Las elecciones generales han dado
que hablar y, milagrosamente, cada cual ha ganado y cada analista ha confirmado
sus ideas con los resultados. El arte de contrastar los datos con las
preconcepciones es toda una ciencia. Es más, la ciencia consiste en adecuar los
datos a tus expectativas. Y si no que se lo digan a Tezanos, director
discutidísimo del CIS que auguró con mejor fortuna que las demás encuestas los
resultados finales. Todos sabemos que las encuestas tienen algo de
performativo, que su intención es influir en los demás. Pero esa función la
tienen todas, así que unas por las otras, la suma de fuerzas tiende a cero.
Otra cosa es plantearse si una encuesta con un mes de antelación acierta, qué
papel tiene la campaña.
Por lo que
parece, la campaña sirve para los propios, para dar comentarios y eslóganes a
los ya convencidos. Y yo no voy a ser menos, creo que acierto cuando defino el
asco como el sentimiento primordial en política. No se votan por ideales, se
vota por la repulsión que te dan los rivales. Y fomentar ese rechazo es lo que
le ha dado la victoria a las izquierdas. Concretamente la movilización frente a
la ultraderecha. A la ultraderecha le ha dado igual, porque siempre ha estado
ahí. Antes estaba cobijada bajo las siglas PP y ahora hay que dividirse entre
los cobardes y los machotes.
Vuelve a
confirmarse que la izquierda es más exquisita y que prefiere mostrar su
desencanto con la abstención. Así castiga a los partidos que no representan su
opción ideal –y de paso dejan al resto recoger los despojos en forma de reparto
proporcional entre menos votos–. Ahora se ha movilizado, sí, pero tiene que ver
con el miedo a volver a tiempos pasados.
Lo que me
sigue pareciendo increíble es cómo los prejuicios son inmunes a las pruebas. El
famoso obrero de Vox es testimonial, cuando se analizan por barrios, parece
claro y meridiano que su caladero está entre gentes no precisamente de rentas
bajas. Este partido ha puesto en marcha un imaginario muy concreto, un
imaginario amenazado desde la exterioridad. Es el imaginario del cuerpo
masculino, que puede penetrar, pero no penetrado, que tiene ocio cerval a
serlo, por los inmigrantes, por los diferentes, más aún si son homosexuales. Entonces
está clara la metáfora de no dejar entrar. En muchos sentidos son ganadores, no
porque hayan conseguido una serie de escaños, que han sido notablemente menos
que los que auguraban propios y extraños. Han sido los ganadores en el sentido
de postularse como protagonistas de la campaña, entendida esta como una excusa
para los minutos televisivos y de otros medios de comunicación de masas. Incluso
la exclusión de los debates decretada por la Junta Electoral Central jugó a su
favor en términos de share. Eran las
víctimas. Curiosamente representan a los hegemónicos, varones (y mujeres),
heterosexuales, ciudadanos de hecho y de derecho, de tradición, pero se sienten
amenazados por la minoría.
También han
marcado la agenda de lo que se discutía y lo que no, en una desenfrenada
carrera hacia poner en cuestión asuntos sobre los que ya existía un consenso.
La estrategia de este partido ha sido muy kamikaze, no intentaban ganar las
elecciones, sabían que jamás lo conseguirían. Ni siquiera aspiraban a ser la
fuerza hegemónica de la derecha. Esta estrategia les ha otorgado la fama,
esperemos que efímera.
Precisamente
cuestiones de estrategia son las que han dilapidado el capital político que
había acumulado Podemos en sus primeras campañas. Estos, a pesar de conseguir
que la izquierda consiga mayor número de diputados, ha perdido más de la mitad
de sus votantes desde sus inicios. No quiso jugar a ser un partido eje sobre el
que el PSOE pivotara, al contrario, en sus sueños aspiraban al llamado sorpasso más que a marcar las políticas,
que, en el fondo ha sido para lo que han servido. Una muleta para que cojeara hacia la izquierda. La personalidad de
Pablo Iglesias ha jugado en contra durante toda la legislatura, a pesar de que,
para muchos fuera una actitud modélica la suya en los debates televisivos.
El electorado español está claramente delimitado, con relativamente pocos cambios de bloque. Y se mantiene casi desde la República. Se prefieren las opciones moderadas, lo que no tiene nada de extraño. Es la teoría del vendedor de helados que se coloca en el centro de la playa para llegar a todos los públicos. En España, actualmente, tampoco hay radicales. Radical no es extremista, es quien quiere ir a la raíz.
El electorado español está claramente delimitado, con relativamente pocos cambios de bloque. Y se mantiene casi desde la República. Se prefieren las opciones moderadas, lo que no tiene nada de extraño. Es la teoría del vendedor de helados que se coloca en el centro de la playa para llegar a todos los públicos. En España, actualmente, tampoco hay radicales. Radical no es extremista, es quien quiere ir a la raíz.
Ahora tiene
gracia que se vean las desigualdades que genera el sistema político, que
privilegia a los ganadores y que desperdicia los votos de los pequeños
partidos. Ahora lo ha sentido el PP. Y culpa a Vox, y, como en el caso de los
gobiernos Frankenstein, se olvidan los insultos para pactar en Andalucía. Y
cuando no salen, se rompe el juego y se quedan con la pelota. Los demás son
ultras. Tampoco debemos olvidar que hay muchos más votos desperdiciados en el
espectro de la izquierda por el sistema electoral (la barrera de porcentaje
mínimo, la ley D’Hont y peso específico de la España rural).
Ciudadanos
debe estar contento, a pesar de estar penalizados por el sistema electoral, ha
conseguido convertirse en llave del posible pacto con Sánchez. su obstinación
en no pactar con el PSOE ha tranquilizado a sus votantes. Veremos cómo se
comportan ahora. Sánchez ha sido también
ganador, ya no deberían llamarlo okupa
de la Moncloa. Mucho me temo, sin embargo, que seguirán con la cantinela
acusándolo de utilizar el poder como arma electoral, como si hacer lo que el
pueblo demanda fuera contrario a la democracia. En serio, ojalá triunfara lo
políticamente correcto, me conformaría con la hipocresía del político. Así nos
ahorraríamos escuchar a impresentables confirmando que lo son.
La sensación que he ido comprobando entre los votantes progresistas es la de alivio. Podría ser peor. Y lo temían.
La sensación que he ido comprobando entre los votantes progresistas es la de alivio. Podría ser peor. Y lo temían.
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