Comenzar con una cita de Antonio
Praena marca definitivamente la intención de un poemario, especialmente si son
“Afirmo que el amor son solo palabras. / Que no existe el amor si no se dice”. Yasmina Álvarez es profesora de Didáctica de
la Lengua y anteriormente estuvo en el mundo de la radio, televisión y teatro.
Este es su primer poemario publicado y cuenta con el prólogo de Aurelio
González Ovies. Por si no fuera suficiente, antes de comenzar los poemas se
encomienda a la gran Mary Oliver. Este es un volumen de amor, de la necesidad
de plasmar en palabras el amor para que se cumpla. Como dijo Luis Cernuda en
otro contexto muy diferente, “recuérdalo tú y recuérdalo a otros”.
Precisamente
por ser un acto de amor van a irse sucediendo los lugares de la memoria,
imprescindibles para situar el camino de la vida. Para empezar, Carta de presentación es un locus amoenus de naturaleza, renacuajos,
interrumpida por la enfermedad de su padre y loas vicisitudes de crecer: “Desde
entonces hasta hoy, ya veis. / ha pasado más tiempo que el de un día / … / Tanto,
en fin, que he olvidado / muchos nombres y algunos de los rostros”. Otro es el
el locus amoenus de la infancia:
“Nací donde la nieve espesaba el invierno / y los días fruncían por el frío. // Pero mi casa siempre olía a café
recién hecho. / a pan recién nacido… / … y a carbón”. En estas coordenadas se
van situando los personajes, que no son sino los destinatarios plurales de
estos versos: “Pero si vuelves, no dejes de echarle un vistazo a aquellos días.
/ Vigila que no se marchiten. / que no se sequen / cuando peguen con fuerza la
desidia, el olvido” (Patio de Colegio)
Es la memoria
y el paso del tiempo lo que motiva la urgencia de reparar mediante versos los
silencios: “Tiempo en el que no había que volver la cabeza. / Tiempo que todo
era futuro”. Porque, como bien se señala, “Tras la tempestad, / vuelve el
poema”. La mirada atrás se hace con ternura, como una especie de ajuste de
cuentas delicado que se va desgranando por capítulos. Teniendo en cuenta la
juventud de la autora tiene más el sentido de ir cerrando capítulos: “Ya veis.
/ Esta es mi herencia, / toda mi herencia: / un fragmento de vida, / doce
otoños, / futuros / … y nostalgia”. Así como se utilizan los actos como
separaciones temporales, las estaciones son otra de las marcas para ir fijando
los focos de atención a los destinatarios de estos versos. La simbología del
invierno: “Habrán muerto los inviernos” (Cambio
climático); “Es tiempo ya de recoger el invierno. / Doblando como un jersey
de cuello alto / y guardando en la parte de arriba del armario, / junto a las
horas grises, calladas, del otoño. // Saquemos los aromas azules / de la pasada
primavera. // Nunca pasan de moda”; “Como suelen estar primaveras // a
destiempo. / Estos días de enero / que saben a marzo / y nos clavan, / a
traición, / muertes inesperadas por la espalda”.
La certeza de
la muerte amenaza no solo a quienes deben escuchar estas palabras (Es así la vida, / les oí decir en un
entierro. / Pero se equivocaban. / Aquello era la muerte”). También a quienes
debemos decirlas: “La muerte no la anuncian / las lentas campanadas de las
cinco, / ni un coche cubierto de claveles / … /. La muerte emprende antes su
camino / … / y una palabra suya, / –solo una– / bastará para matarnos”; “Algún
día cerraré los ojos / para siempre / Dime: ¿estarás entonces para apretar / mi
mano?”
Aprovechando
la metáfora del Gran Teatro del Mundo, Yasmina Álvarez procura que cada uno de
los actos pueda servir de escenario espaciotemporal para la acción del
recuerdo: “Hoy… / cuando ya ha pasado marzo, / cuando tus cartas llegan / en
forma de sonrisas, / de miradas cómplices / … / hoy… / (y también mañana) / solo quiero estar en ti: / que es como estar en
casa”. Las pérdidas, en este caso, marcan las palabras: “Ojalá estuvieras
cuando llego a casa. / Al final del día. / De este día. / De todos. / Hasta los
últimos”; “Has vuelto para quedarte. / Lo sé / porque te veo en el espejo de la
mañana” (M.).
Resuenan las
enseñanzas de Alejandra Pizarnik, Miguel Hernández, Sartre, Nicanor Parra o
Ángel González a la vez que se aprovechan nuevos lenguajes como en Ejercicio de lengua o en poemas cortos
como: “Re-conocerte es re-quererte. / Y requerirte. // Más nunca retenerte…”.
Nuevas maneras de entender la comunicación poética: “Llegaste. / Estás. /
Cuando no lo esperaba. / Donde no deberías. / Y trajiste el caos. / Y la luz /
Y las ganas.”
En esta
entrega, Yasmina Álvarez utiliza el yo poético como fuente de inspiración, la
identidad como eje argumental, la biografía como recurso literario, como dice
Aurelio González Ovies en su Prologus.
El último acto quizás sea de una emocionalidad más intensa: “Tengo la vida
cerrada por reformas / Tiro rencores. / Descuelgo abrazos. / Saco a paladas /
el pasado / las etapas / los nombres. / Y los arrojo allí. // En la escombrera
de la memoria”.
Los versos
procuran la claridad, huyendo de sofisticaciones y recursos literarios
impostados, poemas directos en los que la naturaleza aflora buscando la
libertad a través del tiempo, los afectos y siempre bajo la perspectiva de la
pérdida: “Es sábado y se citan aquí en esta esquina del parque. // Nos separan
veinticinco años, –calculo– // Hablan otro idioma. / Se abrazan. / Ríen. //
Parece que lo hacen a propósito: // reprocharme con sus abrazos lo que nunca
sentí. / Recordarme con sus risas lo que yo ya no soy”
Los versos que
nunca os dije termina siendo un ajuste de cuentas emocional, un saldo de
querencias quizás bastante antes de pasar el mezzo del cammin di nostra vita:
“Eso fue todo, me digo
mientras piso la frontera de los cuarenta.
Hasta aquí lo que fuiste
y desde aquí lo que has de ser.
Fin y principio de nada nuevo.
Salvo yo misma”
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