Francisco Garamona nació en Buenos
Aires (1976) y es músico, poeta, editor, artista plástico… Con más de 30 libros
y 6 discos publicados, forma parte del Instituto de Altos Estudios Patafísicos
de Buenos Aires. Dirige la editorial Mansalva y la galería de arte Papel
Moneda. Este volumen es una selección de su poesía a cargo de Gerardo Jorge
quien, además firma el prólogo. En dicho prólogo se ponen de manifiesto las
líneas fundamentales que definen la poesía de Garamona, una “larga charla que
gira alrededor de las instancias extremas de la vida (social, sexual, política,
personal)”, dirigida a una “persona concreta” donde “se mezclan tradiciones
marginalizadas”. Según Gerardo Jorge “en
el origen de la poesía hay una conciencia del dolor” (p. 8).
Conecta con
una visión órfica de la poesía donde se salta del sueño a la realidad como un
continuo indistinguible y profundamente intenso. Hace gala de aprovechar la improvisación, improvisación,
un “lenguaje natural como cargado de sentido y experiencias” (p. 11). Se
conjugan así fantasía, fantasmas, ilusiones: “En la habitación de un
adolescente / chisporrotean luces y él cree que son sus ojos / cansados de leer
a los mismos viejos poetas” (Fantasmas).
La concepción hasta cierto punto panteísta ofrece un punto de partida en el que
todo puede ser interpretado: “El aire tiene mensajes, las corrientes del río /
arrastran nuestras pesadillas” (Decirlo
de la forma más simple).
Se mezclan
elementos narrativos en la descripción de personajes que pueblan los poemas. En
plena tradición romántica de acercarse al outsider, al mendigo, a la bebida a
la par que reivindica una tradición lúdica (“Canción del esqueleto”) y conexiones
más cultas: Una tolva griega tiene
muchos puntos en común con Keats y su urna griega.
En ocasiones
parecemos arrebatados por un estado febril en el que nos es muy difícil
distinguir el sueño de la vigilia: “No me escribís ni te escribo, / ayer vi
cómo atropellaban a un perro, / que era igual a otro perro / que nació junto a
mi casa” (El estado). Habla de los
miedos, su padre, por los hijos, la muerte… Un desconcierto vital: “Hay
momentos que no tienen lugar” (Sin
nosotros). El miedo propio y la conciencia del dolor ajeno se viven a
través de los personajes: “Conozco mucha gente que se sobrepuso a cosas
aberrantes, / pero vos (que nunca te pasó nada) eras tan suave que no podías
vivir” (Confesión). Garamona también
gira alrededor de la primera persona como referencia expresiva tanto del
singular (“Ay, tantas cosas que olvidé, / pero igual me digo que recordarlas /
es parte de lo mismo”, El caballo desnudo) como del plural (“Somos
como dos perros / que no tienen dueño / y que andan por las plazas / esperando
algo nuevo”, Tirados).
A pesar de su
proclama de que “Odio la poesía objetivista. / Porque siempre pinta una escena
/ que está predeterminada” (Sin nosotros),
no deja de recordar algunos procedimientos de la llamada Poesía de la
experiencia. Sin embargo, aun compartiendo un punto de partida, la poesía de
Garamona tiende a lo simbólico, lo catárquico, lo significativo: “Cuando te
veía alejarte eras poesía, / novela si estabas cerca, / un refranero si me
mandabas / un mensaje de texto…” (Siempre
vos).
“Tus huesos
brillan dentro de tu cuerpo
como una
lámpara robada
a un pequeño dios inexistente
pintada sobre
un muro” (Lámpara)
Abundan los retratos (Mario, Suma de emociones) con trasfondos cotidianos y terribles (Violada): “Preferí sentir el asco
sempiterno / (qué palabra desusada y puta) / barrí la basura de una fábrica, /
quemé el diario de un amigo / que se emborrachó tomando sidra / una vez cuando
no había retorno” (Cadena). También
asistimos a la ternura (Prado, Zanja) y deseo (Flota el nombre de algo).
Una poesía
inserta de raíz en la contemporaneidad, anclada en marcas, expresiones,
vivencias no convencionalmente poéticas: Nintendo, VIP Versace. Pero más allá de la provocación
textual hay un sentimiento muy arcaico de la función poética: “Hay en el amor
una serpiente / que se arrastra por la área. / Y también una condena /
inscripta en nuestra sangre” (Reja).
Una manera algo chamánica de entender el canto: “Yo la vi perderse entre la
gente y la llamé de nuevo / cuando entregaba su cabeza perfecta / a la
violencia del rocío y tuve ganas de cuidarla” (Engrampó). Es una postura que comparten con las maneras de los
poetas malditos, aquellos que coquetean con la muerte y el desastre, las drogas:
Finalmente en una raya, Va caminando, Un privilegio.
Un malditismo
donde se conjuga algo de ensoñación (“Una vez creí tener el privilegio de
escucharlo…”, El pasto), con algo de denuncia
social: “Joven trabajadora, / joven trabajadora /…/ Y traten de no olvidar que
hay que ser felices, / aunque sufran la soledad y el abandono / y todas las
consecuencias de la incomprensión. / Y vuelva a ese jardín que se desvanece, /
cuando entramos en él” (Dibujar puentes).
Quizás el ejemplo más elaborado sea La
fábrica de todo: “En las carpinterías del cielo / se acumulan unas tablas
de lavar la ropa, una cama inconclusa, / postigos de ventana re mal hechos…”.
También teológico, irónico y algo blasfemo: “Dios, perdóname, tal vez lastimé /
mucho a los que amaba, / porque creí que era digno / respetar y respetarme / y
es esa histeria me olvidé de lo importante” (¿Dios?).
No podemos
sino abandonar el volumen impregnados de tristeza (“Quédate la vida del triste,
/ qué tonta la vida del tonto, / qué simple la vida del simple”, Un pan en el piso) y con la conciencia
de llegar a la decrepitud:
“Estamos en la edad
en la que a nuestros amigos
se les empiezan a morir los
padres,
en la que nuestros amores
se quedan sin amores
/…/
Tenemos sed, pero ya no de
infinito
y tampoco de cerveza
/…/
Despedirse es ser valientes,
es recomenzar mirando
las columnas, las torres
y todo lo que siguen
las nubes por el cielo” (Valiente)
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