De los muchos aciertos de la
poesía de Ana Pérez Cañamares está la conjunción de forma y fondo, la necesidad
imperiosa de expresión y la contagiosa guerrilla en la que está inmersa: “este
striptease que hago cada día / bailando alrededor de la barra / es pa cia do ra
/ no es más que un truco de guerrilla / para dejar sin armas ni argumentos / a
quienes pretenden atacarme / esgrimiendo mis secretos” (Por qué escribo). Es capaz, como pocos poetas, de celebrar el amor
sin codependencias, es capaz de practicar el combate sin perder la cualidad
poética. Concibe, además, las entregas como un todo en el que las partes valen
como poemas y el conjunto ofrece un mensaje claro y contundente.
En
esta preciosa plaquette de Planeta
Clandestino que recoge poemas desde 2006 a 2019 asistimos a la dialéctica entre
la fortaleza necesaria y percibida frente a la fragilidad y el desánimo. La condición de mujer es tomada como punto de
partida y como elemento configurador de una batalla, de la desigualdad que se
perpetúa entre generaciones. Es la senda de Querida
hija imperfecta (2019), que no deja
de ser otro frente más de la Economía de
guerra (2015). Personalmente agradezco una poesía pueda llevar con orgullo
la etiqueta de feminista.
También
agradezco, y esto es más íntimo, un inicio, Espejo
que me haga recordar la canción Afterhours de The
Velvet Underground: “Y ahora dejo el libro / vente al espejo / y mírame”. La
fragilidad de la inusual voz de Maureen Tucker contrapesa y hace de medida para
la fortaleza de la que se habla tanto en estas páginas.
Una
aventura llena de vicisitudes, en la que el yo personal –no digamos el yo
poético– se debate entre la subsistencia y el camino: “La que yo era se ahogó
en el mar / de las infinitas posibilidades. // No la extraño. La vida empezó /
cuando aposté y perdí. // En ese momento el agua se tensa / y se convierte en
camino” (Andar sobre las aguas).
Porque, en el fondo, la cuestión de la identidad (“Gracias a aquello, soy esta:
/ la que conoce el precio de los peajes”; “Todos fuimos mayordomos / de las
apariencias asesinas / de nuestro yo verdadero”) se solapa con la sororidad (Pocos saben que tengo otra hermana) que
no es sólo la empatía con todas las mujeres del mundo, es la identidad
colectiva.
“Hay una fila
de mujeres detrás de mí
y miro la
nuca de la mujer que me sucede
/…/
No estamos
calladas aunque no hablemos
/…/
No somos un
desfile ni una procesión
/…/
Ahora estamos
celebrando que hay
una mujer
delante y otra detrás”
Ana Pérez
Cañamares es poeta, y eso se plantea como más importante que su denuncia. Tal
es la mirada que se posa en el pequeño universo alrededor, el de los afectos
concretos (“El amor está con cómo interpreto todo: / lo mala traductora que
soy”, Los errores que no están en mi vida),
como en la sensación vital exterior (“Los hombres nos comprendemos / el mundo
es un peligro a nuestra disposición”).
Como en el
resto de Querida hija imperfecta, asume
ambas voces, ella es las dos, como hija y como madre: “Mamá no estaba. Yo era
la madre / la hija y la comadrona indiferente”. Es una postura esencial por
cuanto ser una implica deshacerse en la otra: “Pero cada palabra hizo ansia / y
ahora soy más ancha que al principio: / sé que al irme dejaré más espacio”. En
cambio pretende ser el eslabón y el escudo, la rémora y el enemigo: “Bien puede
una madre / pasar de defensa a atacarte / cuando intenta jugar el partido de su
vida”.
La vida es sufrimiento, nos legó
Buda, y como tal debemos aceptarlo: “Al principio fue el verbo y el dolor” (Fibromialgia). No solo es una situación
personal concreta, es una manera de entender el mundo y nuestra relación con
él: “Nuestro Señor del Eterno Cansancio. / Padre nuestro, concédeme ser lenta /
en el aire que pesa como un pecado”. Sin embargo, no podemos olvidar que en el
reparto estamental de las labores y los trabajos, “Resucitar resulta extenuante
/ cuando quien lo hace es solo una mujer / que se inventa de nuevo a sí misma /
y se sube a bordo de otra vida”.
“Mujer: mapa
cifrado que no me entrega en destino.
Horizonte que
la crece a mi espalda.
Tanto fin de
tenis, tablón suelto en palacios”
Detrás de las
declaraciones de principios y las consignas de la voluntad descubrimos ahora la
cualidad de eterna máscara, la necesidad de fingimiento como elemento vital,
como modo de lucha, como supervivencia: “En una de mis vidas aprendí el
secreto: / si eres constante al fingir la alegría / ella te guardará
fidelidad. /La llama que no la
reconociste / cuando te fue a esperar a la estación”.
Es el segundo
poema de esta selección el que nos deja sobrecogidos, un poema absolutamente
desgarrador:
“Entonces ¿tú
también me ves así? ¿Tú también me ves fuerte?
/…/
Así que tú
también me ves fuerte
serás de los
que te sorprendas
el día que me
desplome;
insistirás en
que nunca me viste
dar una señal
de debilidad
o de
abatimiento. Te equivocarás como todos
y no podré
culparte:
toda la vida
llevo apoyándote
en esta fama
de fuerte.
Solo yo sé
que la fama camina
sobre muletas
podridas”
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