jueves, 9 de mayo de 2019

Reseña de Abel Santos: ‘Huelga decir’. Boria ediciones. 2019


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“La poesía
tiene multitud de oportunidades
de expresarse a diario,

pero los poetas no tanto” (La fiesta que no escucha)

Tras el prólogo de Javier Cano, volvemos a encontrarnos  con el renovado Abel Santos, padre del realismo bastardo. Después de doce años de juergas y alcohol, emprende una nueva gran aventura, que diría el Lou Reed de New York. Una nueva etapa poética tras Esencia (1998), El lado opuesto del viento (2010), Todo descansa en la superficie (2013), Jass (2016) y que empezaba a intuirse en Las lágrimas de Chet Baker caen a piscinas doradas” (2016). Retomando el título de su antología: Demasiado joven para el blues (2014), ha dejado de ser demasiado joven, y el blues se transforma en un haz lleno de matices que van desde la ternura a la rabia, de la intimidad a la denuncia. Es un libro para los tiempos de crisis, de amor y crítica social.  Como siempre, un clarísimo acento autobiográfico impregna este marcadísimo tono comprometido de poeta contra la crisis, “Donde el amor siempre cuenta” (Cuenta la suerte a pulso).
La primera parte es Calle abajo. El poeta se presenta ahora viviendo de su historia de fracaso. Es un hombre cansado y casado (“infinito, siempre a pie y siempre vencido”, Infinito) que, sin esperanza, sigue en la brecha: “Uno se da cuenta, / tras empaquetar decenas de miles de relojes caros / (junto con tus emociones más profundas), / que el cliente no apreciará en el pedido / nada más que el lenguaje / de una estúpida y perfecta maquinaria. // Hay que seguir trabajando” (El encargado).
Para esa lucha, sólo cuenta con el oficio de escribir: “Sin embargo, / frente a la desesperanza habrá poesía” (Huelga decir). El significado de esa expresión hace referencia por un lado a la inutilidad de la palabra cuando todo está dicho, cuando la realidad nos sobrepasa, “Porque un escritor solo es escritor cuando escribe, / por mucho que diga, que poetice, / que siempre está pensando en literario. // En cambio, ser poeta, a veces cansa, y duele / … / Somos perdedores, pero tenemos esperanza. / Somos un fracaso, pero tenemos la verdad. / Somos ordinarios, / pero tenemos la poesía. / Somos fingidores, sí, pero no tenemos cuento” (El escritor es un fingidor). Abundan, por supuesto, las referencias, a Cortázar (La Tentación), Picasso, Jim Morrison, Scott Fitzgerald, Polanski, Hemingway. Importancia de la música, Chet Baker, Getz, Silvia Pérez Cruz… Sus referentes siguen siendo Baudelaire, Verlaine, Bukowski, Karmelo Iribarren, Diego Vasallo, Plath, Poe, con moderación, “que no es bueno tragarse / más de tres poemas malditos / hasta la maldita poesía lo sabe” (El panteón negro), aunque amplía las referencias a León Felipe, a Felipe Benítez Reyes, a Luis García Montero 8“Cada día más flacos”), a Benjamín Prado: “Hay más arte y poesía / en el padre que comprende / que su hijo o hija / es homosexual, / cuando a la mañana siguiente / sigue su camino –y deja de seguir– / para ir al trabajo silbando / y quitar mugre / y barrer suelos” (Mala gente que camina). La poesía es necesaria como arma, es el contrapeso a esa cosa terrible que es la esperanza: “Ahora que ya sabemos mil maneras de morir, / solo hace falta que la esperanza diga / que hay una forma de vivir” (Jinetes en la tormenta); “Por tanto, el día / que no me encabrone / –cuando las cosas no me salgan / como yo quiero–/ ese día simplemente será / que ya no me hago ilusiones” (La poesía continúa); “Y parece ser que tiene razón. / Y Dios ya no existe. Y yo / me pregunto si el género de no ficción / no será la mayor invención existente / del llamado mundo real, / y dónde nos dejan a todos todo esto” (Sapiens).
A pesar del tono autobiográfico, hay muchas historias, un storyteller atípico, un poco como R. Carver: “Lo último que sé / de Marisa y de su obra es que se dedica / a vender electrodomésticos. / Un trabajo honrado en todo caso para ir tirando sin hacer demasiadas preguntas” (Manzanas de Tántalo).
En la segunda parte, Nocturos, Wild Bill Davison, Blue & Brokenhearted (que hace referencia a la interpretación del trompetista de esa pieza), es más íntima, no abandona la rabia, pero hay más ternura, La chica del autobús, es un poema lleno de lirismo. Revela Abel Santos que “El que todo lo paga, / el verdadero cliente, / es el corazón” (El verdadero cliente). Siguiendo el tono confesional, reconoce que “Antes yo era un hombre ebrio y crepuscular / que crecía hacialas sombras (…). Me he perdido/ tantas cosas buenas por estar sobrio, / luchando sin tregua / contra mis viejos demonios / (…) Y sigo buscando lo mismo / A ella. El perdón. Mi sitio. La tranquilidad” (Crece el crepúsculo); “El mar sigue como entonces de bravo / y ya no era aquel aventurero con suerte” (Los días buenos).
