Nacida en Lima en 1988, Ana
Carolina Quiñónez Salpietro es una artista audiovisual. Su tesis doctoral versó
sobre los ritos de paso en el cine de Sofia Coppola, preocupación y devoción
que se mostrará en este volumen. Actualmente vive en Barcelona. 2010 publicó la
primera parte, Cuentos tristes que
esperan las chicas antes de salir a bailar, y en 2012, Vacaciones de invierno. Tiene una columna mensual de cine
La
primera parte de los Cuentos se
titula Desastres naturales y consiste
en poemas cortos en los que insiste en esos temas que Sofía Coppola incluía en
las Vírgenes suicidas: “Un disparo
marca la diferencia / entre un chico atormentado y un héroe adolescente // A
los quince tener un novio suicida / ser, por cuerpos de distancia, / una de mis
mejores historias”. Las contradicciones y la tensa incertidumbre de la
adolescencia, entendida como un periodo largo de adaptación muestran sus
dientes en cada uno de los poemas. “Al final del túnel / te espero” escribe con
mortecina advertencia. Un periodo vital en el que nunca se tiene claro si hay
que esperar acontecimientos o iniciarlos, “Si estaba inmóvil / era solo porque
esperaba / que me sacaras a bailar”.
Para Mudanzas, segunda parte, aprovecha la
analogía para avanzar un poco más en el periplo vital de la madurez, radicada,
entre otros aconteceres, en la pareja como experiencia vital total: “De cerca /
pareces una mudanza / en la que se pierden cajas / y te resignas”. La
conciencia trágica de los caminos sin salidas (“Nuestra cama / es solo una
trampa. / Nunca fue una salida”) y los sufrimientos inherentes a la convivencia
(“El monstruo debajo de tu cama / es lo único que alcanzaremos recordar /
cuando la noche termine / y sigamos hablando dormidos”). Esta sección es la
sucesión de historias de desencuentros.
El Chico de los audífonos se convierte
en el eje argumental del siguiente capítulo: “Al chico de los audífonos / le
leían cuentos de callejones sin salida / a la hora de acostarlo”. Una nueva
historia que recomienza la mudanza y el paso: “Las armas que utilizamos en
nuestros sueños / van a quitarle el equilibrio / cuando despierte”.
“Nunca seremos mejor
que dos extraños que se conocen por accidente”
No se abandonan todavía los
vestigios de la inmadurez (“Tú siempre vas a ser la cría. / Y yo el macho / Y
la hembra. / Todo junto”), pero ya se atisban novedades existenciales, la
conciencia de que el tiempo de la inocencia ha pasado y que ahora hay nuevos
retos: “A los ocho sólo existían / dos forma heroicas de morir: // bajo la ley
del juego del ahorcado / o la brutalidad del matagente. // Una década después /
las opciones continúan siendo las mismas”. En resumen, muy cercana a la atmósfera
de Las vírgenes suicidas.
Vacaciones de invierno se inicia con una
cita de Sandor Marai, que juega directamente con mi complicidad. También hay complicidad en las referencias a
la cultura pop, como la Marca Acme. En la primera parte Lecciones de nado, hay una nueva vuelta de tuerca a las primeras
veces: “Te besaba sin enjuagarme los dientes / me tocabas sin lavarte las manos
/ de coleccionista de insectos / disecados” (La primera vez y otros eventos). Incluso recupera versos de su
libro anterior: “Tu constancia / no nos llevará a ninguna parte // Gira
alrededor de su propio eje // Como los perros / que persiguen su cola en los
dibujos animados” (Marca Acme);
“Dentro de un animal / no sobra espacio” (Prótesis).
Es el letimotiv del tiempo fugaz de
la infancia que se pierde, el de las primeras veces y las experiencias
sublimes: “En la orilla / tiembla tu cuerpo / como un pez que se despide” (Lecciones de nado).
Otros lugares explora las analogías
animales como lobos, conejos, topos, insectos: “La incertidumbre / es una criatura
/ con alas / frente a un abismo / que se estira”. Y, coincidiendo con Emily Dickinson,
El viento que sale de la pajarera es
otra manera de decir que “La esperanza es una cosa con alas”. La sección que da título al volumen, Vacaciones de invierno, traspasa de
nuevo los umbrales de un mundo que se antoja hostil pero necesario, como el
invierno: “Afuera / la neblina te confunde // no sé si vas o regresas” (La canción del deshielo)
“El niño
conoce de memoria
la entrada a un
invernadero
ahí se refugia
del ruido de su
padre
y se pasea
como un caballo
no busca ser
invisible
pero tampoco
espera
que lo reciban
con las puertas
abiertas” (La piel del caballo)
El poder de las imágenes que
sugiere Ana Carolina Quiñónez es más poderosa que la música de las palabras: “Se
extinguirán / los animales de origami // sin poder despedirse // sin dejar
dirección” (Aves migratorias).
El libro
termina con un lamento familiar, una especie de elegía hacia sus padres, con un
vívido recuerdo y un homenaje sentido:“Aún veo / el asiento vacío / reservado
para mi padre / en la montaña rusa /…/ Tampoco me resigno a salir / de la casa
de espejos y / frente al reflejo
alargado / o al contraído / insistí en dejar un espacio / para él” (Paseos familiares).
Será, para
finalizar, la imagen de la madre quien aporte la valentía necesaria para
enfrentarse a la vida, una especie de premonición de lo que podemos necesitar
en el futuro. Ese poema, de intensísima emoción la recuerda:
“Apareció
como una
familia
destrozada
Mi madre
no
experimentó antojos
durante el
embarazo
solo pensaba
en los reclamos
que le hacían
sus hijos
cuando les
diese la noticia” (Ningún temporal puede
alcanzarte, madre)
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