La identidad como el Otro de la mujer. Aspiración y sentido, observación milimétrica de Ella, la Reina. En cierta forma va dando forma de nuevo al recurso al eterno femenino, la mujer como misterio: “No supe tu nombre, / tu olor, la forma de su sombra…” (No supe).
                Por eso, son poemas de amor romántico donde el misterio y la fascinación ocupan el lugar central del poema: “El amor cuando llega, manda” (Cuando llega);  “Sólo sé que cuando saliste del autobús, / aquella mañana, con frío y lluvia, / te tuve para siempre – sin remedio” (No supe). Como la necesidad esencial y directa del amor como sentido de la vida: “Te espero donde por instinto de supervivencia, los animales que se aman esperan” (Como letales colibríes); y la entrega total como única forma del amor: “Como el carnicero, / te ocupas de mis huesos, mis tendones, / mi sangre, mi carne. // Bailarina, te ocupas de mí” (Carne).
                Sin abandonar los aspectos más sensuales (Lluvia) es Ella quien da sentido y otorga sentido a la existencia: “Sé que algún día dirás quién soy”; “Un día no podré recordar tu nombre, / me enseñaste el código oculto de los temblores // Sin embargo, te bendigo mil veces al día” (Algún día). a pesar de ser Ella misma un misterio: “Creí descifrarte, desarmarte, / conquistarte y retenerte. / … / Las palabras fracasan / los ojos fracasan” (Enero-junio); “Eres igual a una bolsa con rendijas / con una luz dentro, / sonora entre campanas” (Eres); “Sé que te quiero, / sé que algún día tendré el valor / de preguntar tu nombre” (Tu pelo negro).
                Puede hacer una referencia más o menos explícita al sexo (Aparte la ternura), porque es, además Conexión: “Me da tiempo descubrir el contorno de sus huesos y su carne, / el mensaje de sus pechos bajo la ropa, / el sabor salobre de su sexo en mis dedos”. Procura Pablo Carrascal que no estén ausentes los momentos de ternura: “Olvidar la bufanda en casa, // la que todos los días te susurra al cuello / y te acaricia /…/. El mismo olor cuando dicta versos / y obliga a conjurar hechizos / para no perderte” (La bufanda); “Hambriento, caníbal desdentado / con sed /… / hambriento de tu forma, / de tu olor a manzana, / de tu aguja que penetra mi carne” (Hambre).
                La posición que otorga a la Mujer es un lugar central alrededor del cual gira la existencia: “Importa porque estás presente, / presente como una gota en el diluvio” (Importa); “Todo te lo he traído / y lo he puesto a tus pies” (Traer); “Hace siglos que no ten nombro / y ahora, otra vez, / me desmiento” (Hace tiempo). Son los antiguos tópicos del amor cortés que se perpetúan como una tradición lírica actualizada.
                La amada es un misterio del que no cabe la huida “Huir de ti, de tu recuerdo, de tu sonrisa, de tu mano, Dios, de tu mano, / de tu boca en labios” (Huir); ni el olvido: “Un día no recordaré tu voz, / ni el sabor de tu saliva, / ni el olor de tus párpados, / no recordaré el tacto de tus hombros / … / antes de todo eso quisiera despedirme / otra vez ––– de ti” (Futuro). Por eso utiliza el recurso a describir digamos tipos ideales de mujer, o aspectos esenciales específicos de la Mujer como arquetipo: Mujer pájaro, En el rincón de Eva…: “Te resumo como mujer que crece / que quiere palpar con sus manos /… / te explico como si fueras mujer-pozo /… / comprendo cuando un insecto puede leer su camino / en la ruta que traza una estrella, sería posible descifrar el código que abra / tus misterios” (Mujer de arena).
“Creo en el mandato de buscar la luz
para encontrarla,
hallarla, quizás, en unas manos como de nido,
o en unos ojos como de fuente,
o en un abrazo de calor,
en el acierto de una piel y sus anclas,
en una boca de agua,
en unos hombros con esencia de árbol,

quizás en una cintura que palpita,
en unos pechos que esperan,
en un sexo que espera.

Creo en la posibilidad de que seas tú,
creo en una luz que se deslice desde tus rendijas,
y puede que, al fin, seas tú.

Una luz derramada un veintinueve
des septiembre” (Mandato, 47)
Como conclusión, más allá de las mujeres-tipo, está el eterno femenino que complementa al elemental masculino:
“mujer lluvia ––– yo desnudo
mujer inteligencia ––– yo perdido
mujer escultura ––– yo pétreo
mujer mural ––– yo descolorido
mujer ala ––– yo reptil
mujer vientre ––– yo espera
mujer hoja ––– yo sin techo
mujer ––– sota, caballo… reina”

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