Ahora, sin embargo, también recurre a la ironía para llegar a la esperanza: “– ¿Lo peor del matrimonio? La soledad. / Pero cuando se buscan / y se perdonan y se desnudan los lazos / de los orgullos rotos / esa soledad también es lo mejor” (Cuando pienso en los viejos amigos); “Y sé que ya no seremos la pareja del mañana, / porque la crisis, las facturas, / el dinero y las discusiones han enterrado / toda delicadeza y me hacen gritar: «al infierno todos aquellos que sospechan de mi amor, / que les ofende que sea pobre / y que además tenga buen corazón»” (Más allá); “Pasajera huella de una sombra, / yo te llamaba Ángela, / por la miel salvaje de tu boca /… /«No habrá mucho dinero», / nos decimos cada noche mi joven mujer y yo / pero y qué más da, / si somos la pareja / más feliz del mundo” (Pago mínimo con tarjeta).
Calle arriba, es la última sección que se centra sobre el acto poético (Circo editorial). Para empezar, sobre la poesía como negocio: “No te pases ni un gramo con la ironía / porque te la peso. // Te diré por qué no soy el poeta / que estabas esperando: / yo no estoy aquí como los buenos conserjes, para enjabonar los espejos mágicos / de tu torre de marfil / o solo para abrir y cerrarte / amablemente las puertas; / estoy aquí para hacer / todo eso que tú no puedes: / darte una patada en el culo / recoger los cristales rápido / -para estar en casa a eso de las nueve- / y adiós muy buenas” (Clase obrera). En el diálogo con la poesía, reflexiona con sarcasmo: “Me aburres, poeta, me decía la santísima poesía / con el cigarrillo de después entre los dedos, / escribes muy bien, Santos, no lo puedo negar, /… / Estoy cansada de tu estilo, / de tus predecibles duros poemas en postura del misionero, / de tu monocorde solo de bebop para saxo” (El misionero).  Pero, sobre todo, de la necesidad de una honestidad poética: “Donde acaba una crisis un poeta es / mucho más que un poeta. // No temas decir lo que sientas o pienses / cuando te vuelques en la escritura / por miedo a cavar tu tumba / ante los elegidos. // Distingue bien / la mala educación de la sinceridad” (Los más ricos del cementerio).  Y, como ya avanzaba en algunos poemas de la primera parte, la poesía es un arma de combate, “Escribir es mi arma / escribir es mi arma blanca // Yo no compro poesía. / Yo le vendí mi alma” (Miedo al blanco); “Escribir lo ocupa todo / Me ofrecen unas líneas de sucia nieve, / pero ya soy otro tipo de loco” (Miedo al blanco).
El propio Abel Santos entona un mea culpa estilístico: “No veo a nadie por aquí / que no se asuste de los sentimientos. // Si mis poemas / te parecen simplones, demasiado / narrativos, / sin apenas / recursos literarios y / tienen carencias / de métrica, / sentido común tradición / o cultura / y dan de qué hablar / pues habla / empieza a hablar” (La fiebre del eclipse). Hablar de la poesía es también un viaje íntimo: “Presiento que en verdad soy otro, / pero no puedo acercarme a mí” (El sacerdote del vacío); “ya no soy un niño para explorar mi cuerpo. / Y no creo que pueda escribir / el doble de poemas. / Así que probablemente le rompa la cara, / como quien rompe un espejo. / El espejo, por supuesto, ya me la ha roto a mí” (Enemigo mío). Haciendo uso de diferentes tonos, con voz canalla, Abel Santos se pone trascendente: “Qué fácil es demostrarnos a Dios // Y nunca he tocado o visto un corazón” (La clarividencia), “Esto / debe saberlo / hasta el jodido / Paulo / Coelho: / Es un poco triste. // Pero qué casualidad. // Cuando intento / engañarlo // Dios / sí existe” (Mi filosofía). “Mi enfermedad: la esperanza; / por droga la rima, / por arrogancia la búsqueda / de un destino con amor / y la buena conciencia / como síntoma de autoestima” (Selfie). En ocasiones se baña en almíbar (Los sitios más hermosos del mundo están en el cuerpo de mi mujer). Pero sobre todo, descubrimos un poeta que, sin dejar el combate, descubre la belleza y la esperanza en el disfrute de la vida.
“Dame un soplo de vida
un acceso de locura
poemas y jazz y risas y pasiones
 que en mis ojos siempre brille la ilusión
 aunque ésta se evapore
como el rocío bajo la luz del sol
y que dentro de mí siempre quede
algo de todo este amor
que los sabios quisieron definir y malograr” (Oda a la locura)

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