Dos citas, una
de Luis Rosales y otra de José Luis Morante, dan la bienvenida a esta colección
de pequeñas joyas de Rosario Troncoso. Pequeñas por su brevedad, como la luz
del rayo. De Luis Rosales se desprende que hay mucha emoción sosteniendo estas
líneas y de Morante deducimos la intención del relámpago: que la emoción, la
belleza y la experiencia lleguen, más que a deslumbrar, a alumbrar
instantáneamente al lector, convirtiéndolo en confidente y cómplice.
Mucho se habla de la
consolidación de los géneros breves y es de agradecer que presenten, a pesar de
la constricción espacial, multiplicidad de posibilidades diferentes. Hay
quienes, siguiendo la estela de Nietzsche o Cioran, aprovechan el apunte como
reflexión más o menos doliente sobre la realidad. Dentro de la herencia
filosófica abundan los epigramas, categoría de consejos y reflexiones útiles a
la humanidad mientras que, en las antípodas del pensamiento, está la tradición del
haiku, que, aprovechando las exigencias formales, despliega un conocimiento
profundo del instante más allá de la cárcel del razonamiento.
A menudo la concisión no deja espacio
sino para un apunte, apenas una idea cazada al vuelo, una imagen, un recordatorio.
Y hay quienes aspiran a lanzar la inteligencia desde la metáfora audaz y el
sentido del humor, como una acrobacia para que admiremos las piruletas de su
ingenio, en una suerte de greguería, buscando que aplaudamos sus proezas
verbales y nos deslumbremos cuando, al alzar la vista, sea el sol el que
aparezca tras los aforismos. Y están los que consiguen concentrar el poema en
un solo verso. Los que no necesitan trocear las líneas para que aflore la
poesía.
De todo ello encontramos en
estos reflejos de Rosario Troncoso. Hay espacio para el sentido del humor y la
ironía del epigrama, para la imagen poética, para la reflexión desde la
experiencia y desde la propia esencia de la poesía. Ser poeta como identidad es
la característica que marcan los Relámpagos,
porque bien sabemos que la poesía es una forma de conocimiento. Entre sus
palabras encontramos restos de Felipe Benítez Reyes, de Oscar Wilde, de Juan
Ramón Jiménez, de José Manuel Benítez Ariza, un retrogusto a Machado, a María
Zambrano y a Maimónides, las sombras del haiku, ecos de La gran belleza, mucho de José Luis Morante y muchísimo de Sylvia
Plath. Rosario Troncoso nos presenta aquí una intensa colección de piezas
cortas en las que se decanta la poesía, donde deslumbra la palabra, su
sabiduría y su belleza. Y aquí se habla filosóficamente, pero sin ideología,
habla la conciencia sin resentimiento, habla el dolor y la lucidez de los
adagios y las máximas, pero sin lo moralizante de las sentencias. No se trata
de hacer juegos de palabras, sino de que las palabras nos expliquen el mundo y
a nosotros mismos.
Se habla desde el yo. “Abuso de
la primera persona”, nos confiesa, “es una grosería desnudar el alma en otros
cuerpos”. Gracias a esta intimidad compartida nos alcanzan estos fogonazos que
aciertan a conmover, a doler certeramente dentro de la cualidad de la belleza.
Se habla sobre la poesía, pero sobre todo de las relaciones humanas, de la
búsqueda del deseo y de los riesgos de la rutina, el equilibrio y la serenidad.
Todo aquello que detiene a la vida. Duelen sobre todo las ausencias. Rosario
Troncoso es una poeta de ausencias, no espera que la existencia sea quietud, se
siente inmersa en la vorágine y, aun con las pérdidas, ama la vida. Su mirada
es valiente, en distancia corta, enfrentándose a los huecos y las huellas, a las
decepciones, a las traiciones y las heridas. La vulnerabilidad no es, sin
embargo, la cualidad de lo frágil. La vulnerabilidad es la cualidad de lo
humano porque, como dice el filósofo José Luis Pardo, no todo nos da lo mismo.
Y Rosario Troncoso se sumerge las heridas, en los deseos, para “describir la
intemperie”.
El ejercicio de concisión tiene
mucho de oficio de relojero y de buscador de perlas. Hay que tener la
sabiduría, además, de saber dejar la rosa. No renunciar a un adjetivo como no
se renuncia a un condimento y, a la vez, no abusar de él como no se abusa de la
cúrcuma. Rosario Troncoso, cuando es necesario, nos abre un poco la ventana a
textos que, sin abandonar la brevedad, alcanzan una mayor longitud, pequeños poemas
en prosa, casi telegráficos, como la silueta de los rayos tras las nubes de
tormenta en la noche sobre el mar.
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