“Que ya solo en amar es mi
ejercicio” es la cita de San Juan de la Cruz que abre el volumen y nos avisa de
una colección de poemas en las que el amor –no necesariamente de pareja– va a
ser el protagonista. La actitud vital del poeta es lo más similar al Jorge
Guillén en Cántico (no podemos dejar
de ver un guiño en el título de su primer libro, Arder en el cántico). Una actitud de asombro y de agradecimiento en
los detalles más cotidianos que nos circundan: “Hay días en la vida que nos
salvan. / Apenas basta el sol en nuestro rostro, / un árbol deshojándose en un
patio, / la brisa acariciando nuestra piel” (Alcance y unión).
Después del
soberbio El eje de la luz, el
cronotopos propio se reduce, se centra, apelando a lo más cotidiano, al hogar: “En
torno de la mesa qué aventura / servir a mi familia el pan reciente, /
repartirlo en la cena con mis manos. / De golpe todo significa algo más. /…/
Hay actos que traspasan su sentido / en este viaje extraño al desconocimiento”
(Dar el pan). Como señalaba Gaston
Bachelard en la Poética del Espacio,
la casa es el espacio de la intimidad, y también de la comunión, de los que
comen juntos, de los que respiran juntos. “Dejé mi casa atrás para perderme”,
nos confiesa en Por los arenales y
“Salimos de la casa, a la intemperie” en Una
mirada sobre el mundo.
La tarea de la
escritura se realiza materialmente en la casa, que puede ser cárcel si solo es
escritura y no vida: “¿Y qué sentido tiene estar aquí, / ahora/ … / ¿Por qué
buscan los versos que me roban la vida?” (La
cárcel de un poema)
La casa no son
solamente los muros y la techumbre, la casa es quienes la habitan y así
encontramos emocionados poemas a su madre, “origen de la luz” o poemas donde se
celebre “el suceso increíble / de existir a tu lado” (Dudas y certezas). La
casa es lo doméstico, lo controlado, el refugio mientras que lo salvaje queda
para el instinto y los peligros: “¿Qué selva atravesamos por amor / para ser
del amor / para ser toda selva / en este temporal de furia y ruido” (La selva del amor). La voz de la carne
se alza en poemas como El sueño de las
certezas, La noche de tu piel.
“Ya todo es abundancia por tenerte, / y al ardor en el fuego de los años /
acaricio los cambios en tu rostro / y hago mía en la noche de tu piel / la
amante sucesión de tus abrazos” (La noche
de tu piel); “Puedes entrar aquí, hasta la alcoba / que sabe del silencio
de mis noches” (¡Oh, noche desvelada!).
Para José
Iniesta la casa es el punto de partida, la referencia inicial, el refugio
seguro: “No sé quién soy ahora en este centro / vegetal que rodean,
ciertamente, / los miedos y la tapias, y mis dudas. / Se confunde mi ser / con
las cosas que miro / tan plenas de belleza que hacen daño” (Amanecer en el jardín). Por mucho que
procure olvidar los miedos (“Tal vez sea lo mismo / dentro y fuera”, Una mirada sobre el mundo).
En el “júbilo
sencillo” siempre resonará Jorge Guillén: “Qué ilimitado todo y qué sentido” (Un aroma doliente), aunque podemos
encontrar una veta muy cercana a Juan Ramón, como en “preguntas a un granado”,
que trata el Y yo me iré… Más sonidos
que resuenan, dentro de la poesía más clásica, como las moscas machadianas (El vuelo de las moscas) o el gran Sam
Cooke “Yo no sé muchas cosas, es verdad”.
Una especie de
mística que trasciende lo meramente cristiano atraviesa los poemas, “Cada noche
converso con la vida” (Piedra y vida),
como Chris Bell en I am the cosmos.
Es una mística sencilla que se alimenta de los lugares pequeños, de los sucesos
minúsculos, que tan grandes son en la vida: “y aquí te encuentro a ti, piedra
pequeña, / tan viva en el misterio del camino, / donde toda la luz en tensa
calma, / con su antiguo dolor, / nos habla, me concibe” (Piedra y vida). El poeta se funde en el universo, “Ya no me
pertenezco, / soy del mundo / ahora que soy tuyo y de tu boca / abierta al
entusiasmo de ser beso” (Salvación); “Lo
que queda del yo se desvanece, / y es tanta hoy la luz sobre los álamos” (Junto a los álamos); “Estar en el sillón
sin hacer nada, / y no obstante sentir que somos vida / al ver por la ventana
de la tarde / un cielo gris acorde a la tristeza “(Un día gris)
José Iniesta
sabe manejar con soltura el ritmo y se encuentra cómodo en la alegría tanto
como en la nostalgia: “que la tristeza hermana nos consuela / con el más dulce
daño: // la conciencia del ser / y estar viviendo / en los adioses, / el amor
que sí somos en el mundo” (La rosa de la
tristeza). Y aspira a elevarse sobre lo cotidiano, sobre los objetos (“Aprende
del misterio de ser nube”, La enseñanza
de las nubes). En ese momento se detiene y valora, se reconoce en el mundo
y reivindica la sencillez de la alegría: “No anhelo nada más. Todo lo tengo /
pues tu presencia es vida y justifica. /… / No es destrucción el tiempo, lo
perdido. / Permanece en nosotros / la vida que se va, / y hoy somos la familia
de la vida” (Esencia familiar); “Huele
la casa a ti. Está cantando / tu conciencia descalza a la alegría” (Una llama sin humo); “Mirar y ser
mirado, nada más” (Una noche contigo)
Celebración es
uno de los conceptos claves en la poética de Iniesta, ya sea refiriéndose a lo
que pueda ser “El insensato amor bajo los astros” (La luna y los pasos); al placer de las distancias cortas (“Estamos
para ser unión y lejanía”, Paseo por la
sed; “Estoy llegando a ti, / ya no soy nadie, / y al calor de tu cuerpo
llega el alba / en este abrazo libre a su anarquía”, Noche de San Lorenzo); “Hay algo que claudica de nosotros: / un
barro que se agrieta sin remedio / y que es celebración” (Al lado del amor). Celebración de la vida, celebración de la
belleza, “La belleza robada a la devastación “(Amanecer de diciembre). Celebración de lo infinitamente pequeño:
“Lo que aquí sé / no es nada. Tu alegría / abraza mi ignorancia, voy completo”
(El aprendiz de nadas) y del instante
ínfimo: “Hoy todo está ocurriendo en el minuto / donde tocar mi frente con tu
mano / debajo de esta rama, // debajo de esta rama / donde pasa la vida” (La entrega); “Ahora no es ahora, y mis
palabras / celebran la ignorancia de su canto /…/ me arrastra, desde cuándo, /
con qué fuerza, / al fondo más sereno de la felicidad” (Hijos en el mar). Porque “Yo
no renuncio a nada. Soy la vida / que comienza al final / su viaje verdadero” (El viaje verdadero).
“De la luz a
tu luz, y ser lo oscuro.
De la vida
contigo y los caminos
en la noche
poblada de silencios,
¿qué me
queda, mi bien,
sino
ser a tu lado
la escritura
desnuda en el papel,
la verdad de la
lumbre que resiste
en medio del
invierno
y
el saberme
en esta
oscuridad que nos expulsa
la claridad
adentro enamorada?” (Extrañas posesiones)
No hay comentarios:
Publicar un comentario