viernes, 2 de agosto de 2019

Reseña de Yasmina Álvarez Menéndez: ‘Los versos que nunca os dije’. Bajamar editores. 2018


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Comenzar con una cita de Antonio Praena marca definitivamente la intención de un poemario, especialmente si son “Afirmo que el amor son solo palabras. / Que no existe el amor si no se dice”.  Yasmina Álvarez es profesora de Didáctica de la Lengua y anteriormente estuvo en el mundo de la radio, televisión y teatro. Este es su primer poemario publicado y cuenta con el prólogo de Aurelio González Ovies. Por si no fuera suficiente, antes de comenzar los poemas se encomienda a la gran Mary Oliver. Este es un volumen de amor, de la necesidad de plasmar en palabras el amor para que se cumpla. Como dijo Luis Cernuda en otro contexto muy diferente, “recuérdalo tú y recuérdalo a otros”.
Precisamente por ser un acto de amor van a irse sucediendo los lugares de la memoria, imprescindibles para situar el camino de la vida. Para empezar, Carta de presentación es un locus amoenus de naturaleza, renacuajos, interrumpida por la enfermedad de su padre y loas vicisitudes de crecer: “Desde entonces hasta hoy, ya veis. / ha pasado más tiempo que el de un día / … / Tanto, en fin, que he olvidado / muchos nombres y algunos de los rostros”. Otro es el el locus amoenus de la infancia: “Nací donde la nieve espesaba el invierno / y los días fruncían por el frío. // Pero mi casa siempre olía a café recién hecho. / a pan recién nacido… / … y a carbón”. En estas coordenadas se van situando los personajes, que no son sino los destinatarios plurales de estos versos: “Pero si vuelves, no dejes de echarle un vistazo a aquellos días. / Vigila que no se marchiten. / que no se sequen / cuando peguen con fuerza la desidia, el olvido” (Patio de Colegio)
Es la memoria y el paso del tiempo lo que motiva la urgencia de reparar mediante versos los silencios: “Tiempo en el que no había que volver la cabeza. / Tiempo que todo era futuro”. Porque, como bien se señala, “Tras la tempestad, / vuelve el poema”. La mirada atrás se hace con ternura, como una especie de ajuste de cuentas delicado que se va desgranando por capítulos. Teniendo en cuenta la juventud de la autora tiene más el sentido de ir cerrando capítulos: “Ya veis. / Esta es mi herencia, / toda mi herencia: / un fragmento de vida, / doce otoños, / futuros / … y nostalgia”. Así como se utilizan los actos como separaciones temporales, las estaciones son otra de las marcas para ir fijando los focos de atención a los destinatarios de estos versos. La simbología del invierno: “Habrán muerto los inviernos” (Cambio climático); “Es tiempo ya de recoger el invierno. / Doblando como un jersey de cuello alto / y guardando en la parte de arriba del armario, / junto a las horas grises, calladas, del otoño. // Saquemos los aromas azules / de la pasada primavera. // Nunca pasan de moda”; “Como suelen estar primaveras // a destiempo. / Estos días de enero / que saben a marzo / y nos clavan, / a traición, / muertes inesperadas por la espalda”.
La certeza de la muerte amenaza no solo a quienes deben escuchar estas palabras (Es así la vida, / les oí decir en un entierro. / Pero se equivocaban. / Aquello era la muerte”). También a quienes debemos decirlas: “La muerte no la anuncian / las lentas campanadas de las cinco, / ni un coche cubierto de claveles / … /. La muerte emprende antes su camino / … / y una palabra suya, / –solo una– / bastará para matarnos”; “Algún día cerraré los ojos / para siempre / Dime: ¿estarás entonces para apretar / mi mano?”
                Aprovechando la metáfora del Gran Teatro del Mundo, Yasmina Álvarez procura que cada uno de los actos pueda servir de escenario espaciotemporal para la acción del recuerdo: “Hoy… / cuando ya ha pasado marzo, / cuando tus cartas llegan / en forma de sonrisas, / de miradas cómplices / … / hoy… / (y también mañana) / solo quiero estar en ti: / que es como estar en casa”. Las pérdidas, en este caso, marcan las palabras: “Ojalá estuvieras cuando llego a casa. / Al final del día. / De este día. / De todos. / Hasta los últimos”; “Has vuelto para quedarte. / Lo sé / porque te veo en el espejo de la mañana” (M.).
Resuenan las enseñanzas de Alejandra Pizarnik, Miguel Hernández, Sartre, Nicanor Parra o Ángel González a la vez que se aprovechan nuevos lenguajes como en Ejercicio de lengua o en poemas cortos como: “Re-conocerte es re-quererte. / Y requerirte. // Más nunca retenerte…”. Nuevas maneras de entender la comunicación poética: “Llegaste. / Estás. / Cuando no lo esperaba. / Donde no deberías. / Y trajiste el caos. / Y la luz / Y las ganas.”
En esta entrega, Yasmina Álvarez utiliza el yo poético como fuente de inspiración, la identidad como eje argumental, la biografía como recurso literario, como dice Aurelio González Ovies en su Prologus. El último acto quizás sea de una emocionalidad más intensa: “Tengo la vida cerrada por reformas / Tiro rencores. / Descuelgo abrazos. / Saco a paladas / el pasado / las etapas / los nombres. / Y los arrojo allí. // En la escombrera de la memoria”.
Los versos procuran la claridad, huyendo de sofisticaciones y recursos literarios impostados, poemas directos en los que la naturaleza aflora buscando la libertad a través del tiempo, los afectos y siempre bajo la perspectiva de la pérdida: “Es sábado y se citan aquí en esta esquina del parque. // Nos separan veinticinco años, –calculo– // Hablan otro idioma. / Se abrazan. / Ríen. // Parece que lo hacen a propósito: // reprocharme con sus abrazos lo que nunca sentí. / Recordarme con sus risas lo que yo ya no soy”
Los versos que nunca os dije termina siendo un ajuste de cuentas emocional, un saldo de querencias quizás bastante antes de pasar el mezzo del cammin di nostra vita:
 “Eso fue todo, me digo
mientras piso la frontera de los cuarenta.
Hasta aquí lo que fuiste
y desde aquí lo que has de ser.

Fin y principio de nada nuevo.
Salvo yo misma”


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